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No tan iguales ante la Justicia

Iñaki Urdangarín y Cristina de Borbón. (EFE).

José A. Alemán

Las Palmas de Gran Canaria —

Iñaki Urdangarin visitó el jueves pasado la Audiencia de Palma de Mallorca para confirmar que la Justicia es más igual para unos que para otros. Entró, oyó lo que tenían que decirle, al rato salió, montó en un coche negro y tiró para el aeropuerto de vuelta a Ginebra; a disfrutar de su libertad condicional a la espera de la definitiva y sin otra obligación que presentarse una vez al mes y firmar que sigue ahí a la espera de que el Tribunal Supremo falle el recurso que cerrará el caso. Y no menos bien parado salió Diego Torres, su ex socio, aunque, eso sí, quedó claro que todavía hay clases: mientras Urdangarin puede seguir residiendo en Ginebra y viajar fuera de Europa, Torres no podrá salir de España.

El juez Castro, que durante cinco años instruyó la causa de Nóos y sentó en el banquillo a la infanta Cristina, se negó a opinar sobre el fallo de hecho público el jueves… aunque, significativamente, ante la insistencia de los periodistas, acabara por reafirmarse en las conclusiones que sentó en su instrucción, las que no compartieron las tres magistradas juzgadoras con las que, resulta evidente, no está Castro muy de acuerdo. Por más que el ministro de Justicia, Rafael Catalá, les dedicara calurosos elogios por la profesionalidad de los criterios aplicados y su independencia; dos virtudes, la profesionalidad y la independencia, que han de suponérseles a los jueces, bonito fuera, como el valor al soldado. Dado que se pondera y elogia lo infrecuente, debo colegir y colijo que Catalá debe considerar normal que los jueces actúen de manera distinta. Para más INRI, proclamó su confianza en que decidirían también con eso, con profesionalidad e independencia, las que pasan por dejar en libertad a Urdangarin, lo que aconsejan determinadas razones de Estado. Porque, ya saben, la gente ruin no tardaría en maliciar que las órdenes del Gobierno para que lo dejen libre buscaban evitar el espectáculo de la infanta llevándole la fiambrera con la comida los días de visita, que el rancho carcelario deja mucho que desear. Todo un alegantín el muy ministro.

Por otro lado, hay jueces y fiscales independientes que no suelen ser de a los que mejor les va en sus carreras. La independencia se paga cara en España, es fama. Hace unos días, José Mazas, nuevo fiscal general procedió a cambios en las fiscalías que afectaron de forma especial a fiscales destacados por su contumaz persecución de la corrupción que figura entre las principales industrias españolas. Uno de esos fiscales, Manuel López Bernal, ha sido relevado en Murcia justo cuando el caso abierto del Auditorio de Puerto Lumbreras alcanzaba su momento álgido. Fue el fiscal que puso en la lista de investigados al antiguo alcalde de la localidad, Pedro Antonio Sánchez, hoy presidente de la Comunidad murciana para quien Ciudadanos exige su dimisión en cumplimiento con los términos del pacto anticorrupción que el partido de Rivera, oficiando de primavera total, suscribió con el PP. Los populares se niegan a cumplir semejante compromiso suscrito en su momento para salir del paso. Ojos que te vieron dir por esos mares adentro, que dicen los clásicos.

Y nada les digo, volviendo a Catalá, de sus opiniones sobre los fiscales de la Púnica dentro de la moda que ha sacado el ministro de criticar a los que considera meros dependientes jerárquicos del Gobierno y no miembros del Poder Judicial, teóricamente independiente del Ejecutivo al que pertenece Catalá. Que no se ha inmutado con las revelaciones de uno de los fiscales molestos quitados de en medio. Me refiero al ya citado Manuel López Bernal, que ha denunciado la frecuencia con que los fiscales comprometidos contra la corrupción, como él mismo, reciben insultos, amenazas y coacciones, incluso asaltos a sus en sus domicilios sin robarles nada que no fuera que no fuera documentación para hacerles entender que no se trataba de un robo sino de la advertencia que como siguieran en el mismo plan de investigar la corrupción se iban a enterar. Las denuncias de López Bernal han levantado polvareda porque ya lo único que nos falta es que proliferen estas prácticas años 20.

No ha favorecido el ministro Catalá al crédito de la Justicia con sus excesos de opinión. Desde luego no tiene clara la función del ministro del ramo y no sé yo qué opina de la división de poderes. Nada bueno, imagino. No parece entender que la Justicia no es un juguete del Gobierno sino uno de los poderes fundamentales del Estado. Lo digo porque algún comentario he escuchado acerca del hecho de que el mismo jueves por la mañana, aún sin digerir lo de Urdangarin, saltara la noticia de las condenas de Miguel Blesa (6 años) y Rodrigo Rato (4 y medio) por apropiación indebida continuada en el caso de las tarjetas black. Entre la casualidad y la causalidad de semejante coincidencia los hubo que optaron por la segunda, convencidos de que se quiso reducir el impacto en la opinión pública del buen trato a Urdangarin con la noticia de la prisión para Blesa y Rato.

Un cura en Carnaval

La ocurrencia del cura o padre Báez, que tanto monta, de subirse al escenario de Santa Catalina con la murga de Los Legañosos, sorprendió. Pero sólo para los menos avisados pues cosa como esa era de esperar. Digo, ojo, que era de esperar, no que lo esperara. Y añado que interesa menos adivinar cual será la próxima que se le ocurra a este personaje que dar con la relación entre las ya conocidas por actuadas. Al fin y al cabo, se trata de un sacerdote tocado por el Espíritu Santo que no es de los que inspira a tontas y a locas de modo que nos conviene, a todos, permanecer alerta y descubrir sus intenciones.

Si nos remontamos a las dos últimas del cura Báez no es difícil adivinar su intencionalidad. No entendí muy bien, en su día, la forma en que arremetió contra los pinos a los que, acusaba, pobrecitos, de impedir a la flora autóctona desplegarse y crecer al modo. No le veía yo mayor sentido a lo que parecía mayormente un barrenillo hasta que advertí que quería crear pastos, cuanto más mejor, para alimento de cabras guaniles. Es comprensible, pues, que armara la carajera cuando el Cabildo dio en organizar batidas que las tirotearan por alturas y desriscaderos. Aunque, en verdad, sin entender la razón de semejante perreta más allá de un populismo que no podía ser más evidente. Como quedó bien claro con algún que otro llamamiento a que todos tuviéramos una cabra en el salón. Salvo, claro, quienes vivieran en casa terrera con azotea ad hoc.

Pero, como digo, no entendía nada. Hasta verlo enrolado en una murga carnavalera: los pinos, la flora autóctona y las cabras no le interesaban sino para ganar notoriedad loquinaria y poder acercarse sin levantar recelos a las trincheras de los carnavaleros siempre temerosos de que surgiera un émulo del obispo Pildain dispuesto a acabar con la diversión. El cura Báez no se ha entregado al Carnaval y su entusiasmo histriónico no es el de un neófito sino que forma parte de la misma impostura. El cura Báez no está en las antípodas de Pildain y sus campañas no contra el Mundo, el Demonio y la Carne, que son los enemigos del hombre sino cuasi exclusivamente contra la Carne de la que provienen las otras dos.

Yo recomendaría a los carnavaleros que no se fíen. Salvo prueba en contrario, claro, porque tampoco cabe descartar una sincera conversión. No sería la primera vez que un agente del clericato se vira y abandona su misión de acabar con la burla y la chacota de los modos y maneras de los curas y monjas, aunque griten con todas sus fuerzas ¡libertad, libertad, libertad! como un estribillo de composición anticlerical. En definitiva, están obligados Los Legañosos, la murga que ampara al supuesto cura converso, a cerciorarse de que no ha planeado alguna añagaza que de momento se nos oculta para combatir el anticlericalismo casi nunca ausente del jolgorio que alcanza su máxima expresión con el Entierro de la Sardina, a pique de convertirla en una de esas insulsas ceremonias laicas sin un mal obispo, ni siquiera un simple clérigo, que acompañe a las viudas y las consuelen si se diera el caso y fuere menester.

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