No se trata de ahorrar, ni de optimizar los recursos existentes. Ni siquiera de mejorar la calidad educativa y reducir el fracaso escolar. Se trata de una reforma ideológica que tiene varios aspectos evidentes, cada cual más involucionista. De un lado, meterle mano a los contenidos, un empeño muy marcado de la derecha que tuvo su primera manifestación en la abolición de la asignatura Educación para la Ciudadanía, pero que continuará claramente en dirección al Cid Campeador y la negación de los hechos diferenciales que cada autonomía quiera destacar en sus temarios. Es precisamente el ataque a la autonomía otro aspecto reseñable de lo que se conoce ya de la reforma. Se reducen las competencias de los gobiernos regionales de una manera descarada para reforzar el papel centralista del Estado, lo que en manos de Wert equivale a tener que esperarse lo peor. Perderán los alumnos de familias o entornos sociales menos favorecidos, ganarán los colegios privados y los concertados, y se vulnerarán sentencias como la reciente del Supremo que condenaba que la Administración sostenga la separación por sexos en la escuela. Pero también se recorta la representación de los padres en las decisiones hasta ahora adscritas a la comunidad educativa, y en nombre de la autoridad, ese sentimiento tan arraigado en la derecha, ya no será decisiva en la elección del director de cada centro. La euforia en la caverna era este viernes indisimulable. Y la portada con que La Razón se ha presentado este sábado en los quioscos es la muestra más palmaria: “Una educación, una Nación”. Y rián p'al puerto.