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Pitos y corridas

Cristóbal D. Peñate

Suerte que el himno nacional de España no tiene letra. Como el de San Marino. Si la gente conociera las letras de las que están compuestos los himnos patrios se escandalizaría. Los himnos suelen estar llenos de advocaciones bélicas, violentas y agresivas que sus ciudadanos cantan en actos solemnes o sus deportistas declaman o tararean cuando se enfrentan a selecciones adversarias, aunque a veces más que contrarias parecen enemigas.

En España la gente está tan desocupada que ha convertido en debate nacional y trascendental la pitada al himno nacional en la final de copa entre el Bilbao y el Barcelona. Los mismos patriotas de hojalata que pitaron La Marsellesa en un partido entre España y Francia en el Vicente Calderón ahora se rasgan las vestiduras y claman al cielo por la pitada a la Marcha Real en el Camp Nou.

El himno nacional español proviene de la Marcha Granadera, una marcha militar de 1770, cuando reinaba Carlos III. Durante la República ese himno se sustituyó por el de Riego, pero pronto Franco lo recuperó en plena guerra civil tras sublevarse contra el poder legalme y democráticamente establecido. Y ahora a la gente le extraña que tenga tantos detractores.

El himno nacional de Francia, La Marsellesa, apela a las armas, como el de Portugal, que además añade patria y cañones.

Como el de México, que exalta la guerra. O el de EEUU, que se refiere a cohetes y bombas estallando en el aire. O el de Cuba, que habla de muerte, gloria, oprobio y combate. El de Irlanda menciona un cóctel de opresión, despotismo, cañones y balas. El de Italia nos previene para que nos preparemos ante la muerte. El de Polonia quiere recuperar la patria a golpe de sable. Otros temas violentos abogan por el derramamiento de sangre de Azerbayán, la venganza y la melodía de ametralladoras de Argelia, el corte de cabezas del invasor del Sahara, la construcción de la gran muralla con carne y sangre de China, los soldados de dios, patria y muerte de Sudán o la dicotomía mortal de patria o tumba de Uruguay, un país muy chico pero con el himno más largo del mundo, que en su versión íntegra dura seis interminables minutos.

En España hay millones de parados, gente a la que se le ha desprovisto de casa, pobres de solemnidad que no tienen donde caerse muertos, niños hambrientos que se nutren de lo que otros tiran a los contenedores de basura y, sin embargo, en este país de descerebrados se le da una importancia absurda a que unas aficiones de comunidades con gran implantación del soberanismo piten un himno con el que no se sienten identificados que rescató Franco y que la débil e imberbe transición democrática no supo o no pudo modificar para consensuar las sensibilidades de un país plurinacional. Se supone que los himnos son para unir a los pueblos y no para separarlos.

Escuché con cierto rubor que los que linchaban a los pitadores les invitaban a no jugar la final si no estaban de acuerdo con el himno, lo que es lo mismo que impedir a los no monárquicos que jueguen la copa del rey. No todos los futbolistas piensan como Peñafiel. También nos dicen que la pitada al himno habría sido imposible en países tan patriotas como Rusia, China o Brasil. Lo que pasa es que yo no quiero ser ruso, chino o brasileño. Ni siquiera estadounidense, al que se suele poner de ejemplo patrio. Entre otras cosas, porque deploro la pena de muerte.

Mientras la gran pitada ocurría la noche del sábado, unas horas después, a las cinco de la tarde del domingo, la 1 de TVE ofreció una corrida de toros, pasándose por el arco del triunfo la ley que prohíbe estos sangrientos espectáculos de maltrato animal en Canarias, y además en horario infantil. De gente tan insensible que prefiere la sangre gratuita y la tortura animal a la hora del te solo se puede esperar que ponga el grito en el cielo por que unas aficiones deportivas piten un himno impuesto sin consenso de horrorosa melodía y de letra ausente. A mí todo esto me deja sin palabras.

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