Tal vez por el simple hecho de haberme criado en lugares donde la comida es sagrada, y un buen banquete, como decía el gran Lisístrato de Abdera, nos une más que cualquier idea religiosa o política, creo en la libertad absoluta a la hora de elegir qué, con quién y dónde comer, comer en paz, como un ritual de concordia, y respeto todos los menús, desde mi óptica personal omnívora, aunque haya cosas que me rechinan, como esa pobre influencer que sólo comía fruta y ahora ya no come nada. Y que conste que en casa se come fruta en cantidades pantagruélicas. Bueno, la noticia de que el cerdo, ese tótem ibérico e insular que ha salvado tantas vidas, ha sido excluido del menú en la prisión de Ceuta, por respeto a los musulmanes, me parece inaceptable desde una gastronomía democrática. Me parece que si en esa zona el Islam es dominante se excluya el cerdo de su menú, pero debe haber un menú alternativo que incluya al cerdo. Ya hubo un conflicto similar en el municipio pontevedrés de Lalín, una población agrícola y ganadera muy próspera, donde la base de la economía es el cerdo, tanto que el simpático animal tiene una estatua, y los musulmanes del lugar pidieron que el cerdo fuera excluido del menú escolar. El alcalde secundado por la mayoría de la ciudadanía se plantó y dijo que ‘nanai’, lo que quieran, pero el cerdo no se toca, que estamos en Lalín. Menú alternativo, que hay que respetar a todos, eso sí. Yo en desagravio en cuanto leí estas noticias me fui al Chipi-Chipi y me zampé unas costillas de cochino inefables y sublimes y ya sé, ya sé que como dice el gran Aristófanos de Antofagasta no habrá paz en el mundo mientras sigamos sacrificando a nuestros hermanos los animales, seguro que sí, pero aparte del enorme consumo interno, España exporta más de sesenta mil toneladas de jamón al año, ahí queda eso. En eso, líderes mundiales y como decía el doctor Marañón, ha salvado más vidas el jamón que la penicilina.