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Viva el virus

Cristóbal D. Peñate

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En una aldea irredenta hispánica y carpetovetónica había un líder liberal llamado Asterix Aznar al que seguían incondicionalmente otros liberales de boquilla y de pacotilla como Pablo Casado, Albert Rivera, Santiago Abascal, Inés Arrimadas y Cayetana Álvarez de Toledo, la marquesa azul cobalto.

Siguiendo las excentricidades de su líder máximo cuando decía en público que quién coño era la Dirección General de Tráfico para decirle a él cuántas copas tenía que beber antes de coger el volante de su coche, sus seguidores incondicionales también afirmaban qué coño se creía el Estado y el Gobierno para decirles a ellos qué medidas preventivas deberían tomar para evitar el contagio del coronavirus.

Mientras estos liberales despreciaban las directrices de la OMS, de la Administración del Estado y de las autoridades sanitarias de España y del Mundo, uno a uno se fue contagiando del maldito virus mientras escuchaban una voz en off con acento gallego melifluo y muy mariana que gritaba hasta la extenuación: ¡viva el vino! (viva el virus, en versión actualizada).

Ahora se produce el milagro de que los dirigentes más liberales piden la intervención del Estado, de que los empresarios más libérrimos piden ayudas oficiales y subvenciones para sortear la crisis económica y que los patriotas de hojalata solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena.

Si alguna lección hay que aprender de esta crisis sanitaria mundial es que nos humaniza. Nos creíamos inmortales en el primer mundo y mirábamos por encima del hombro a los pobres africanos, sudamericanos y asiáticos hasta que el coronavirus nos ha hecho despertar y darnos cuenta de que somos tan vulnerables como los habitantes del tercer mundo o más.

Esta pandemia afecta fundamentalmente a los ricos del mundo occidental aunque el origen haya sido asiático. Los africanos han pasado por un sinfín de penurias y tragedias a lo largo de la historia pero justamente este coronavirus apenas les ha rozado. Es posible que sea justicia poética o una forma de concienciarnos de que no estamos a salvo a pesar del ritmo de vida aparente que llevamos en Occidente. No está mal que a muchos se les bajen los humos.

Tradicionalmente nos ha importado un pimiento lo que pasaba en el tercer mundo y ahora nos rasgamos las vestiduras por que el virus también nos visita. Ojalá esto nos sirva para convencernos de que no somos el ombligo del mundo. Ni siquiera el lóbulo de la oreja.

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