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Terrorismo y terroristas. Misma lucha, distintas respuestas

Tony González

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En Occidente, aun con mucho camino por mejorar, y muchísimo más camino en mejorar su aplicación, la legislación penal es bastante civilizada. En el sentido que la identificación de los problemas y sus soluciones se basa en análisis, propuestas y decisiones lógicas. Porque son cuestiones que deben abordarse y tratarse de forma racional. Al igual que muchas otras en la vida, como la medicina, la arquitectura, la ingeniería, etc, en la que gracias a la capacidad racional del ser humano se han conseguido grandes avances con respecto a las épocas en las que las decisiones se tomaban desde un punto de vista casi únicamente emocional, animal.

La tortura, las barras de hierro candentes para hacer confesar, cortar la mano y similares, son animaladas, en el sentido que están dictadas por la naturaleza animal, no racional, del ser humano. Por desgracia, muchas prácticas de este estilo aun perviven en muchos países. Y aun en Occidente sucede a veces, si bien son contrarias a la legislación.

Una de las manifestaciones de la aplicación del raciocinio humano en el campo penal es el estado de derecho. Básicamente significa que el Estado, en la lucha contra los delitos, se ciñe a normas preestablecidas, que procuran evitar la comisión de delitos, la atenuación de sus daños si se cometen, la detención de los (presuntos) delincuentes, puesta a disposición judicial y proceso con todas las garantías, fundamentalmente la presunción de inocencia y el derecho de defensa. De esta forma se intenta evitar que personas inocentes se vean sancionadas, y que quienes son penados lo son porque con seguridad han cometido infracciones penales.

Pero la delincuencia es un fenómeno y los delincuentes las personas que lo practican. Y la forma de enfrentarlos debe ser distinta.

En aplicación de los principios y valores del Estado de Derecho, no se puede entrar en un barrio donde la delincuencia sea muy alta y someterlos a represión policial. Eso significaría someter a penas a muchos inocentes, vulnerar el principio de presunción de inocencia, el derecho de defensa y a un juicio justo. Y convertiría al Estado en delincuente, al infligir daños a personas sin estar legitimado ni justificado, prescindiendo de todo procedimiento judicial. Justo lo que hacen los delincuentes. La consecuencia sería la contraria a la que se debe buscar. Muchos inocentes y sus familiares, al verse sometidos a represión, podrían convertirse en delincuentes como forma de defensa frente a un estado opresor. Los delincuentes se reafirmarían en su delincuencia. Y el Estado sería también en parte del problema, de la delincuencia. Como resultado final, los delincuentes lo serían más, se propiciaría que personas inocentes se convirtieran en delincuentes y el Estado cometería delitos, en lugar de luchar contra ellos.

En lugar de ello, hay que buscar las causas por las que surge la delincuencia, que facilitan que las personas se dediquen a delinquir y procurar eliminar aquellas causas.

La posibilidad de subsistir legalmente, con un trabajo remunerado que dé para vivir sin pasar necesidades vitales, en su defecto con algún tipo de ayuda estatal sobre todo en casos de alta tasa de paro, el acceso universal a la educación, no solo como suma de conocimientos, sino en valores, en libertad, con conciencia crítica racional, la existencia de oportunidades para vivir de forma digna y constructiva y garantizar los derechos humanos fundamentales, se convierten así en las mejores herramientas para luchar contra la delincuencia y disminuir el número de delincuentes. La represión consigue justamente lo contrario, como se ha expuesto.

Los terroristas son delincuentes, y el terrorismo un tipo de delincuencia. Por lo que lo anteriormente expuesto le es plenamente aplicable. Tanto en la lucha contra los terroristas como personas como el terrorismo como fenómeno.

Desgraciadamente, bien por no ser racionalmente civilizados bien por buscar un interés distinto, hay muchas personas y gobiernos que frente al terrorismo cometen los errores citados por un Estado policial represivo, a nivel internacional. Y los resultados son los ya citados.

Los terroristas, sus centros, sus arsenales, están en medio de ciudades, no aislados en el campo o en un desierto, poco menos que expuestos a un bombardeo limpio. Por muy dirigidas que sean las armas, al bombardear ciudades en poder de terroristas, se matan inocentes, y los supervivientes se verán fuertemente inclinados a sumarse al terrorismo como forma de defensa frente al opresor. Se matan personas que es posible que sean terroristas, delincuentes, pero vulnerando completamente el principio de inocencia, el derecho de defensa y a un juicio justo y con garantías. Por lo que el Estado comete lo que debe combatir: matar a personas de forma indiscriminada, justo lo que hacen los terroristas.

Hay personas y gobiernos que, a las críticas a esos bombardeos, a esa forma salvaje, incivilizada, contraproducente, de actuar, le llaman con desprecio “buenismo”, ser tontos, poner la otra mejilla, no hacer frente al terrorismo. Pero lo contrario de ser terrorista, represor, de ir a la guerra, no es ser tonto. Es ser racional, constructivo, eficaz, ir a la paz.

Ciertos gobiernos y personas lo hacen como reacción puramente animal y ciega, sin darse cuenta de que su proceder contribuye a alimentar el mal que quieren combatir, al punto de convertirlos a ellos en parte de ese mismo mal.

Y otros en realidad no buscan combatir el terrorismo, sino beneficiarse. Beneficiarse con la venta de armas a esos terroristas, o a países que apoyan el terrorismo con financiación y venta de armas, muchas veces armas que fabricamos en nuestros estados y vendemos sabiendo que acabarán sirviendo al terrorismo. Beneficiarse financiando al terrorismo, comerciando con ellos, comprando su petróleo, esclavizando a sus ciudadanos en la fabricación de bienes de consumo a cambio de un salario mísero, sin derechos laborales ni aun humanos.

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