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De Franco a las hijuelas o la fertilidad de un huevo

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Dos años ya desde la victoria abrumadora del PP en España. Y parece que fue ayer.

Es tiempo de celebraciones, de vítores y de bailes en la plaza mayor de los pueblos.

De tanta emoción y alegría incontenible me he machacado la dentadura postiza, pero quiá, ¿qué es eso comparado con la sonrisa de el lider supremo Rajoy?

Se puso manos a la obra, y ya desde el primer dia de trabajo, disparó contra el estado de bienestar, contra los trabajadores, contra la justicia gratuita, contra la sanidad pública y contra la educación universal. Maravilloso Rajoy, sustentado por un equipo, que digo equipo, por la roja política, y con bellísimas voces blancas que le alaban a todas horas.

Rajoy torero, levantó el capote y metió al morlaco español en el mentidero. Una faena magistral del arte del engaño para llevar al animal de la piel ibérica a la suerte de los picadores, y de las banderillas,- suerte en la que estamos asistiendo en este momento-.

Que grandeza de banderillas, como esquiva a derecha e izquierda y menea en suave curva los pitones del morlaco para clavarlos en todo lo alto. Si señor, así se banderillea. El animal levanta la cabeza, esgrime cantos de dolor, sangra por el lomo y mira con absoluto desprecio al tío de la banderilla y especialmente a la taleguilla que alberga las semillas del futuro.

Herido, más no mortalmente, brama y repatea el ibérico animal, rebufa y con la cabeza humillada levanta la mirada hacia el hombre de las mentiras y de los engaños.

Demasiado tarde se ha dado cuenta de que el trapo es sólo el engaño, no hay verdad en toda la estrategia.

Querido torito: se acabó pastar libre por la campiña, caminar en compañía, beber agua del río o bailar a la luz de la luna. Tu pareja ya no podrá parir rodeada de veterinarios que cuiden de la vida del becerro. También a éste le han privado de la escuela en la que todo el rebaño aprendió la sana crítica y el razonamiento.

Y zas, un virus ha penetrado en el redil. Y no hay veterinarios en la red asistencial, deberán pagar uno privado.

Las secuelas de la enfermedad han dejado maltrecho al toro ibérico y además ha perdido la ayuda del dueño de la finca.

Se le ocurrió, qué cosas, reunirse en manada, y también esto lo han prohibido. Sin apenas tiempo de suspirar se encontró con un enjambre de hombres que, pica en mano, los humillaban hasta hacerles caer de bruces en el suelo.

En el lapso de tiempo más breve repasó toda su vida y mientras el torero rajoniano le daba largas cambiadas sentía que la vida se le iba, apenas podía amedrentar al tío de la espada. Sin embargo, con las pocas luces de vida que le quedaban se preguntaba una y otra vez, por qué la mirada de los toros apunta a la taleguilla del torero.

La razón estaba, y lo comprendió al fin, en la esterilización total de una de las necesidades básicas de la supervivencia, que no era beber ni comer, sino reproducirse.

No era el triángulo de Scarpa al que había que empitonar sino las bolsas colgantes que se alojaban en la taleguilla. De esa manera se respetaba la vida pero ya no habría testes para reproducir la casta de los matadores.

Contaban en el erial,- que tiempo atrás-, hubo un matador en cuya taleguilla sólo había un huevo pues el otro había sido extirpado por un hábil pitón. Y que, descendientes de aquel huevo, eran todos los matadores. El sabio toro viejo, arrinconado por su bravura, destinado a semental, pensó acertadamente que para crear castas de matadores no hace falta un par de huevos, con uno, como el del franco primer toro, era suficiente.

De ahí que se apunte a dónde se haya de apuntar. Hay que abrir los ojos y desparramar la vista.

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