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El asombroso mundo troglodita de Risco Caído que Julio Verne contó hace un siglo

Julio Verne y el emplazamiento de la caldera de Tejeda, en Gran Canaria

EFE

Las Palmas de Gran Canaria —

La Unesco acaba de reconocer a través de Risco Caído la cultura troglodita de raíces norteafricanas que los primeros pobladores de Gran Canaria trajeron consigo y que 1.500 años después se conserva en la vida cotidiana de la cumbre de la isla, para asombro de muchos fuera del archipiélago desde este domingo... Será porque no leen a Julio Verne.

Familias enteras del pueblo de Artenara, a 1.200 metros de altura, siguen viviendo a día de hoy en casas cueva, prolongando una costumbre que hunde sus raíces en la cultura Amazigh (bereber) a la que la Unesco acaba de rendir homenaje al catalogar como Patrimonio de la Humanidad las Montañas Sagradas de Gran Canaria, un paisaje de 18.000 hectáreas que abarca toda la Caldera de Tejeda.

Miles de turistas pasan cada día por la cumbre de Gran Canaria para contemplar los roques Nublo y Bentayga, disfrutar de una espectacular caldera volcánica que Miguel de Unanumo describió como “la tempestad petrificada”, comer en uno de los pueblos más bonitos de España (título del que presume Tejeda) o simplemente divisar, 100 kilómetros al noroeste, la imponente silueta del Teide, en Tenerife.

Pero no son tantos los que reparan en que muchos vecinos de esa zona viven en cuevas, en casas mejor o peor equipadas, pero cuya fachada oculta unas estancias excavadas en roca volcánica.

El templo astronómico prehispánico de Risco Caído es una de esas cavidades, y se encuentra en uno de los barrios trogloditas más humildes de Artenara, Barranco Hondo, donde hizo las funciones de pajar para el ganado hasta su descubrimiento en los años noventa.

El Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco se deshizo en elogios este domingo en Bakú (Azerbaiyán) a la conservación de todo ese legado de las viejas culturas prehispánicas de Gran Canaria cuando aprobó la propuesta de España para proteger Risco Caído y su entorno. Y a muchos les llamó la atención ese día que, en pleno siglo XXI, se hable de la pervivencia de culturas “trogloditas”.

Seguro que entre ellos no están los verdaderos fanáticos de Julio Verne, ni tampoco lo hubieran estado los miles de lectores que seguían sus novelas por entregas a principios del siglo XX en Le Journal, diario francés que entre octubre y diciembre de 1907 publicó L'agence Thompson and Co. (La agencia Thompson y Cía).

En la enorme producción del autor de Veinte mil leguas de viaje submarino, La vuelta al mundo en 80 días, Miguel Strogoff, La vuelta al mundo en 80 días, Cinco semanas en globo o Los hijos de capitán Grant, ese libro es una obra menor, que vio la luz dos años después de su muerte, por iniciativa de su hijo Michel.

“Situado en la pendiente interior de la Caldera de Tejeda en una altitud de 1.200 metros, el pueblo de Artenara es el más elevado de toda la isla, ofreciendo una vista espléndida. El circo, sin hundimiento, sin ningún desplome, sin ninguna cortadura, desarrolla ante las miradas atónitas su elipse de 35 kilómetros, de cuyos lados convergen hacia el centro arroyos y colinas bajas, a cuyo abrigo se han construido aldeas y caseríos”, escribe Verne, describiendo el mismo paisaje que Unamuno visitaría en 1910 y que él nunca pisó.

“La villa es de las más singulares. Poblada única y exclusivamente de carboneros que, de no evitarlo, pronto habrán hecho desaparecer de la isla los últimos vestigios de vegetación, Artenara es una población de trogloditas. Tan sólo la iglesia eleva su campanario al aire libre. Las casas de los hombres están cavadas en las murallas del circo, colocadas las unas encima de las otras e iluminadas por aberturas que desempeñan el papel de ventanas”.

“El suelo de estas casas se halla recubierto de esteras, sobre las que se sientan para las comidas. En cuanto a los demás asientos y a los lechos, la naturaleza misma era la que hacía el gasto, y los ingeniosos canarios se han contentado con aprovecharse de esas ventajas de la naturaleza”, remata el autor francés.

Son solo tres extractos del capítulo 19, cuando un grupo de excursionistas llega a la cumbre de Gran Canaria.

Por cierto, la novela narra una historia ambientada en cómo la agencia Thompson organiza a finales del siglo XIX un crucero a Canarias para ingleses ahorrando costes en feroz lucha con la competencia. Así que... sí, bien pudiera decirse que Verne predijo algo más que los submarinos o los viajes a la Luna.

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