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Si no eres la solución, no seas el problema

José Miguel González Hernández

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Las realidades complejas han de simplificarse. Para ello se construyen modelos. Modelos de laboratorio que pueden permitir gestionar las situaciones, no con la finalidad de encontrar una respuesta absoluta a todo, pero sí donde se permitan ofrecer alternativas y procedimientos que permita escrutar escenarios probabilísticos de actuación en el futuro. ¿Y por qué es tan importante? Porque te permite posicionarte, o bien para evitar lo nocivo, o bien para potenciar los beneficios. De hecho, las sociedades llevan tiempo examinando vísceras y consultando oráculos para anticipar lo que está por venir. De esa forma se puede influir sobre una realidad imaginada.

En economía, el mercado es una de las clásicas modelizaciones en las que se configura un tablero de actuaciones de los agentes económicos y sociales. Por un lado, está la parte oferente, que transforma inputs en outputs y los pone a disposición, incorporando un precio que cubra el coste marginal de producción de cada unidad adicional generada. Por el otro lado, nos encontramos a la demanda de bienes y servicios. Esa demanda que utiliza su renta (tanto actual como intertemporal basada en el endeudamiento) con la finalidad de satisfacer unas preferencias determinadas que hagan que su utilidad se vea maximizada. Tanto oferta como demanda deben cruzar sus pasiones y debilidades, sus prioridades o postergaciones… marcando para ello un precio que permita que ambas partes se vean representadas e identificadas.

La oferta se mueve, normalmente, en base a que, si se genera un mayor coste, solo podré producirlo si me lo compensa un mayor precio cobrado. Del mismo modo, un retroceso en las inversiones o un incremento de costes (ya sean de origen tributario o de otra índole) provocan retracción. Por el contrario, si hay innovaciones tecnológicas o alivio en la fiscalidad, puede que pueda ofrecer más género disponible para el intercambio. El otro lado la demanda piensa de forma opuesta: ¿Es más caro? Pues compro menos. Ahora bien, si es más barato, puede que compre más. ¿Tengo más renta? Pues esta vez sí que hay decisión para adquirirlo. ¿Que el dinero desaparece por un incremento de la presión fiscal, por ejemplo? Pues a contenerse toca. ¿Y si simplemente me gusta más o menos? Pues cambio mi comportamiento, y ya está.

Pero hagamos una prueba de laboratorio: ¿Y si pasa todo a la vez? Es decir, que la oferta aumenta y la demanda le responde con idéntico signo. Más producción, más empleo, más inversión, más consumo… y vuelta a empezar. Pero ¿y si sucede lo contrario? Es decir, que tanto la oferta como la demanda se retraen. En este caso: Danger.

Hasta la fecha nos hemos acostumbrado que una de las dos partes del mercado actuase y la otra respondiera. De esta forma, llevando a cabo medidas sobre el lado que genera la vicisitud, lo solucionabas prácticamente todo. Pero lo que nos está sucediendo en la actualidad es que la oferta no puede producir y la demanda no quiere consumir. Es cuando aquí se da el escenario más probable de una retracción generalizada con caída de precios.

Sé que con esta visión se simplifica mucho la realidad, pero al menos se pueden dimensionar los efectos multiplicadores, ya no solo de los dilemas, sino también de las medidas. Es tiempo de análisis. Pero también es tiempo de reacciones proactivas. Decir solo lo que está pasando, siendo parte de la solución, se llega a convertir en parte del problema, agudizando los efectos indeseables. Por ello, nadie eligió los inconvenientes, pero tampoco deberíamos pensar que todos los billetes de lotería que fuéramos a comprar estarían premiados.

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