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El Hierro, ¿una isla museo?

Raúl Álamo

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Llevo reflexionando desde hace un tiempo el cómo escribir del futuro de El Hierro sin herir alguna que otra susceptibilidad, pero creo que casi 60 años, la mayoría viviendo en esta isla que me vio nacer y crecer, me legitiman a hacerlo con cierta libertad, no con toda la que sería deseable, porque siempre saldrá algún agorero, místico, veraneante u ombliguista a darte lecciones de cómo hacer las cosas en donde vives y trabajas.

Es patente que los tiempos cambian y las sociedades tienen que adaptarse necesariamente a las nuevas tendencias. También no es menos cierto que se puede lograr un equilibrio entre el cambio y el inmovilismo, porque el que un pueblo pierda su identidad no deja de ser la peor herencia que se puede dejar a las futuras generaciones, pero el estarse quieto y no evolucionar puede llevarnos a la muerte súbita.

Es bastante habitual escuchar la frase, creo que muchas veces pronunciada con la mejor intención y como buen consejo de aquellos que nos visitan o veranean: “El Hierro es un paraíso, no dejen que lo estropeen”. Yo particularmente, agradezco el consejo, pero mis distintas actividades, mis años, y mi irrenunciable amor por El Hierro, me conducen a manifestarles que hay cuatro `Hierros´ distintos: uno para disfrutarlo, otro para trabajarlo, otro para padecerlo, y el último o el primero, según el cristal con el que se mire, para vivirlo.

Detesto aquellos y aquellas que vienen a darnos lecciones de como conducir o reconducir las políticas en El Hierro, sobre todo los que a modo de prospecto en un medicamento, quieren sentar cátedra con sus sabias, y a la vez poco fundamentadas, recomendaciones para la curación del paciente. De que es lo que hay que hacer y qué es lo que no. Hay incluso algunos personajes, aquellos que salieron no sé si por necesidad o por casualidad, que si por ellos fueran pondría unas cadenas en los accesos portuarios y aeroportuarios que impidiera la entrada de turistas, porque si de ellos dependieran El Hierro debería convertirse en una “Isla Museo” en la que solo se escuche el silencio.

También los he visto, afortunadamente los menos, que vienen, te hablan de que nunca se irán, y cuando consiguen la plaza fija si te he visto no me acuerdo, aun entendiendo esas cosas de la reunificación familiar o del inevitable éxodo del medio rural al urbano buscando la ciudad por muy masificada e impersonal que sea, pero allí están los servicios.

Habría que explicarles a todos los que ven El Hierro como un lugar idílico, me imagino que por aquello de sus increíbles paisajes y el pausado ritmo que disfrutan en sus días de vacaciones, aspectos comprobables como que nuestros hijos salen a estudiar y nunca más vuelven a la isla porque no hay mercado laboral para acogerlos, salvo para ver a sus padres y reencontrase con su lugar de nacimiento. Que aún, y a estas alturas del siglo XXI, hay muchos herreños que no pueden continuar sus estudios por falta de recursos económicos para desplazarse a los centros académicos. Que tenemos, pese a los avances en materia sanitaria, que trasladarnos a los centros hospitalarios de las islas capitalinas para ser atendidos en distintas especialidades. Que los transportes aéreos y marítimos siguen siendo nuestra espada de Damocles para el desarrollo social y económico. Que El Hierro es una isla en la que nuestros ingresos no se ven compensados en la parte proporcional del sobrecosto de la doble insularidad. Que no existe vivienda social, la de alquiler es inaccesible para muchas familias, y que la autoconstrucción es la única alternativa y el suelo es caro por la falta de espacios urbanos.

En algunos casos hemos sido víctimas los propios herreños, y lo seguimos siendo aún, del excesivo auto proteccionismo de nuestro territorio, y nuestras marcas de prestigio o sellos de calidad, aun estando orgullosos de tenerlos, llámese Reserva de la Biosfera o Geoparque, poca rentabilidad nos ha dado; porque seguimos siendo casi los mismos al igual que las necesidades de la población, aunque reconozcamos que algo hemos evolucionado.

El futuro de El Hierro pasa por quitarnos esa careta de isla idílica y anclada al pasado, sin tener que renunciar a la identidad de pueblo. Por ejemplo, el construir un hotel no tiene porque convertirse necesariamente en una agresión al paisaje, si ponemos las herramientas necesarias para saber qué tipo de hotel queremos y qué tipo de turista. El que las estadísticas de incremento en el movimiento de pasajeros eligiendo El Hierro como su destino debe verse como un valor añadido, aunque también es verdad que debemos evaluar su grado de satisfacción, porque de nada nos vale un turista que viene ilusionado y se va defraudado.

Si queremos que El Hierro siga vivo y tenga vida, y que no se convierta en una Isla Museo, tenemos que plantear una planificación `equilibrada y de futuro´, o lo que es lo mismo, poner en la mesa una carta boca arriba, la que visualiza de donde partimos, y por descubrir otra que nos dirá donde queremos llegar. Espero haber conseguido que las susceptibilidades sean las menos.

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