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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

El volcán sin nombre cumple 40 días de destrucción en La Palma

Un hombre observa el cono principal del volcán en La Palma, que cumple ya 40 días de erupción

Dácil Jiménez

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El 19 de septiembre, tras varios días con terremotos poco profundos, ocurrió lo que la mayoría de los canarios consideraba entonces impensable: se abrió la tierra en la cumbre de La Palma y de ella comenzaron a brotar lava, cenizas y otras escorias volcánicas. La impresión general en esos primeros minutos, e incluso horas, fue de asombro y emoción, conscientes de que se estaba asistiendo a un día histórico. Incluso hubo momentos para el buen humor cuando comenzaron a circular a borbotones vídeos del instante de la explosión, en una zona entonces boscosa. Pocos, a excepción de los científicos, podían imaginar que ese recién nacido volcán se convertiría en poco tiempo en el más destructivo de la historia reciente de la isla, un volcán muy distinto al “amable” Teneguía y que transformaría para siempre el paisaje y a las gentes del Valle de Aridane.

Aquella mañana, las autoridades del Plan de Emergencia Volcánica de Canarias (Pevolca) ya habían ordenado la evacuación de las personas con movilidad reducida de algunas poblaciones del valle, como Las Manchas, Jedey, San Nicolás, El Paraíso, El Charco, La Bombilla, El Remo y Puerto Naos. Fueron alojados de forma provisional en el Acuartelamiento de El Fuerte (días después recibieron la visita del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y de los reyes Felipe VI y Letizia).

La erupción era inminente, pero la población estaba tranquila, pensando en muchos casos que todo quedaría en un susto, que la vida seguiría igual, como siempre, a la sombra de volcanes antiguos y apagados. Pero una vez que se abrió la tierra y la lava comenzó a deslizarse ladera abajo, rumbo al mar, la alegría comenzó a desdibujarse poco a poco. Unas 5.000 personas fueron evacuadas ya ese primer día. Algunos pensaron entonces que volverían pocas horas después, que era pura precaución, y se llevaron consigo nada o muy poca cosa. Por desgracia, muchos de estos vecinos no volverían nunca más a ver sus casas ni sus objetos personales.

A los dos días las coladas, ya perfectamente visibles, habían avanzado y comenzado a destruir las viviendas y construcciones más cercanas. Y empezó a preocupar otra cosa: sobre el incipiente cono, aún imperceptible, se estaba formando una enorme columna negra, gris y blanquecina de ceniza y gases que ascendía varios miles de metros sobre La Palma. Una débil lluvia de polvo oscuro y áspero comenzó a depositarse sobre el Valle de Aridane, pero también sobre otros puntos de la isla. Apenas una semana después de la erupción, esa nube de ceniza obligó a cancelar la operatividad del Aeropuerto palmero. La isla ya solo era accesible por mar, así que se reforzaron los trayectos en barco, necesarios para transportar a los numerosos equipos de emergencias (bomberos, agentes forestales, agentes de medio ambiente, agentes de protección civil, personal de Cruz Roja, etcétera) que acudió a la isla a colaborar.

Ya en esos primeros días comenzó a gestarse una avalancha de solidaridad con la isla y sus vecinos, a quienes se enviaban grandes cantidades de ropa y comida imperecedera desde otras localidades e islas canarias. Incluso se habilitó un polideportivo para organizar la distribución de esas ayudas. Las imágenes de la lava arrasando viviendas, piscinas, cultivos, coches, carreteras o cualquier otra cosa que se encontrara en su camino valle abajo conmovieron a todo el país, y más allá, porque el volcán sin nombre en Cumbre Vieja ha copado los informativos de medio mundo.

Todoque, un barrio desaparecido

La segunda semana de erupción el drama era ya incontenible y no quedaba rastro alguno de la alegría inicial. El ruido ensordecedor de las explosiones, los constantes temblores de tierra, la ceniza, los gases y, sobre todo, la temible lava no han dado tregua desde entonces. El volcán asestó un duro golpe cuando destruyó casi completamente el barrio de Todoque. La colada de lava, lenta pero irrefrenable, acabó con la iglesia, el colegio, la asociación de vecinos, el centro de salud... Los vecinos, evacuados desde hacía días, vieron cómo sus casas, sus calles, sus jardines, sus plazas, su barrio entero desaparecía bajo el muro de fuego y piedras.

Camiones abarrotados de muebles y recuerdos huían de las localidades cercanas para intentar salvar algo antes de que el volcán extendiera alguno de sus caprichosos brazos en esa dirección. Una colada hacia el norte, otra hacia el sur, el oeste... y siempre cuesta abajo, hacia el mar. Allí llegó la lava por fin diez días después de la erupción. Entre la playa de los Guirres y El Charcón, cayendo por un acantilado, empezó a depositarse en la pplaya. Piedra a piedra, el flujo constante de lava se extendió sobre el mar formando un delta lávico, o fajana, que ya ha alcanzado más de medio kilómetro de ancho. Una enorme nube de gases producidos al entrar en contacto la lava con el agua obligó a confinar varias poblaciones, cuyos vecinos debían asegurarse de que no entrase aire del exterior por las ventanas o puertas, ni dejar animales fuera, y cubrir los alimentos expuestos, como si de una película de terror se tratase.

El barrio de La Laguna corrió una suerte similar a la de Todoque, aunque la lava solo lo afectó en parte. Cerca de la costa, lo más dañado son las fincas plataneras. Y donde no ha pasado la lava, el problema es la ceniza acumulada en la fruta y la falta de agua para su riego. Ha habido que instalar desaladoras de emergencia, que se tardó varios días en llevar hasta el lugar, para poder disponer de agua.

Ayudas para La Palma

El 28 de septiembre, menos de diez días después de empezar la erupción, el Consejo de Ministros aprobó declarar La Palma como Zona Gravemente Afectada por una Emergencia. Fue el primer paso de un plan de rescate y reconstrucción de la zona afectada por el volcán. Organizado en varias fases con más de 200 millones asignados hasta ahora, ya se han transferido los primeros diez, que han ido destinados a comprar viviendas y enseres para las personas que han perdido sus hogares. Pedro Sánchez ha visitado La Palma en cinco ocasiones, y prácticamente todos los ministros han acudido también a la isla para conocer de primera mano la emergencia.

El Gobierno de Canarias ha organizado sus propias ayudas y ha aprobado un decreto ley para agilizar los trámites de las mismas; los cabildos insulares se han unido destinando también parte de sus fondos a La Palma. Y están por llegar también las ayudas de la Unión Europea. En conjunto, irán destinadas no solo a quienes han perdido sus casas y terrenos, sino también a la recuperación económica de la zona, ya que el Valle de Aridane es el corazón de la producción platanera de la isla; también a la recuperación turística, porque la emergencia ha ahuyentado a los visitantes; y a la reconstrucción (carreteras, suministros eléctricos y de aguas, comunicaciones, etcétera).

Cuarenta días después, el volcán no ha cesado de emitir lava y gases y, según los expertos del Pevolca, aún no muestra signos de que el final de la erupción esté cerca. La tierra tiembla más, con terremotos que han llegado a una magnitud de 4,9 y que, en algunos casos, se han sentido en otras islas del archipiélago. Las hectáreas arrasadas superan las 911, y las construcciones afectadas son ya más de 2.000. Mientras, la ceniza se acumula en las inmediaciones del volcán, donde los vecinos se afanan, ayudados por el ejército y bomberos, para retirarla y evitar que su peso provoque más daños. Pero allí donde está prohibido el acceso, en la llamada zona de exclusión, el polvo volcánico ha sepultado casas y terrenos transformado el paisaje de un bosque verde a una zona negra y yerma.

Sin un final en el horizonte, y expulsando miles de toneladas de dióxido de azufre a diario, además de lava y piroclastos, el volcán muestra gran explosividad, con varias bocas eruptivas muy activas, cambia de forma con repentinos derrumbes del cono principal, y sigue rugiendo con fuerza. Nuevas coladas provocan más destrozos y amenazan a poblaciones que han escapado hasta ahora del curso de la lava; la calidad del aire, muy vigilada, es otra amenaza constante.

Estas condiciones de intranquilidad, que duran ya semanas, afectan a la salud de los palmeros, especialmente a los del castigado Valle de Aridane y, aunque no hay que lamentar víctimas, los daños causados por esta erupción sin nombre (aparte de los materiales) son ya incontables.

Como ha repetido en varias ocasiones el presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, “esta emergencia no acabará cuando se apague el volcán, sino cuando la isla recupere su normalidad”. Los palmeros y palmeras ya lo han logrado con éxito en el pasado: volverá la tranquilidad, volverá el color negro a teñirse de verde y la isla, a ser tan bonita como siempre.

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