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El osho, osho, osho…el oshosientos oshenta y osho

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos:

Los circos que llegaban a la ciudad alegraban la vida de aquellos días de la infancia. Tenías que juntar dinero, o irlo pidiendo, para poder ir a vibrar dentro de sus entrañas; o podías colarte, como cuando ibas al fútbol en Bajamar, y lo hacías por las plataneras de Rodríguez Acosta. Los circos plantaban su esqueleto de hierro, metal y madera, y luego les tendían por encima su epidermis de lona, en Las Explanadas, donde hoy está la Plaza de San Fernando, o en el Muelle, en donde hoy está El Césped. Alrededor de ellos incrustaban las jaulas de los animales y las caravanas de los artistas.

La ciudad siempre ha tenido estos dos frentes, enfrentados, el que desde La Alameda baja hacia El Muelle, y el que desde El Muelle sube hasta La Alameda. ¿Cómo, desde El Muelle, se puede sentir tan lejos La Alameda? ¿No es la misma distancia desde los dos lados? Siempre se vio a más el bajar a El Muelle, y a menos el subir a La Alameda. Los salmones, que son sabios, saben, por el contrario, que el mejor tiempo de su vida es el que remontan los ríos, el que suben, no el que bajan, ni en el que hacen su itinerancia de manera horizontal.

Mis amigos, como los salmones, para llegar a Las Cosas Buenas tienen que remontar el río, y yo se los agradezco. En estos pasados días, los del Solsticio de Invierno, suelen llegar más salmones que en el resto del año, el desove es mayor. También se dieron más conversaciones. Una de ellas corrió sobre la muerte de El León de Mister Saba. ¿Quién mejor nos puede hablar sobre ello? Respondo sin dudar, Anelio. Anelio nos habló de todo lo que él sabe sobre este episodio de nuestra ciudad, y de sus intenciones de escribir un libro que ya estamos deseosos de tener entre nuestras manos. Anelio y Juan Francisco Capote, como buen Sherlock Holmes uno, y como buen Watson otro, se desplazaron a Santiago de Compostela, a beber de la mejor fuente de información, la familia de Mister Saba, que había sido detectada por estos dos buenos sabuesos detectives a los que no se les escapa una. De la información que bebieron en la ciudad de la tumba del hereje Prisciliano, no voy a ser yo el que diga algo, que sea el libro de Anelio, que está por venir, el que nos lo cuente. ¡A ver si el amigo rompe aguas pronto!

De niño yo escuché esta historia que tiene varias versiones. Ver un león suelto, escapado del circo, caminando por la Calle Real ha de ser mucho. Una cosa son los salmones, otras los peces corrientes. Pero un león que remonte de El Muelle a La Alameda para ir a morir a balazos debajo del puente del Castillete es demasiado. ¿No? ¿Andaría buscando este león de Mister Saba Las Cosas Buenas de Miguel que están muy cerca de allí?

Los circos, con distintos nombres: Toti, Arriola, Krone y Cardenal, no solo traían leones que se escapaban -pues se creó en la ciudad la psicosis de que algún otro león se podría volver a escapar buscando la mencionada tienda-, nos traían alegría y diversión. Haciendo un repaso de aquella alegría que recibíamos a manos llenas, recuerdo, en unos de aquellos circos, a un personaje que por igual le daba de comer a los leones, vendía entradas, salía de payaso, vendía caramelos, rifas, y un sinfín de labores más; que siempre andaba sonriendo, con una cara bastante achinada y unos ojos que no se le veían. El era también quien cantaba el número premiado en el sorteo de las rifas, en el que podías ser agraciado con algunos juguetes. Una vez cantó el número 888, y lo hizo de esta manera: “el osho, osho, osho, el oshosientos oshenta y osho”. Esta bendita Isla de La Palma bautizó a toda prisa, antes de que partiese el circo, a este señor con el nombre de ‘El Osho, Osho, Osho’.

Escuchar la historia de El León de Mister Saba por Anelio, a su manera, fue una gozada. Como escuchar a otro salmón, a mi amigo Álvaro; que inició el día 22 el gran asalto al pata negra de ocho kilos y medio Martin Hierro, para la ocasión; y que vino a hablarme, entre otras cosas, del testamento de un escritor de esta ciudad a sus sobrinas. Hasta ese día no había escuchado un testamento más lindo que el de León Felipe, el poeta libertario del exilio, a sus hermanas, en el que les legaba la convicción de no tener miedo a nada en la vida, ni siquiera al miedo. Domingo Acosta Guión, que es el poeta al que se refería Álvaro, les legó a sus sobrinas el paisaje, algo que muchas veces no tenemos consciencia de que nos pertenece. ¡Quizás porque no se pueda ni comprar ni vender! Ausencia de miedo y consciencia del paisaje. ¡Qué grandes legados!

La primera vez que fui con Luis Cobiella y Concha Capote a La Casa de La Parrita, en el Barrial Alto, El Paso, en donde comíamos ciruelas blancas, Luis, mirando el paisaje que había a todo nuestro alrededor, me comentó que todo aquello que estábamos viendo sentados desde debajo de La Parrita, era nuestro, quería decir Luis, que de todos. Luis sabía mucho de León Felipe, y de Domingo Acosta Guión, de la misma manera que de Facundo Cabral; alguna vez escuché a Luis cantar esta estrofa de una de las canciones de Facundo: “Para ser dueño del ave, solamente hay que escucharla, pues solo aquel que comparte, puede ser dueño de algo ”.

Por estas mismas fechas, otro salmón, otro amigo mío, El Apóstol del Jazz, me comentó que un sobrino suyo le había dicho que si yo tuviese la tienda de El Puente para abajo, me hincharía a vender. Le respondí a mi buen Apóstol que no me veía en ese papel de estar vendiendo a destajo, que Las Cosas Buenas perderían identidad, que no podría hablar con calma con los amigos, salmones, que entrasen en la tienda. Le dije también, que yo, en donde estaba, en donde me había puesto Dios actualmente, me sentía agraciado; en el naciente de un río a donde vienen a parar mis buenos amigos los salmones, como antaño lo quiso hacer El León de Mister Saba antes de que lo acribillasen a balazos en los bajos del puente de El Castillete.

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior.

Las Cosas Buenas de Miguel

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