La Ley del suelo: ¿Qué hay de lo mío?
No sé si ustedes han advertido la frecuencia con que se encienden en las islas discusiones que se apagan con la misma debido no sé si a nuestra indolencia indígena o al silencio impuesto por los interesados en meterles sordina a los asuntos. El fenómeno acaba de repetirse con el anteproyecto de la nueva ley del Suelo que se trajina el Gobierno de Fernando Clavijo.
No estoy seguro de que la ley anunciada sea en verdad nueva, esto es, que mire por los intereses de las generaciones actuales y venideras y menos por el negocio de los de siempre. Ya peina uno demasiadas canas para no desconfiar de las intenciones de los gobernantes. Pertenezco a la última generación de jóvenes que asistió en Gran Canaria a la destrucción del Sur, allá por los 60 y 70 del siglo pasado; la misma que, de regreso a la isla después de un tiempo fuera encontraba feos disparates arquitectónicos donde hubo un hermoso edificio o un bello rincón entrañable. La destrucción del entorno del Guiniguada es prueba palmaria de la ignorancia de los mandamases de la época y de cuanto despreciaban el valor del que fue núcleo fundacional de la capital grancanaria. Quienes se opusieron a la obra fueron tachados, como siempre, de comunistas (lo de antisistema es hallazgo reciente) y sus planteamientos públicos silenciados.
Recordaré en este punto a los menos memoriosos que entre las soluciones alternativas para salvar el Guiniguada, propuestas por la que entonces no se atrevía a llamarse sociedad civil, estuvo construir el acceso del centro por el Lasso acondicionando y prolongando la avenida de San Cristóbal: paradójicamente, esta fue la solución que se le acaba de dar ahora; sólo que, al ser ya imposible trazarla por el Lasso a cielo abierto, se tuvo que perforar el túnel bajo el barrio de San José con lo que ya me contarán. Con estos y otros antecedentes, entiendo muy bien la alarma de Ben Magec ante el anuncio de la ley del Suelo pues a mí también se me ponen los pelos de punta al paso de un camión cargado de bloques, bovedillas y malas intenciones.
Los empresarios, sin embargo, han saludado a la ley, entusiasmados. Como si no se les viera venir cuando se quejan de la penosa burocracia que demora la realización de los proyectos… para proponer acto seguido una solución mágica al problema: cargarse la Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias (COTMAC).
Vaya por delante que no seré yo quien rompa lanzas por la COTMAC. Seguramente, tienen fundamento en principio las quejas empresariales aunque no digan toda la verdad. Pero llama la atención que pongan menos énfasis en exigir a quien corresponda un funcionamiento rápido y eficaz que en arremeter contra el organismo encargado de ordenar y controlar el uso del territorio.
Llama también la atención que semejante “cruzada” no la acompañen actos de contricción y propósito de la enmienda, pues son las presiones empresariales las que inducen a los políticos a buscar alambicados subterfugios con que burlar normas que se acaban contradiciendo o excluyendo hasta hacer bueno lo de a río revuelto, ganancia de pescadores. No sé si será así exactamente, pero he comprobado que una vez realizado el proyecto no suelen prevalecer sobre él ni las sentencias de derribo de los tribunales: ese castigo se reserva para los pobres diablos indefensos y a los hoteles de Lanzarote me remito.
No sorprende que las organizaciones empresariales tiren voladores para celebrar el anteproyecto de ley en marcha. Al que, me cuentan, se ha “adherido” la vicepresiden- ta del Gobierno, la muy atrevida, a la que dejaré estar de momento. Me interesa más insistir en algo que no ignoran los dirigentes empresariales: son las prisas por sacar adelante proyectos de legalidad discutible o ilegales las que provocan la selvatización normativa que empantana las tramitaciones. No digo, desde luego, que no sean ciertos los efectos negativos del mal funcionamiento administrativo, pero no hay el menor atisbo de autocrítica pues las presiones económicas llevan a los políticos a buscarle la vuelta a la ley para burlarla y complacer al promotor. Aquí debe recordarse la memoria de la Fiscalía de Canarias de hace unos años, la que señaló a los alcaldes como principales responsables de los delitos urbanísticos. Fue a parar al fondo del cajón y olvidada hasta el punto de que el anteproyecto de Clavijo prevé darle a los alcaldes mayores competencias urbanísticas; cosa que algún pánfilo ha considerado excelente idea para alentar el desarrollo autonómico.
La falta de prudencia (y contricción) que les digo de los dirigentes patronales se aprecia, cómo no, en Agustín Manrique, presidente del empresariado grancanario. Llegó, el hombre, a aplaudir la “valentía” de Clavijo, lo que produce perplejidad. Lo valiente sería, en todo caso, ordenar un diagnóstico de la situación del suelo y obrar en consecuencia para poner en piedras de ocho esta ley del Suelo, no la de Merimé. Lo que sugiere Ben Magec, por cierto. Además, habla de “reactivación”, la que confunde con “recuperación”: como si fuera lo mismo reactivarle a un sujeto el corazón enfermo mediante choques eléctricos que recuperarlo para correr la Transgrancanaria.
Para acabar sin que me acusen de discriminación, Salud Gil, presidenta de los constructores de Las Palmas. No le alegra menos la ley de Clavijo y dice que viene a “desanudar trámites” (sin aclarar quien los anudó) y a ofrecer “criterios eficientes para resolver problemas, en vez de creárselos, a la inversión”.
Diría que la única noticia buena de las últimas semanas son las de la UD y esa ley para regular la actividad de los lobbys (¿o loobies?) dicho sea en inglés innecesario, pues la figura se llama en España “grupo de presión”. Como ya ocurre en otros países, va a crearse un registro de tales grupos que quedarán legalmente facultados para gestionar cerca de la administración lo que haga falta sin esconderse y responder a quienes les pregunten, ¿qué hay de lo mío?
La UE me la han cambiado
Quienes padecieron “la larga noche del franquismo”, dicho sea en prosa poética o así, recordarán aquel himno fascista que decía lo de “en España empieza a amanecer”; Canarias una hora después, claro. Veíamos al entonces Mercado Común como el lugar donde queríamos estar pero no nos dejaban porque no vivíamos en democracia. Eso le daba a la que luego sería Comunidad y hoy Unión y dos huevos duros una imagen a nuestros ojos que era, en realidad, ilusión.
No es democracia lo que reluce. -Escribió Tony Judt: “Resulta comprensiblemente tentador narrar la historia de la inesperada recuperación europea a partir de 1945 en clave autocomplaciente o incluso lírica. Al igual que muchos mitos, ese milagro encierra un mínimo elemento de verdad, pero deja fuera la mayor parte”.
La referencia a 1945 es a la derrota nazi, punto de partida de la Europa que hemos conocido. A la que añado una frase lapidaria del ex ministro israelí de Exteriores, Shlomo Ben Ami: “Europa es un continente saturado de historia y acosado por el espectro de la repetición”, una definición muy ajustada pues fruto muy principal de ese acoso fue, precisamente, el Mercado Común. Porque no hay dos sin tres: el continente encendió el fuego de dos guerras mundiales en menos de medio siglo y le espantaba la posibilidad de una tercera. Por eso los “padres de Europa” pusieron en marcha la hoy llamada Unión Europea en la segunda mitad de la década de los 50 del siglo pasado: querían aventar el fantasma de la repetición como puso de manifiesto el ministro de Hacienda alemán, Wolfgang Schäuble al lamentar, no hace mucho, que “ya no se puede convencer a los jóvenes de que la UE es imprescindible para evitar otra guerra. Hay una generación para la que eso nada vale. Necesitamos nuevas razones”.
Por su parte, Hans Magnus Enzernsberger, ha señalado que a los países europeos ya no los rigen las instituciones sino una serie de siglas que sólo los expertos están en condiciones de desgranar. Además, añade, nadie sabe cómo se adoptan las decisiones en la Comisión Europea o en el Eurogrupo: tales organismos no aparecen en ninguna Constitución, ningún elector puede decir nada y el único actor es el mercado, los “mercados”, que expresa su poder en oscilaciones de los tipos de cambio y de intereses y a través de los ratings de algunas agencias. Habla también de que ya se ha llegado a postular la abolición del Estado de Derecho, por ejemplo en el Tratado sobre el Mecanismo de Estabilidad Financiera (MEDE) y sus decisiones inmediatamente ejecutivas a escala internacional y sin necesidad de la aprobación de los Parlamentos nacionales ni de rendir cuentas ante la opinión pública, Christine Lagarde, presidenta del FMI ha sido aún más terminante pues para ella la democracia ha sido el mayor obstáculo para luchar con la crisis, según ha dicho.
La integración europea, asunto de elites.- Podría pensarse que la UE y los mandatarios de sus países miembros han traicionado el espíritu democrático de Europa. Es posible que ese espíritu adornara a quienes pusieron en pie la organización europea, pero es más cierto que el modelo que aplicaron estaba en consonancia con el despotismo ilustrado, no con la democracia como Dios manda. Todo para el pueblo pero sin el pueblo, venían a decir. La experiencia del nazismo los llevó a desconfiar de la soberanía popular, a abominar de rivalidades ideológicas, de los nacionalismos excluyentes y los odios raciales. Estaban convencidos de que la cooperación internacional necesaria para evitar nuevas conflagraciones la garantizaban mejor los liderazgos tecnocráticos y cogieron ese camino por el que acabaron dando el poder a los neoliberales y sus tesis que rechazan los viejos liberales fetén; aunque deba tenerse en cuenta que aquellos hermosos palabros dieciochescos de libertad y derechos del hombre no incluían a los esclavos; lo mismo que los neoliberales hablan hoy de recuperación económica, progreso, etcétera, pensando en las clases altas de un mundo futuro en el que ya no contarán la clases populares sometidas.
Aunque lo dijera a la pata llana, no me negarán que la explicación de que sigan los neoliberales erre que erre con una política que los demás consideran fracasada podría obedecer a que el fracaso que los demás apreciamos es justo lo que buscan. Sami Nair hace otra lectura y considera que tras el fiasco de las elites económicas, políticas y tecnocráticas ya no podrá tildarse de “antieuropeístas” a quienes critican un proyecto económico, el neoliberal, que supone embarrancado: no en vano, su aplicación ha provocado una elevada tasa de paro con todos los visos de ser estructural, además de condenar al menos a una generación de jóvenes en el altar de la austeridad. Sin duda, el paro y el sacrificio de los jóvenes son auténticos desastres, pero ya Naomi Klein dejó claro que para Milton Friedman, gurú neoliberal, las catástrofes proporcionan las mejores oportunidades para introducir su modelo económico aprovechando la postración y el desánimo de quienes las han sufrido.
De vuelta a Europa, está claro que la integración europea es cosa de las elites. El aristocratismo instalado en los ámbitos de decisión de la UE en su día por los motivos señalados está en el origen de cuanto ocurre. Para evitar suspicacias y malas reacciones los intereses cotidianos de los ciudadanos y los asuntos con menor capacidad de movilización quedaron en manos de los Estados nacionales; la elite directora se reservó la fuerza de los mercados fuera de cualquier control democrático y cuanto se movía en los ámbitos supranacionales. Siempre vieron con extrañeza los menos avisados que las opiniones públicas de los Estados nacionales no se interesaban por las instituciones europeas donde se tomaban decisiones que les afectaban. Que yo recuerde, hasta las últimas elecciones europeas no se planteó con alguna exigencia la democratización de la UE. Eso después de años en que las instituciones europeas fueron haciéndose cargo de multitud de aspectos de las áreas hasta entonces reservadas a los Estados Nacionales sometidos a un proceso de domesticación lenta pero eficaz en el que transfirieron los mandatarios de los países miembros jirones de la misma soberanía nacional que, como en el caso de España, se esgrime, por ejemplo, contra los catalanes.
Al escondite, ingles.- Una de las inquietudes es lo que pueda ocurrir si, de repente, grandes sectores ciudadanos, que se creían protegidos por sus Estados nacionales, descubren que están a merced, por ejemplo, de la troika. Hasta no hace mucho fue posible mantenerlos en la inopia pero ya no. El proyecto europeo estaba ahí sin molestar a nadie y no suscitaba reacciones hasta que, de pronto, comenzó a emerger un europeísmo empeñado en hacer saltar por los aires las cautelas de los fundadores del Mercado Común, hoy UE. Es curioso que desde siempre los rezongos contra las instituciones europeas fueran exclusiva de la izquierda (la “Europa de los mercaderes”, etcétera) y que ahora los partidos antieuropeístas se extiendan por los predios de la derecha y no falten grupos fascistas, xenófobos, racistas, nacionalistas y demás que no están menos por la labor de hacerse con sus Estados nacionales y reventar Europa. Si los padres fundadores no querían caldo ahora les corresponderían varias tazas.
Preocupa particularmente el caso del Reino Unido. El Brexit. Creo que los canarios somos los que nos sentimos más identificados con los británicos, isleños al fin y al cabo como nosotros. Sin embargo, esa identificación se debilita al comprobar que el vacilón no les sale de genio racial alguno sino del poderío anglosajón. Que no es ninguna broma. Tienen la City londinense y Wall Street; como tienen los diarios ‘Wall Street Journal’ y ‘Financial Times’, además del semanario ‘The Economist’, o sea, la Prensa económica más poderosa del mundo. Encima, asegura Antonio Garrigues Walker que el Derecho Financiero mundial es de origen anglosajón y que tienen las principales agencias de riesgo: Moody´s, Standard&Poor´s y Fitch lo que los pone en condiciones de cuestionar el euro y los países que les dé la gana.
No parece necesario recordar que los centros del neoliberalismo están en los USA y el Reino Unido y que se han preocupado lo suyo de quitarle a Europa toda autoridad para dársela a los bancos que han aumentado su poder sobre las empresas. Está claro que nos equivocamos quienes creímos que la feroz oposición de De Gaulle al ingreso de Reino Unido en la UE era cabezonería cuando, en realidad, sabía con quien se gastaba los cuartos.
Salir de la UE es una idea tan popular en el Reino Unido que ha dado lugar a la aparición del UKIP que propone el Brexit. En realidad, a pesar de cuanto dicen y rajan, no se saben si quieren estar dentro pero fuera o si prefieren quedarse fuera sin dejar de estar dentro. Hasta ahora han jugado los británicos con la ambigüedad de no estar claro el procedimiento a seguir para abandonar la UE. Pero ocurre que ese mecanismo ya existe: es el previsto en el artículo I-60 de la frustrada Constitución Europea que acabó incorporado al Tratado de Lisboa con lo que ya hay una puerta de salida. La cuestión es que nadie ha solicitado utilizarla. Ni siquiera David Cameron, que, aun siendo euroescéptico, no se atreve a plantear la ruptura abiertamente, entre otras cosas, imagino, porque los escoceses no quieren marcharse de la UE y en caso de que gane el referéndum del 23 de junio la opción de abandonar la UE, se la forman, seguro. Hay otra particularidad en el Brexit: en el supuesto de que los británicos opten por irse, no lo harían de forma inmediata sino que se negociaría con Bruselas el futuro status británico y en ningún caso se pondría en marcha el mecanismo de salida. Mandan quienes mandan.
Europa ya no es lo que era.- Frente al poderío anglosajón, la incapacidad europea. Durante mucho tiempo fue el eje París-Bonn la espina dorsal del proyecto europeo. Hoy tendría que ser París-Berlín pero ya no es y la UE aparece descoyuntada. Pareció que Alemania iba a asumir el liderazgo del continente en solitario pero no parece que a los alemanes les guste la idea ni que los demás miembros vean con buenos ojos esa posibilidad. A lo que sigue pesando sobre los alemanes su pasado belicista se añade el temor de sus socios de que puedan volver a las andadas.
Por otro lado, es posible que los USA alentaran a la UE a ampliarse más de lo prudente. La URSS pasó a mejor vida pero ahí seguía el viejo Imperio ruso. Había que poner de la banda de acá a los antiguos satélites, los que fueron incorporados a toda prisa, sin aguardar a que reunieran los requisitos que se han exigido desde siempre a los aspirantes. Con lo que se ha puesto en peligro el futuro de la integración porque no se ha salvado el abismo que separa a los miembros orientales de los occidentales. No cumplen con la democracia exigida Hungría y Víctor Orban; tampoco Polonia donde Jaroslaw Kaczynski ha lanzado una ofensiva para hacerse con los medios informativos, la administración pública y la Justicia.
En general, los países de Europa oriental no comparten la herencia del colonialismo que subyace bajo el problema de la avalancha de refugiados. La idea es que los problemas lo arreglen quienes los generaron, o sea, las potencias coloniales. Hay muchas más razones para que los miembros orientales no aprecien a los occidentales como, en el caso de los polacos, por la forma en que fueron entregados a Stalin en Yalta. También el conflicto ucranio tuvo que ver con los recelos de los dos imperios.
La crisis de los refugiados ha acabado por sacarlo todo de quicio. Por un lado, el impresionante número de refugiados ante los que se van levantando barreras para impedirles el paso. Angela Merkel trató de salvar la cara y el resultado fue el debilitamiento de su liderazgo alemán mientras en Sajonia afila las garras la ultraderecha. Su posición es muy débil y desde luego no la han favorecido los acuerdos con Turquía a la que se le facilitarán las cosas para su ingreso en la UE. No importa que diste bastante de tener un régimen democrático, ni tampoco las dudas acerca de la legalidad de los acuerdos. Se le pagará a Ankara para que contenga a las masas de desgraciados; podrán sus ciudadanos viajar por Europa sin visado, etcétera. No está haciendo Europa un papel muy lucido mientras poco a poco el grueso de la actividad del planeta se desplaza hacia el Pacífico en perjuicio del Atlántico, el Océano europeo y las fronteras y vallas que proliferan por todas partes indica que Europa ya no es la que fue.