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El Sub, un pasamontañas y la palabra

Andrés Expósito

El fulgor y la llama de la idea acrecienta y elucubra su majestuosidad si hay alguien que la indica, que la constata, que la nombra, que le propone y la esboza con palabras, que la hace parte de su naturaleza y convive con ella, duerme con ella, se levanta con ella, es una parte indiscutible e indispensable, un todo con ella.

El Subcomandante Marcos reaparece después de que desde el Norte al Sur y desde el Oeste al Este muchos hubieran comprado y publicitado una lápida para su cuerpo y sus ideas, y denostado y vilipendiado su palabra, irascibles y enconados, y de manera redundante, cavar y agujerear una fosa para hacerlo desaparecer, y azotaron y acuchillaron, además, a Don Durito de Lacandona, el más alto ejemplar de la caballería andante, el estado superior al que aspiran elevarse todos los varones honestos, el héroe de los niños, el consuelo de los ancianos, con su espada Excalibur a lomos de Pegaso. Y el mayor reproche y sacudida con que todos ellos alimentaron y procuraron dichas cuchilladas, se basaba en que era un simple escarabajo con una ramita sobre una tortuga. Pobres, no entienden nada. La seriedad y el narcisismo desgastaron su inteligencia, y quedaron encerrados bajo los grisáceos e indecentes barrotes de sus propias miserias.

El Sub regresó como siempre y en todo su acto, y bajo el pasamontañas y la palabra, para enterrar él mismo al protagonista del EZLN. Nadie puede enterrar al protagonista de una obra sino el propio narrador o escribidor que la ha confeccionado, pero al tiempo, para rendir homenaje al “compa” Galeano, asesinado cruelmente. Con un parche pirata en un ojo, conversa con palabras e ironías y metáforas, sobre justicia, de una justicia pequeña, del dolor y de la decisión que tomaría el EZLN. Todos juntos. “Que uno muera para que Galeano viva, y en su lugar esta rabia que vive”. Y anuncia el fin de las historias de Don Durito de la Selva Lacandona, del viejo Antonio: “Los niños y niñas no lo llorarán porque son grandes y tienen juicio”, e indica la muerte de Marcos, pero no por enfermedad, o posible muerte, sino porque ya no se necesitan máscaras. También que un ejército puede empeñarse en buscar la paz desaparecida, y el EZLN es un ejército que ha preferido “cultivar la vida en lugar de adorar la muerte”, y allá y entonces, se hace unos minutos de silencio, y entonces Marcos se ha ido, y en la misma manera y similitud que nació Marcos, tomado del nombre que un compañero muere, se toman sus nombres para aclarar y forjar la idea que no mueren sino siguen en la implacable e impertérrita lucha, y ahora, desaparecido el pausado y sigiloso silencio, habla como el Subcomandante Insurgente Galeano.

Para muchos otro inútil y vago compendio de insensateces y desperdicios, y palabrería sensiblera e improductiva, pero, atendiendo y acercándonos a las ideas, que son universales y están ahí desde siempre, aunque en facinerosas y dictatoriales épocas se escondan y encierran tras las rejas, nos constata y rememoramos una vez más la idea de la palabra, y en ese territorio un cartel rige y diferencia y registra el límite de otra posibilidad, donde se puede leer: “Esta usted en territorio Zapatista. Aquí manda El Pueblo y El Gobierno obedece”.

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