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Enterrado en los ojos que un día besó (19)

Miguel Jiménez Amaro

Hiperión, después de que Carmencita le pusiese delante el cuarto plato, le dio las gracias con un cierto sabor de despedida de la dimensión de la que estaba saliendo y al mismo tiempo con cierto sabor a llegada a la dimensión que estaba por venir. Iba perdiendo el encanto por las cosas buenas de la mesa. Se sentía, más que nunca, atraído por la luz.

Se fijó en Mónica, le dijo que tenía ganas de partir, de no seguir a caballo entre dos mundos; que lo veía algo divertido, pero que él no se había muerto para estar de aquella manera; que estaba en paz con todo lo que había hecho en su vida, aunque lo pudo haber hecho mejor; que quería soltar lastres, y que empezaba a sentir como la presencia de su abuelo venía a por él para llevárselo hacia la luz.

Después se dirigió a los demás y les comentó que más tarde les diría lo que seguía ocurriendo en la Dirección General de Seguridad con aquellos dos pobres detenidos, -aquella pareja que había sido cogida al mediodía en la estación de tren de Chamartín portando propaganda de la CNT/FAI-, porque en aquel mismo momento, en el que Billy El Niño iba a bajar a las mazmorras a interrogarlos, le había llamado un soplón a su despacho para decirle que Sor Ácrata, su fotógrafo, y Fernando, su recogedor de firmas, habían puesto sobre todas las placas de la calle Augusto Figueroa el nombre de Sor Ácrata, reclamando así, de esta manera, el nombre de la calle para sí misma, hasta esperar a conseguir el número de firmas exigidas. Billy El Niño dijo:“¡Encima de roja, vanidosa!”

Nadie sintió interés alguno por hablar de Sor Ácrata, ni tan siquiera la directora del instituto, que ya tenía bien claro lo que iba a transmitir al claustro de profesores y los padres representantes de los alumnos. Tampoco la persona que está escribiendo estas líneas tiene el más mínimo interés por hablar de Sor Ácrata, lo hace, porque se lo preguntan algunos lectores de esta página, y porque a veces no se puede omitirlo.

Hiperión se dirigió a sus padres diciéndoles lo agradecido que estaba hacia ellos por haberles enseñado, -ellos mismos-, a leer en su propia casa con El Principito de Saint Exupery; y que le daba, desde niño, verdadera lástima del personaje del vanidoso, pero que la vanidad tiene muchos disfraces y fue engañado cruelmente por un ser de estas características. “¡Quizás debí de haber leído más veces aquel libro!”

Hiperión calló porque Carmencita iba a traer ya el quinto plato, -empezaba a servir siempre por él-, y apenas había degustado el anterior. Maguisa, Constantine, y Mikel Norel, estaban con los entrantes. Ellos tres hablaban de que no conocieron a Hiperión en La Palma, pero que sí a su padre, primero, al que en la Isla le pusieron el nombre de Literato, cuando fue a hacer la mili de alférez en el cuartel del Fuerte; y después, a su madre, en el Kiosco el Ancla, cuando fueron a pasar la luna de miel.

Los padres de Hiperión, que estaban junto en frente de ellos, asintieron con sus cabezas, y Literato les respondió que también los conocían a ellos tres de la Playa del Muelle, La Gabarra, El Bollón, El Bar Costa Azul, Avenida, Faro, Canarias, Atlántico, Quitapenas, La Palma, Hotel Patria, Kiosco Garrafón, Kiosco Cholata, Bar Cervantes, Café Don Pablo… “¿Y aquella señora que siempre estaba con vosotros, me parece que se llamaba La Mistola, que tenía también dotes de buena actriz, porque no está con vosotros. Nunca la he visto en ninguna película de las vuestras?”- preguntó. Constantine le respondió: “Porque tenía tres hijos y mucho apego a ellos. No se veía en Roma sin y con sus hijos, y se fue a Tenerife, con ellos, a hacer la calle, porque no soportaba La Palma sin nosotros”.

Literato hizo la observación siguiente: “Por lo que se ve, hay muchos tipos de personas, unas de ellas, las que buscan desesperadamente que les pongan el nombre de una calle, y otras, las que no les ha quedado más remedio que hacer la calle para subsistir, maleteros, limpiabotas, recaderos, prostitutas, pasadores de guasa, vendedores de ciegos, mendigos, alegradores de vida…, y que ninguno de ellos ha pedido nunca ninguna calle para que le pongan el nombre suyo, y que nadie tampoco se ha acordado de sus nombres para incluirlos en los callejeros de las ciudades”.

Carmencita recogió los platos. Les dijo que les iba a traer un sorbete, porque el siguiente plato lo requería, y a Constantine le preguntó si le gustaban los entrantes. Constantine, sobre actuaba, sobre protagonizaba, en la vida, aún más que en sus películas, le picó de ojo y le respondió que estaban como nunca, como el coñac, mejor dicho, el Brandy Fundador.

El Chivato Tántrico le dijo a Hiperión que no se agobiase con su encarnación, porque todo estaba ocurriendo como debiera, y, que sus ángeles, entre los que estaba, efectivamente, su abuelo, le vendrían a señalar el camino en el mismo momento en el que se esparcieran sus cenizas sobre la tumba de Holderlin. “Vive intensamente el tiempo que te queda entre los dos mundos, hasta ese momento en el que se te pondrá a prueba y saldrás airoso de ella. Relee el libro en el que aprendiste a leer con tus padres, El Principito”.

Carmencita había pasado el pestillo de la puerta. Alguien estaba tocando insistentemente a ella. Carmencita, que estaba sirviendo el quinto plato, Solomillo Wellington, estaba dudando entre sí abrir o no. Miró, algo angustiada, hacia la urna en la que estaban las cenizas de Hiperión, pidiéndole consejo con sus ojos. Hiperión, que estaba siendo consciente del embarazo de Carmencita salió en su ayuda: “Ábrele por favor, Carmencita, que se trata de una compañera de instituto de Mónica y mía”. Carmencita subió los seis escalones y le quitó el pestillo a la puerta. Quien entró fue Amparo, que desde el rellano de la puerta divisó a Mónica, que estaba sentada al lado de la directora del instituto. Bajó corriendo los seis escalones. Amparo abrazó a Mónica y a la directora. Carmencita volvió a pasarle el fechillo a la puerta.

Amparo, abrazada a Mónica y a la directora, les dijo que le mirasen, por favor, en los ojos. Pusieron sus ojos en los de ella, y vieron a Fernando enterrado en aquellos ojos que un día él besó. Como Hiperión estuvo enterrado en los de Diotima, de la que no se volvió a saber su paradero. Y como El Quemado, que estaba por la lucha armada, lo estuvo, poco tiempo antes de morir, en los de su compañera, de la que aun tampoco se sabe nada. Se comenta que tanto una como otra están en un lugar apartado y desconocido del planeta, haciendo prácticas de magia negra.

Amparo no cesaba de llorar. Hiperión trató de consolarla: “Tranquilízate Amparo, pues todos estamos de paso. El paseo tuyo va a ser mucho más largo. Aunque el del Quemado y el mío no lo fueron, como tampoco va a ser el de Fernando. El camino tuyo no tendrá nada que ver con el de Diotima y la compañera del Quemado, pues están entre vosotros Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico, sacerdotes de Tantra Blanco ellos, que te van a ayudar de la misma manera que ayudaron a Mónica. Dimos un paso equivocado, Amparo, al ser iniciados por Sor Ácrata en el Tantra Negro. Aquella iniciación, en el plazo de tres meses, ya va por tres vidas, contando con la de Fernando, que va a ser inminente; y dos mujeres que son candidatas para ser sacerdotisas negras, digo dos, Amparo, porque ese no es tu destino, como no es el de Mónica, vosotras seréis sacerdotisas blancas. ¡Y ante esta cosecha de muerte y desolación, Sor Ácrata se dedica a seguir cultivando aún más su ego¡ Tranquilízate Amparo, que estás en muy buenas manos. Yo, dentro de muy poco, seré un ser de luz, y te voy a ayudar también”. Amparo empezó a tranquilizarse, aunque por su cara, seguían corriendo riachuelos de lágrimas que se convertirán en cascadas de estrellas.

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