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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Enterrado en los ojos que un día besó (37)

Miguel Jiménez Amaro

Literato, al volante de su Dodge Barreiros, se sintió como si hubiese nacido de nuevo al salir de aquellos oscuros, con olor a gasoil y orín de gato, aparcamientos de Barajas, con la mente puesta en La Tasca de Chueca, donde había dirigido sus intenciones Eladi Crehuet, que quería tomarse otra botellita de Integral Brut Nature de Llopart, y, así se lo confesó a este resucitado hijo de un amigo al que llevaba diecisiete años sin ver: “He vuelto de nuevo a nacer, Eladi, y tú lo has hecho también conmigo”.

Eladi andaba haciendo la mili en el cuartel Jaén XXV de Barcelona bajo las órdenes del coronel Folchi, un coronel de ascendencia italiana que se había distinguido en la batalla del Ebro, y de un oficial canario llamado Guapito de cara, que fue su alférez patria porque en el ejército no encontró otra, y, tenía en mente preparar las oposiciones a notaría que aprobaría a la primera.

Cuando la claridad entró en el interior del coche se escuchó la voz de Sigrid, El Ángel Pelirrojo. “Sí, Literato, lo puedes pensar y decir, hoy es para ti otro día de esos en los que puedes volver a decir que has nacido de nuevo, como cuando te estuvo a punto de explotar la granada en el Cuartel del Fuerte en Los Guinchos, en La Palma, cuando estabas de alférez en aquella Isla en donde te ganaste a pulso ese nombre que tanto te acompaña, Literato, o cómo no se sabe cuantas ocasiones más. Esta vida te ha regalado un sinfín de vidas más”.

Literato, cuando Sigrid hizo una pausa, detuvo el coche con el freno de pie y de mano al mismo tiempo dejándolo clavado a la salida de la rampa de aquel garaje. Literato y Eladi, sorprendidos, miraron al mismo tiempo al asiento de atrás, de donde había provenido la voz del Ángel Pelirrojo, que estaba sentada entre dos personas. Reían los tres a carcajadas abiertas con caras del otro mundo.

“¡Pero qué coño os ocurre!” Se escuchó por parte de uno de los guardias civiles motorizados de la escolta de Carrero Blanco que venían detrás. Los motoristas y los escoltas del primer coche se bajaron y caminaron hasta aquel otro Dodge Barreiros que se confundía con el del vicepresidente. No se produjo ningún tipo de nerviosismo en Eladi ni en Literato, menos aún en los tres ocupantes de atrás, que bajaron los cristales de las puertas delanteras del coche para escuchar mejor a aquellos guardias civiles.

No obstante, a pesar de la bonanza del ambiente, se volvió a escuchar la voz de Sigrid que advertía:“Sonreíd y cuando os pregunten a qué coño ha venido ese frenazo del carajo, decidle, pues el guardia civil de la moto es andaluz, que habéis visto un gato negro, y que da muy mala suerte atropellarlo. Y si acabáis la frase con un ¡carajo!, pues mucho mejor todavía”.

Literato y Eladi ambos llevan sangre de actores en sus venas. Eladi hasta había actuado en La Palma, durante su juventud, con Pilar Rey, y por tanto no tuvieron ninguna dificultad en representar aquella escena al unísono, -¡método Stanislavski puro!,- en la que para que se escuchasen aún mejor sus voces siguieron bajando los cristales del Dodge, y Literato paró el motor del coche.

Uno de los guardias civiles que estaba de pie, alrededor del coche, el andaluz, miró a través de los cristales traseros y reconoció a Sigrid, con la que había estado hablando hacía unos pocos minutos. Se preguntaba por cómo era posible que El Ángel Pelirrojo fuese en aquel mismo coche que había visto arrancar e intentar salir del aparcamiento mientras al mismo tiempo hablaba con él. Sigrid le sonrió para que no se hiciese más preguntas al respecto y le soltó imitando un aire andaluz perfecto: “Mi arma, que atropellar un gato negro tiene siete años de desgracia”. El guardia civil se rio ignorante de que el chófer de Carrero, un portugués que al parecer según las lenguas estaba liado con la esposa del almirante, atropellaría más tarde un gato negro con las ruedas de su coche y la cantidad de desgracias posteriores que sumó aquel Dodge Barreiros hasta llegar a saltar por las nubes en la calle Claudio Coello de Madrid casi dos años después.“¡Pues La Pelirroja también habla andaluz a pesar de ser alemana!”, se fue diciendo el motorista.

Eladi, perspicaz, una vez que el coche estuvo nuevamente en marcha, comentó que le parecía que uno de los acompañantes que estaba con Sigrid, en la parte trasera del coche, podría ser Hiperión, pues el parecido con la mujer de Literato era increíble, pero que el otro acompañante no sabía quién podría ser. ¡Otro que lo más seguro estaría también muerto!

Fernando, que era el otro acompañante del Ángel Pelirrojo, tomó inmediatamente la palabra. De ser una persona que hablaba poco, que hasta había que arrancarle las palabras de la boca, una vez muerto, hacía unas seis horas, no paraba de hablar después de aquella trágica caída desde unas escaleras donde andaba cambiando el nombre de una de las placas de una de las calles de Madrid, la de Augusto Figueroa, por la de Sor Ácrata. Fernando, dentro de aquel coche que regresaba de Barajas a Madrid, casi no paró de hablar.

Eladi miró a Literato. Sonriendo le comentó que la verdad era que nunca había estado hablando con tres muertos juntos dentro de un coche, aunque era mucho más cierto que nunca jamás había pensado que se podría hablar con ellos hasta esa mañana en la que había venido en la primera clase del vuelo Barcelona-Madrid sentado al lado del Ángel Pelirrojo.

Fernando no había terminado de hablar. “Mi padre es el dueño del hospital donde estoy ahora mismo muerto en la morgue hasta que lleven mi cuerpo al mortuorio. El quería que yo fuese médico, aunque lo que me hubiese gustado a mi era la arquitectura. Como mismo te ocurre a ti, Eladi, que vienes de familia de notarios y tienes que ser notario, aunque lo tuyo sea la literatura, el teatro y la poesía. Y ahora mismo te andas mentalizando, mientras haces la mili, en prepararte las oposiciones a notaría. Yo ya no puedo dejar de estudiar medicina, o empezar a estudiar arquitectura, porque estoy muerto. Pero no me entristece ninguna de las dos cosas, más bien al contrario. Me encanta y disfruto de lo lindo de esto de estar muerto, si no fuera por el dolor que le estoy creando a mis seres queridos, que ya se acostumbrarán a esta ausencia mía. Eladi, quiero hacerte un regalo para que no te olvides nunca de la alegría que me llena este día en el que llevo media docena de horas muerto y en el que te acabo de conocer. Mi regalo va a ser el decirte los temas que te van a preguntar cuando te presentes a tus oposiciones”.

Eladi, que tomaba nota de cuáles eran aquellos temas por los que le iban a preguntar, al terminar de escuchar a Fernando, a pesar del gran frío que había en Madrid, bajó los cristales del Dodge para sacar su cara por el marco de la ventana y estallar a reír con entera libertad. “¡No me lo puedo creer!”. Eladi aprobó aquellas oposiciones a la primera, pero un sentimiento ético muy profundo, que siempre ha anidado en él, le dijo que se tenía que saber todos los demás temas al dedillo, al igual que aquellos por los que le iban a preguntar.

Esto ocurría al principio de la Avenida de América donde había volcado la guagua de Iberia y los coches se seguían sintiendo obligados a conducir más lento. No bastó la botella de Integral Brut Nature de Llopart que se tomaron Eladi y Literato para hacer un poco de tiempo y que se despejase la zona. Aun así, los escoltas y el conductor portugués del coche de Carrero, adelantaron al coche de Literato. El Escolta Andaluz, ralentizó la velocidad de su moto cuando divisó a Sigrid a través del cristal trasero. Se volvió a hacer la misma pregunta. “¿Cómo pudo La Pelirroja estar en dos sitios al mismo tiempo?”. Sigrid le dijo a Hiperión que bajase el cristal de la puerta. El Escolta la miró con cachondeo e incredulidad. Sigrid, sonriéndole y guiñándole un ojo, le dijo: “¡Mi arma!”

Ahora fue Hiperión quien tomó la palabra en el interior del Dodge Barreiros de Literato hasta llegar cerca de La Taberna de Chueca donde los tres muertos, que iban en el asiento trasero del coche, decidirían estar presentes en el mortuorio para acompañar a los vivos, que piensan que ellos son los que acompañan a los muertos en estas situaciones, cuando la realidad es otra bien diferente: que son los muertos los que acompañan a los vivos. “Eladi, hoy habrá un antes y después en tu vida. Hoy te has iniciado en la conversación con los muertos; hoy será un día que no olvidarás en el resto de tu vida. La última vez que estuve en el Kiosco El Ancla, o Kiosco Misisipí, como también lo llaman, fue con Mónica. La tristeza llevaba todas las tardes a un viajero a tomar notas, sentado en las sillas y mesas de fuera, para dibujar una plumilla sobre aquella playa. Una vez regresase a Madrid, hacer unas copias y compartirla con aquellos que creería sus amigos. Esa plumilla, cuando conozcas a Miguel, en Las Cosas Buenas, durante la Semana Santa del 2016, te la encontrarás por primera vez, pasada a un mural de cerámica, obra de Miguel Marzán, en el patio de aquel templo. Eladi, yo no soy crítico de arte, o crítico de literatura. Yo solo soy un poeta, un escritor, que me preocupé más de vivir y morir como tal, más que del mismo hecho de escribir. Por eso no puedo escribir o hablar de mi arte, como tampoco del de otros artistas. El autor de aquella plumilla, también enamorado de Los Cancajos como tú, sí ejerció la crítica, de la misma manera que escribió guiones de cine, obras de teatro, libros, poemas, novelas faltas de publicar y una obra epistolar que guardan y cuidan sus amigos. Él, dirá, más bien confesará, a sus amigos, una especie de duda: que cuando dibuja, como cuando escribe, se siente algo goyesco. Yo, que llevo casi tres días muerto, me hago también esa especie de pregunta. Y tú, después de publicar Tren de tarde a las islas, ¿también te la harás? ¿Seré yo algo goyesco?”

Literato, aprovechando el silencio que había dejado Hiperión preguntó: “¿Queréis que os deje en La Taberna de Chueca y yo voy a aparcar a casa, o vamos juntos a aparcar y venimos caminando?”. Miró al asiento trasero porque no contestaban. No había nadie. Miró a Eladi que tenía más en su mente las palabras de Hiperión que aquella pregunta que le estaba haciendo Literato. Eladi respondió como si no estuviera en aquellas palabras que estaba diciendo. “Mejor a tu casa y así dejamos mi maleta”. Pero realmente su mente estaba en aquella última frase de Hiperión, en aquella pregunta.

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