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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Enterrado en los ojos que un día besó (36)

Miguel Jiménez Amaro

Tanto Eladi Crehuet, como Literato, desde que supieron que se iban a encontrar en la Terminal de Barajas, Madrid, aquella misma mañana de aquel día 31/12/71, no se habían detenido a pensar -ninguno de ellos dos-si el tiempo discurrido desde la última vez en que se vieron en Los Cancajos, La Palma, había hecho estragos en la apariencia física de ellos como para no reconocerse el uno al otro, o el otro al uno, tal como estaba ocurriendo con parte  de la superficie sur de Fuencaliente en donde había reventado hacía un mes antes el Volcán Teneguía cambiando aquella morfología de la Isla, que estaba en plena metamorfosis. O quizás, ese mismo tiempo, los diecisiete años que llevaban sin verse, les hubiese afectado a la memoria de ellos dos, originándoles algo muy similar a la falla recién descubierta en la Cumbre Vieja de La Palma que va a hacer desaparecer la Isla y parte de los Estados Unidos de América, borrando repentinamente aquellos datos de la memoria de ellos.

Sigrid, El Ángel Pelirrojo, cuando se avino a soñar con ellos dos durante la noche pasada, y sentarse en la primera clase del vuelo Barcelona-Madrid, en el asiento de al lado de Eladi Crehuet, y, en el asiento de al lado del conductor, -Literato-, del Dodge Barreiros, mismo modelo que el del almirante y vicepresidente del Gobierno franquista y fascista  Carrero Blanco, que se dirigía también, -!y los adelantó¡-, a la Terminal de Barajas, les había dicho a ellos dos por separado que en aquella terminal en la que se iban a encontrar, uno, Literato, llevaría en su mano el libro, La Ciudad Soñada, que Mónica encontró en su bolso cuando proveniente de La Palma tomó el vuelo Tenerife-Madrid para asistir al duelo de Hiperión, y, el otro, Eladi Crehuet, llevaría en sus manos los tres libros de  poemas y relatos que Sigrid sacó de su bolso y entregó a Eladi en la primera clase del avión  Barcelona-Madrid, Cuadernos de Los Cancajos, Viaje en línea regular y Tren de tarde a las islas, -este último recién presentado por Antonio Abdo, Miguel Gómez y Ángel Greses, el pasado día veinte y nueve de diciembre en Las Cosas Buenas de Miguel-, escritos por Eladi, ellos cuatro, durante las dos primeras décadas  del siglo veintiuno.

Eladi y Literato no se tuvieron que esperar el uno al otro. La sincronicidad fue total. Uno salía de la cinta de equipajes mientras el otro llegaba a la sala de espera de viajeros. El siniestro de la guagua accidentada estómago arriba con muertos en la Avenida de América y el incidente ocurrido con el romo benemérito que no entendía el volver a encontrarse en sus manos ahora tres libros clandestinos, -publicados casi cincuenta años después-, solo hizo afinar las cuerdas de aquel premeditado encuentro durante la mañana. Y tanto Literato como Eladi no tuvieron necesidad de echar un vistazo a las manos del otro buscando aquellas dos inequívocas señales de quien era uno y quien era otro, quien era cada uno.  Es decir, para uno y para otro, la cara de su  vida se había estancado hacía diecisiete años, edad en la que le hubiese gustado seguir alojada a Violeta Parra durante toda su vida. Eladi y Literato, sin soltar los libros de sus manos, se abrazaron como siempre lo quisieron haber hecho, por el lado del corazón, y como lo amigos que iban a ser, tal como lo hicieron Eladi y Miguel cuando se conocieron físicamente en Las Cosas Buenas de Miguel una Semana Santa del año pasado, de casi cincuenta años mas tarde.

Después de estar abrazados durante un buen rato, Eladi, antes de salir de la terminal, le comentó a Literato por qué no tomaban una botella de Cava Integral Brut Nature de Llopart con unas patatas bravas y unos boquerones en vinagre mientras hablaban. Literato le respondió que de acuerdo, y que así, lubrificando el gaznate, daban tiempo a que se desatascase, a costa del accidente de la guagua, la carretera de Barajas y la Avenida de América. Se sentaron en una de las mesas del bar, que estaba lleno de guardia civiles, por la presencia en el aeropuerto de Carrero Blanco. Pusieron los cuatro libros de Eladi sobre la mesa y le pidieron, a un nervioso camarero que había sido torturado en Intxaurrondo bajo la acusación de pertenecer a la CNT-FAI, lo que querían tomar. Literato sacó de las tripas de  La Ciudad Soñada, la foto de su hijo Werther,  que le había dejado Sigrid dentro de un sobre encima del asiento que ocupó en su coche y se la enseñó a Eladi mientras seguían hablando del sueño de ambos y la posterior conversación de cada uno de ellos dos con El Ángel Pelirrojo. A Eladi le daba la sensación de que todas aquellas afinidades que estaban descubriendo entre ellos dos las iba a revivir el siglo próximo con Miguel en Las Cosas Buenas, al mismo tiempo que miraba su Cauny de oro automático, el fondo vacío de la botella de Integral y las copas ya exentas de cava. “¿Qué te parece si tomamos la próxima de Integral en el barrio de Chueca?”- le dijo Eladi mirando la foto de Werther que tenía en su mano.

Literato le pagó al camarero que temblaba y sudaba, y que por no querer ver más aquel cuadro patético, le dijo que se quedase con la generosa vuelta. El camarero le dio las gracias como pudo. Tomaron los libros y el equipaje de Eladi y se dirigieron al garaje en donde Literato intentó abrir, por equivocación, el coche del almirante, el coche que saltaría por los aires dos años más tarde. Sigrid, que fue un ángel para Literato, durante el resto de su vida, se encargó de que los guardias civiles que vigilaban aquel Dodge, estuviesen despistados en aquel momento, y que él y Eladi fueran abatidos a tiros al ser confundidos por etarras que intentaban poner una bomba lapa bajo el coche. Literato, al tercer intento de abrir fallidamente la puerta del Dodge, divisó el suyo, que no se diferenciaba en nada del del almirante, y se aprestó con Eladi, ignorando el peligro corrido, hacia su verdadero coche. Dentro de su Dodge, al ver unos guardias civiles acercándose al vehículo de Carrero, le comentó a Eladi del riesgo inconscientemente corrido. Eladi le respondió que estaba completamente seguro de haber visto a Sigrid, El Ángel Pelirrojo, hablando con aquellos guardias civiles para despistarlos.

Aquella pasada madrugada Maguisa y El Charro seguían en El Palace, dentro de la suite de lujo del mexicano; iban ya por la tercera botella de Cava Ex Vite Brut Gran Reserva de Llopart, y practicaban todas las variantes que El Chivato Tántrico les había enseñado en La Carmencita  sobre El Agua de Ruanda. Constantine y La Colegiala iniciaban la tercera botella de la misma marca de cava mientras buscaban su tiempo perdido. Pepe Legrá, El Puma de Baracoa, pedía la tercera botella de Llopart, para él, Las Dos Pumas Rubias y Mikel Norel, mientras esperaban que Constantine se acercase a su mesa con La Colegiala. Las Prostitutas y Los Chorlitos que habían descubierto en La Casa Campo los cadáveres del palmero y la mexicana que murieron en las mazmorras de la DGS torturados por Billy El Niño, en la Cafetería California, - a un costado de la DGS-, en donde en septiembre del 74 habría un brutal atentado, iban por la tercera botella de Licor Cacao Pico  recobrando la memoria olvidada, pero la recuperaron tanto que llegaron a vislumbrar aquel acto de terrorismo que ocurriría casi dentro de tres años mas tarde, y, asustados, salieron por patas sin pagar siquiera. Billy El Niño, dormido en su litera del tren Madrid-Lisboa, comenzaba a despertarse más cansado de lo que se había acostado pues se pasó toda la noche en aquel colchón dando palizas y torturando; en Lisboa lo esperaban unos colegas de la policía secreta salazarista para agasajarlo, y él, mientras, echar tierra por medio a su doble crimen. Los viejos cenetistas eran despertados por sus pesadillas, soñaban que regresaban a los campos de concentración en donde fueron castigados. La Cofradía del Porro de Hierba y El Gudari Beodo volvían a tener la visita de los Guerrilleros de Cristo Rey   que regresaban con policías afines a Billy para intentar darle un escarmiento al beodo; le pidieron a punta de pistola que se desabrochase la chaqueta para ver con qué los había intimidado hacía unas horas, y solo descubrieron su camisa; avergonzados, enfundaron sus pistolas y se volvieron a ir de la misma manera que habían llegado. El Mariachi del Charro se había quedado en la Calle de La Ballesta cantando boleros a las prostitutas de por allí. Carmencita, en el dormitorio de su casa soñaba con el viaje a México, acompañada por su madre, en el jet privado de El Charro,  para ir a conocer y perdonar a su padre enfermo antes de morir.  El viejo  Grizlie Adams, en su carreta de caballos, transportando  un oso enjaulado, huía del frío de las montañas heladas, buscando un lugar caluroso en donde enterrar su viejo cuerpo cencellado. Ernesto y sus padres llegaban a la morgue del hospital donde El Chivato Tántrico daba unos mantras personalizados a Fernando para que no perdiese el norte en el más allá. Ninnette y Lissette hablaban con Mónica, Amparo, Paloma y la directora del Instituto sobre tantra negro y tantra blanco. Y Sor Ácrata, Sor Ácrata  que no se merece nada, se merece que pongamos ya este próximo punto y aparte.

Sor Ácrata, en el estudio de Manolo, El Escultor, no lo perdía de vista pues había tirado de la mano de un cartón de Lark con doble filtro de carbono para hacerla rabiar. Sor Ácrata había colgado en un perchero, que estaba a la vista del Escultor, el traje con el que lo había iniciado, para recordarle que su muerte estaba en las manos de ella, como la del Quemado,  Hiperión y Fernando. El Escultor  le espetó que la iba a esculpir con cincuenta o sesenta años más, vieja, fea y con aspecto demoniaco como la madrastra de Blancanieves.  Sor Ácrata, en un arranque de visión, -siempre tuvo un gran ego visionario-, le respondió a carcajadas que dentro de esa cantidad de años, además de tener nombres de calles y plazas de distintas ciudades, y distinciones de todo tipo, iba a tener hasta cargos políticos, y, que después del fracaso electoral que iba a sufrir la primer aspirante a presidenta de los Estados Unidos, ella, Sor Ácrata, lo iba a conseguir. El Escultor rio también a carcajadas, cogió un Lark que lo encendió inmediatamente. Después de la primera bocanada de humo agarró la botella de Licor Cacao Pico, y de un trago se bebió la mitad. Sor Ácrata le pidió un cigarrillo para ella.  El Escultor le acercó el Lark y su Dupont  de oro, regalo de ella. Después de la primera calada Sor Ácrata le dijo que le acercarse la botella de Cacao Pico. Bebió la mitad que quedaba. Se fumaron  sendos cigarrillos al unísono, sin mediar palabra. Una vez los acabaron, Sor Ácrata le bajó la bragueta de los Levi 's al Escultor y le hizo una felatio. Se cuenta, que cuando El Escultor llegó al orgasmo, aquella madrugada también  tuvo él otra revelación, -las visiones en ellos dos eran algo contagiosas-, la de ver la cara de Sor Ácrata tal como la iba a terminar de esculpir, vieja, fea y demoníaca, como la madrastra de Blancanieves, pero en los billetes y monedas de los dólares de Estados Unidos. “Mi carrera política en los Estados Unidos de América solo la podrá apagar un tsunami como el que va a ocasionar la falla de La Cumbre Vieja”, gritó Sor Ácrata  al cielo elevando la vacía botella de Licor  Cacao Pico. 

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