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La sociedad civil, salvaguardia de su propia supervivencia

Carlos Castañosa

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Desde este cómodo observatorio, sin necesidad de catalejos ni tácticas de espionaje, resulta muy sencillo acomodar el uso de razón a ciertos principios que, bosquejados en su día, se van consolidando por sí solos ante episodios críticos que ponen a prueba la conciencia colectiva y un espíritu de solidaridad que, quizá como mecanismo de defensa individual, se expresa en voluntad corporativa pero con instinto de reciprocidad, por cuanto lo que se hace por los demás también se espera que repercuta en propio bien… aunque solo sea la satisfacción de haberse sentido útil y formar parte momentánea de la solución ante una adversidad puntual y crítica.

El axioma de referencia: “Solo la sociedad civil está capacitada para resolver sus propios problemas”, ante la situación de emergencia, en este caso sanitaria, ha rubricado con firma compulsada su carta de naturaleza, a pesar de las veleidades gestoras y administrativas de la crisis por parte de las autoridades.

A la ejemplaridad y entrega incondicional del personal sanitario, con su comportamiento heroico sin paliativos, en unas condiciones de precariedad y carencia de medios suficientes, el pueblo responde con su reconocimiento y gratitud desde testimonios masivos de aplausos millonarios a inundar las redes con comentarios de admiración y expresiones de ovación y vuelta al ruedo. No faltan chascarrillos y memes que abundan en el sentido del humor como aderezo sabio de la inteligencia, para compensación en parte de la crudeza por una situación con sus puntos de tragedia.

El pueblo sabio mira hacia sí mismo para ponderar su situación y asumir las medidas colectivas que conduzcan a una solución que se desea alcanzar lo antes posible; con la seguridad de que se llegará al éxito, contra la mala praxis de la casta política, a la que se mira de reojo con desconfianza y recelo como corresponde a modo de corolario para complementar el aforismo anterior: “Todo lo que toca la política se contamina y pudre”.

El proceso sobre el tratamiento oficial de la crisis sanitaria, ha adolecido de unas deficiencias inaceptables; retrasos intolerables; informaciones sesgadas de medias verdades y fatuas previsiones que nos han colocado entre los países más vulnerables, marginados y clausurados a cal y canto por no haber tomado a tiempo las medidas preventivas que sí adoptaron otros.

¿Dónde radica tanta negligencia, mediocridad e ineficacia en quienes se supone bien preparados; servidores del pueblo, remunerados muy generosamente y erigidos en padres patrios de poca monta? Parece evidente que los intereses políticos son un insondable acervo de material reservado que nada tiene que ver con la protección de los derechos fundamentales de sus ciudadanos, ni con la defensa del sacrosanto dictado de nuestra Constitución.

A lo largo de la reciente gestión oficial de la crisis sanitaria, ha quedado claro que las prioridades políticas andan por libre y que lo que más importa es el cálculo de votos que pueden ganarse o perderse, según lo que se haga o diga, o de las decisiones que se tomen o dejen de tomarse. Tan corto alcance de miras, al final termina por volverse en contra; pues nadie puede entender que no se cancelara la masiva manifestación del 8-M –como muestra de que un movimiento social e imprescindible en la actualidad como el feminismo legítimo, una vez contaminado por la injerencia política, se radicaliza hasta el punto de impedir una suspensión terapéutica–. ¿O qué explicación puede darse a que el vicepresidente de un gobierno incumpla su cuarentena para que sus socios no le vendan una moto de pacotilla en el Consejo de Ministros? ¿Qué le pasaría a un ciudadano normal por el mismo hecho? ¿Y la desfachatez avestrucera de escurrir el bulto con el “Yo lo que digan las autoridades sanitarias” cuando antes no ha interesado escucharlas?

Lo de la vergüenza ajena con algunos elementos de la oposición por intentar sacar rédito electoralista de las torpezas de sus adversarios en el poder, es un punto y aparte. Sin embargo, el comportamiento ramplón de algunos presidentes autonómicos, separatistas ellos, conforta la confianza de todos en todos; la de una sociedad civil saludable y decidida a salir adelante contra las asechanzas de los enemigos internos y otras pandemias.

De peores trances hemos salido. No me cabe duda de que más pronto que tarde saldremos de este. Nos liberaremos de este virus maldito y, al final, también de los ramplones que priorizan su visceralidad patógena sobre el derecho a la salud de sus ciudadanos.

Si es cierto que no hay mal que por bien no venga, en este caso puede darse que un mal bicho microscópico obre el milagro, una vez más, de aglutinarnos en el todos a una que siempre nos ha salvado a lo largo de nuestra martirizada Historia.

Cierto que no estamos en buenas manos. A la vista está; ni hay alternativas esperanzadoras a la vista. Pero estamos seguros de que al final, será la sociedad civil la que por sus propios medios saldrá adelante. Y si todavía no hemos triunfado es porque no ha llegado el final. Mucho ánimo y toda la fe en nuestro potencial.

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