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Trump, beligerante

Salvador García Llanos

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Hay Trump para entretenerse. No solo aquel discurso inconcebible para una toma de posesión y para un presidente de Estados Unidos de América sino lo que ha caracterizado sus primeras horas, sus primeras decisiones. Ni algo tan serio y discutible, políticamente, como el desmantelamiento de la reforma sanitaria de su antecesor -no hay diferencias en los estilos ni nada-, ha merecido análisis más detallados, dadas sus consecuencias, como las protestas de mujeres en ciudades de todo el mundo, disconformes con el comportamiento, la agresividad, las advertencias y hasta la misoginia del nuevo mandatario. La multitudinaria reacción hace que ya se hable de resistencia civil.

Pero también habría que incluir entre lo llamativo y lo impensable la declaración de guerra a los medios, hecha en un escenario como la sede de la CIA (Virginia), lo que no deja de tener su simbolismo. Ya Donald Trump había hecho gala, en campaña y en vísperas de su asunción, de discrepancias abiertas con medios y periodistas, a los que critica, excluye y discrimina abiertamente, sin miramientos, en plenas comparecencias de prensa. Para que no hubiera dudas de cuál va a ser la tónica, en su estreno, les espeta, puño en alto, que está embarcado en una guerra contra los medios, [pues] “están entre los seres humanos más deshonestos de la tierra”. Trump no se ha quitado el traje de magnate que todo lo puede y ordena a base de dinero y poder. Ahora ocupa el político: peor, por consiguiente.

Si ya periódicos como The New York Times o The Washington Post acogieron con frío escepticismo los contenidos del discurso de la toma de posesión, no es de extrañar que se eleve progresivamente el nivel de crítica y contestación. A Trump, como candidato, le fue bien descalificando y estigmatizando: estableció hostilidades con los medios, especialmente con aquellos que criticaron sus modales y vaticinaron convulsiones de todo tipo. En sus primeros desempeños, no parece que vaya a reconsiderar, por lo que puede que estemos ante un nuevo modelo de relación entre el poder político y los medios de comunicación.

Porque ¿se puede sostener ese enfrentamiento sin reservas? El tiempo lo dirá. De momento, se apela a la cordura y la racionalidad que se supone albergan gabinetes y asesores para ir disuadiendo al presidente Trump y modulando sus extravagancias. En el pasado, nadie se atrevió a tanto, aun cuando hubiera discrepancias notorias con líneas editoriales que pudieran derivarse de intereses económicos o financieros. Lo cierto es que Donald Trump ha hecho un discurso beligerante contra los medios, al menos contra aquellos que le disgustan por entender que defienden posiciones contrarias, incluso desde el punto de vista ideológico. Se nota que los principios de pluralidad no están en su agenda.

Lo dicho: hay presidente para entretenerse. Y para aguantar desmanes.

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