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Ideas desperdigadas por entre la lava

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Después de todos estos meses, por fin me dispongo a escribir una serie de reflexiones, algo más completas, más allá de breves comentarios o algún comunicado, en torno a la erupción del volcán Tajogaite que, incluso tras haber terminado, sigue trastocando la vida de las personas que vivimos en este lado de la isla. 

Un cúmulo de pensamientos y sentimientos me iban viniendo a la cabeza, sobre todo mientras la erupción estaba en curso, con altibajos emocionales, esperanzas y, sobre todo, incertidumbre, incertidumbre que aún prosigue, pero esta vez ya no por causas naturales sino por las actuaciones de la administración. 

Ante todo quisiera pedir disculpas a las personas que me leen por lo desperdigada que pudiera resultar mi exposición, con distintas ideas sueltas, esbozos, pinceladas o reflexiones en torno a diversos temas. Soy consciente de que todo esto no estará siquiera bien redactado. 

Yo fui de una generación que pensaba, en su niñez, que nos haría ilusión ver un volcán. Es cierto que había memoria, transmitida generacionalmente, de los volcanes anteriores, no ya del volcán del Teneguía, un “volcán de juguete” y que fue casi como una atracción para mucha gente, sino incluso de uno que había generado más daño como fue el volcán de San Juan. Pero tampoco puede decirse que hayamos permanecido inconscientes ante el riesgo, que desconocíamos el riesgo de una erupción volcánica. Claro que éramos conscientes de esa posibilidad, sabemos que vivimos en unas islas volcánicas, y sabemos que determinados espacios son muy activos volcánicamente, sobre todo Las Manchas, probablemente el territorio de Canarias que más volcanes ha vivido desde que hay gente pululando por estas islas, y aún así, en Las Manchas llevamos viviendo personas desde hace más de mil años. Es lo que somos, tenemos que asumirlo, vivimos en una tierra volcánica, con sus ventajas e inconvenientes, cada territorio de este mundo tiene sus riesgos. De este modo, el problema no era tanto el riesgo volcánico, para nada inesperado, sino las consecuencias de un volcán que resultó ser el segundo más grande de Canarias de, al menos, los últimos seis siglos. 

Los volcanes destruyen y construyen, todo es un constante proceso de construcción y destrucción. Es tremendo ver una montaña y ser consciente de que esa montaña hace un año no existía, pero igual pasó en su día con el resto de montañas de un archipiélago volcánico, esas montañas que ahora forman parte de nuestro paisaje, que serían inconcebibles ciertos espacios si no estuvieran esas grandes moles, aparecieron en algún momento, no han existido siempre. Hoy en día no concebiríamos Jedey sin Los Campanarios, pero hace unos siglos hubo gente que los vio nacer en un lugar donde antes no existían, donde antes habría otra cosa, nuestro paisaje se ha ido formando en base a procesos, en ocasiones traumáticos, de construcción y destrucción. Es complejo explicárselo a personas que no han vivido este proceso, una montaña no es eterna, pero uno mismo ha tenido que desterrar mitos acerca de la geología, pues la concebía como un proceso lento, casi imperceptible a diferencia de los tiempos históricos humanos. Ahora uno acaba de descubrir perfiles estratigráficos con capas bien visibles que se formaron en pocos días, cuando uno pensaba que eso podía tardar siglos en formarse. 

Pero sí estábamos preparados para una erupción volcánica, tenemos que asumir esa posibilidad, la otra opción sería despoblar grandes áreas de nuestras islas donde llevamos siglos viviendo y conviviendo con erupciones volcánicas, lo cual sería una locura, lo que no lograron los conquistadores, echarnos de nuestra tierra, hacerlo ahora porque, ojo, en las islas volcánicas hay volcanes. 

También uno ha terminado de comprender ciertos fenómenos. Durante la erupción volcánica hablamos con el volcán, lo personificamos, lo insultábamos o pedíamos por favor que se calmara. En alguna ocasión leí que determinados pueblos en el pasado interpretaban los volcanes como consecuencia de una voluntad divina, contraponiendo el pensamiento mágico, mira tú, ignorantes, frente al avance del pensamiento científico gracias al cual conocemos las causas reales del fenómeno. Sin embargo, la propia vivencia ha demostrado que esto no es así, y que me perdonen las personas partidarias de ciertas teorías postmodernas, pues acabamos de comprobar que las personas no interpretamos la realidad y nuestra propia experiencia a través del lenguaje, sino que es al revés, las personas dotamos al lenguaje de significados concretos a partir de la experiencia, mi concepto de volcán no es el mismo que tenía hace un año. En cuanto al pensamiento mágico, ni ahora ni en el pasado hemos interpretados los volcanes como fruto de la voluntad divina, pero ante fenómenos que sabemos que somos incapaces de controlar nos asimos a determinadas ritualizaciones con la esperanza de poder hacer algo, de no sentirnos impotentes ante estas fuerzas incontrolables. El volcán no piensa, no es un animal, ni un demonio, ni una persona o un ente, no tiene voluntad ni de hacer daño ni de hacer bien, pero lo personificábamos, le atribuíamos voluntad, le hablábamos y nos dirigíamos a él como “cabrón” o “el señor” porque nos sentíamos angustiados y nos asíamos a la vana esperanza de así, contribuir a pararlo. Como el poema Masa de César Vallejo, pensamos que si toda la humanidad se une ante un mismo fin, podríamos hasta vencer a la muerte. Y volviendo al lenguaje y la creación de símbolos, no es casual que en varias religiones del mundo la figura demoníaca haya estado asociado al fuego, al interior de la tierra o al azufre. Acabamos de comprobar por qué. 

Ahora, tras estas divagaciones, quisiera centrarme en una cuestión no menos importante. Es cierto que las fuerzas de la naturaleza no tienen voluntad, pero también existen otras fuerzas, humanas, que sí la tienen, y que están siendo responsables ahora de nuevos desmanes que pueden terminar de destruir lo que el volcán no se llevó. 

Un asunto del que no se ha hablado lo suficiente es el de los vecinos y vecinas de El Paraíso o Alcalá, uno de los barrios de Las Manchas y el primero en sufrir la fuerza destructora del volcán. Por mucho que se echen flores con la supuesta eficacia de las evacuaciones, lo cierto es que, cuando el volcán reventó, pilló a la mayor parte de la población desprevenida. La charla informativa con los vecinos y vecinas fue menos de veinticuatro horas antes de la erupción, casi a lo de la no muy buena película Un pueblo llamado Dante’s Peak, y a ella no fueron invitadas las personas de El Paraíso / Alcalá porque se suponía que esa no era una zona de riesgo. En realidad, desde el viernes, la sismicidad se había ido trasladando desde Jedey hacia el norte, en esos días, debido a mi preocupación, consultaba constantemente la página del Instituto Geográfico Nacional y pude comprobarlo. El 19 de septiembre la gente de El Paraíso hubo de salir rápidamente con lo puesto cuando ya sobre el barrio la tierra empezó a escupir fuego. 

Tampoco se tuvo en cuenta a la hora de planear las evacuaciones, a última hora, de un asunto fundamental. No sólo tenían que salir personas, sino animales, y en muchos casos, además, animales de granja, ganado. La ganadería no es una actividad tan residual como han querido hacernos creer, y la zona afectada por el volcán seguía siendo, en buena medida, agrícola y ganadera. En la mayoría de los casos resultaba imposible llevarse esos animales en un coche, para que luego se oyeran algunas voces, desde fuera de Canarias, insultando a las personas damnificadas por haber abandonado a los animales cuando tuvieron que desalojar a toda prisa y de manera forzosa. 

Otro asunto muy delicado es la actuación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Se supone que son personas formadas para actuar en situaciones de emergencia, y ello implica también un especial tacto para tratar con personas que, ante ese tipo de situaciones, lógicamente se encuentran desesperadas y asustadas. La cuestión es que ese tacto no siempre se dio, lo cual contribuía a aumentar la angustia ante una situación límite.

La información tampoco fluyó lo suficiente, o al menos el tipo de información que, en esos momentos, más solicitaba la gente, esto es, saber qué había sido de su hogar. Mucha información del cono, pero faltaba saber algo tan sencillo como por dónde iban las coladas. Y es que es más dolorosa y angustiosa la incertidumbre, el no poder hacer siquiera el “duelo”, que la certeza de una pérdida. Pero bueno, como decía cierto responsable público, todo estaba dentro de la normalidad. 

Y después de la tempestad no llega la calma sino, como hemos estado comprobando, otra nueva tempestad. Aunque con disparidad de acuerdo a los municipios donde se haya tenido la suerte o la desgracia de residir, es evidente que la gestión de las ayudas está dejando mucho que desear. Entre unas ayudas que tardan en llegar (con personas que están residiendo por fuerza fuera de lo que fue su hogar, habiendo en muchos casos perdido el trabajo y todos sus medios de vida) y otras difíciles de gestionar pues la legislación estandarizada no contempla ciertos modos de vida donde la propiedad no siempre es la propiedad (la casa donde se vive, sobre el papel, puede ser propiedad de otro familiar), muchas familias están viviendo una situación muy difícil. A esto hay que añadir quienes se aprovechan de esta situación, con mucha gente que quedó sin hogar, para subir los precios de los alquileres, por no hablar de quienes prefieren seguir alquilando a turistas que a palmeros. 

Pero también nuestros responsables políticos están aprovechando para meter con calzador proyectos de infraestructuras que no tienen nada que ver con la reconstrucción de lo destruido con el volcán. Proyectos que, curiosamente, coinciden con proyectos que habían sido ideados años antes de todo esto, pero que ahora quieren aprovechar la vía de emergencia para acelerarlos y, de paso, adjudicar las obras sin concurso. Aprovechan la desgracia para cambiar el modelo económico de La Palma que, obviamente, tiene muchas deficiencias, por otro que tiene muchísimas más y que no haría sino agudizar la precariedad laboral y la dependencia del exterior. Dicho de otro modo, se pretende crecer turísticamente, pero a base de machacar a la agricultura. Pareciera como si el PSOE de La Palma tuviera una especial animadversión contra la agricultura, a lo que hay que añadir la vinculación del PP con los grandes propietarios de la tierra y del agua (y no quisiera meterme ahora en la cuestión de las desaladoras porque esto enrollaría aún más el texto). Se ningunea a las personas afectadas, a los vecinos y vecinas, no se tiene en cuenta a la gente para decidir qué modelo de reconstrucción queremos, se insulta a las personas damnificadas llamándolas desagradecidas, y ahora la alcaldesa del Los Llanos de Aridane, Noelia García, del PP, amenazando con muy malas formas, con dar de baja del padrón municipal a las personas desplazadas que aún no han encontrado un lugar fijo donde poder vivir. 

Contra la naturaleza no se podía luchar, un volcán es inevitable. Pero contra la mala gestión sí se puede luchar.

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