Espacio de opinión de La Palma Ahora
El agua, fuente de vida
“Algo tendrá el agua cuando la bendicen”. Noches atrás, al oír desde la cama el alegre repicar de las gotas espesas en el cristal de la ventana, recordé que como todos los años el 22 de marzo se celebra el Día internacional del Agua. El agua es un elemento esencial para la vida, el desarrollo humano y el crecimiento económico, pero como sabemos se trata de un bien preciado cada vez más limitado y además mal repartido, algo que se agrava con el paso del tiempo. Con la conciencia alerta, la lluvia me pareció una canción recobrada de la infancia, que nos llenaba de gozo el alma, siempre que no tuviera como fondo el sonido de los truenos.
Aquí, en La Palma, el campo siempre estuvo unido a ese don de la naturaleza; como por arte de magia los cultivos se daban en nuestras medianías sin demasiada ciencia, como decían los viejos del lugar: “Agua, sol y basura, y menos libros de agricultura”. Sin embargo, cuando no llovía la utilización de sistemas de riego inapropiados, no sólo encarecían los gastos de explotación, sino que constituían un derroche innecesario del agua, un bien ligado a la fertilidad de la tierra y al ciclo de las cosechas, tan necesario para la subsistencia del hombre. Apareció la televisión y, en muchos lugares del mundo, descubrimos la sequía. Los verdes habían muerto y la tierra agrietada, se había tornado parda y triste, mientras los niños enjutos, de costillares pronunciados, nos mostraban sus rostros demacrados con los ojos hundidos, azorados por el hambre. Tal vez por eso, el sonido de la lluvia rompiendo el silencio de la madrugada, nos sigue pareciendo un ruido consolador para recuperar el pulso de la esperanza en tiempos de crisis, porque el uso agrícola del agua, contribuye notablemente a la erradicación de la pobreza.
Seguramente, en este día señalado, la prensa, la radio y la televisión, nos abrumarán con los mensajes de la globalización expresando razones obvias como el cambio climático, la contaminación de acuíferos o la creciente población mundial que demanda agua para satisfacer todo tipo de necesidades; nos recordarán que el agua tiene un precio, un coste, que es escasa y limitada y, en nuestras propias casas, oiremos decir que el buen uso del agua es parte de su aprovechamiento y el malo repercute en su escasez. Sentiremos entonces que el humilde chorro de agua es una fuente escondida, un pequeño manantial que cae sobre nuestras conciencias. Y no será para tanto. Los palmeros podemos estar satisfechos de la humedad de nuestra Isla y del aprovechamiento de sus caudales, pero sabemos que el agua no es un bien perdurable y eterno. En este aspecto reconocemos el papel que juega el Consejo Insular de Aguas en la estrategia de gestión y conservación de los acuíferos, pues es la única manera de preservar los ecosistemas, algo que resulta fundamental para el desarrollo sostenible. Según los datos publicados por el órgano dependiente del Cabido palmero y presidido por Guadalupe González Taño, en la Isla existen 189 galerías, de las que sólo se mantienen activas un total de 93. Por otro lado, el censo oficial reconoce otros 84 pozos repartidos por los catorce municipios, de los que sólo permanecen abiertos 22. En palabras del ingeniero Carlos Soler, Profesor de Obras Hidráulicas de la Universidad de La Laguna, en el Plan Hidrológico, aprobado por unanimidad en 1995, se cita “que estos caudales los extraiga la Administración perforando galerías en aquellas zonas donde no se afecten a nacientes o a otras galerías ya existentes y que los caudales se entregarán a las comunidades de los pozos a cambio de que dejen de bombear y que sean ellos los que los repartan entre sus accionistas”. En definitiva: perfora quien más dinero tiene y mantiene aquél que lo sabe hacer porque desde siempre lo ha venido haciendo, pues en La Palma, la mayor parte de su infraestructura hidráulica ha sido obra y mérito de la iniciativa privada, la Administración ha comenzado a construir sus obras en las últimas décadas en base a los conocimientos ya existentes, lo que ha influido en que exista una menor contaminación y por ende una mejor calidad de las aguas. Si a esto unimos el abaratamiento de los costes, podemos hablar de una rentabilidad nunca antes alcanzada.
Hoy la gente se baña y se ducha con frecuencia, olvidando que hace cincuenta años en muchos de nuestros pueblos no había agua corriente y el grifo era un objeto poco usual; la gente dispone de lavadora eléctrica y secadora, aunque nuestras abuelas no olvidan “los lavaderos” comunes, ni “los chorritos”, ni tampoco las postergadas piletas, y todavía tienen en la mente los tendidos de ropa bajo el sol; el lavaplatos, que hoy agiliza nuestro trabajo, no sustituye del todo al fregadero, pero sí al lebrillo de antaño, lleno de agua jabonosa. El agua forma parte de la civilización y del consumo, por eso me agrada la lluvia y sé que, cada vez que oigo llover, germinan los campos y se asegura la vida.
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