Teorías económicas y el agua de porrón
La economía es un tema complicado, pero simplemente consiste en intercambiar una cosa por otra, como bienes de consumo a cambio de dinero. El mercado es quien decide el valor de las cosas, entendido como un sistema y no como la recova donde están colgadas las pimientas de los mojos mientras el dependiente abana las moscas. Si mucha gente quiere el mismo producto, aumentará su valor y con ello también el precio, porque a más demanda menos oferta.
Bien es cierto que no todos los productos en el mercado son los mismos, dado que hay algunos de vital importancia o, dicho de otra manera, de primera necesidad, como por ejemplo el agua. El británico John Keynes inventó una teoría económica llamada “keynesianismo”. Confiaba en el Estado para que interviniese en los mercados, exigiendo cierto equilibrio, cuando el precio de algo básico era demasiado alto porque la gente de a pie no podía asumirlo. De ese modo, el mercado funcionaba libremente pero si dejaba de estar al servicio de todos y empezaba a estar al de unos pocos, el gobierno intervendría para regularizar los precios y evitar los abusos, siendo una especie de árbitro en medio de una lucha de puntales. En este planteamiento, el Estado está por encima del mercado.
Sin embargo, Adam Smith defendió el liberalismo económico, es decir, todo lo contrario al “keynesianismo” porque confiaba en que el propio mercado sabría regular los precios sin necesidad de intervención de organismos políticos, dejándolo libre para que las cosas se ordenaran por su propio peso. De este modo, la economía de un puñado de ricos sería capaz de desestabilizar cualquier sociedad y gobierno como ha pasado con “el crack de 1929 en Wall Street” cuando se descontroló el mercado de valores, y la economía de unos pocos manejó la sociedad a su antojo. Esta doctrina defiende que el mercado está por encima del Estado.
En cuanto al agüita de porrón, imaginemos por un momento que existe una isla que posee en acuíferos cuatro veces el agua que necesita. En el mercado del agua está claro que el político viene y va, pero los caciques económicos siempre seguirán siendo caciques, porque la economía de los mercados se moverá poco y más bien se concentrará en manos de unos pocos. El problema está cuando el cacique económico se mete en política, concentrando ambos poderes y pareciéndose a lo que viene siendo una especie de monarquía de derecho divino, donde nadie cuestionará el poder de la criatura. Si se realiza este ejercicio de imaginación, más de uno aprendería a rezar el padre nuestro para que alguien no concentrara el poder político y el empresarial al mismo tiempo, porque ese mandatario será una persona capaz de solucionarlo todo o, por el contrario, de empeorarlo para todos los demás menos para sí mismo. En esa isla no habría lucha entre el sector público y el privado, ni una pechada entre Keynes y Adam Smith, sino un ejemplo más de que lo que manda es siempre el dinero.
La imaginación es muy útil cuando uno quiere aprender algo, pero seamos positivos. Supongamos que existe un organismo público que se enfrente al privado, que le dé al empresario un ultimátum para dejar de explotar un recurso de todos y le compense económicamente sus instalaciones para que pasen a ser parte del domino popular. Figuremos por un instante que se ofrezca agua pública a buen precio para todos, que se termine con la tradición del agua en manos privadas venida desde el siglo XVI, que los bienes públicos al servicio de acciones privadas queden en un recuerdo escrito de libro viejo y que el Ken ya no pasee más a la Barbie en el descapotable gracias a la explotación económica de un recurso público. Cuando todo pase nos reiremos y le contaremos a Europa la experiencia de vivir en un “microseñorío” del siglo XXI. Como conclusión, en esa isla imaginaria por lo visto sería normal adueñarse de la propiedad pública, hacerla privada y cobrar por ello, con lo cual que a nadie le parezca raro que alguien llegue con un hierro, un martillo y un topógrafo del catastro al centro de la plaza del pueblo y diga: ¿pues saben lo que les digo?, que ahora yo lindo aquí.
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