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Félix González: “La salud mental se sostiene en los vínculos, no solo en los tratamientos”

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Félix González es jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario de La Palma.

Cada 10 de octubre el mundo recuerda que no hay salud sin salud mental. La Organización Mundial de la Salud la define como un estado de bienestar que permite afrontar las dificultades, desarrollar las propias capacidades y contribuir a la comunidad. Este año, bajo el lema 'Salud mental en catástrofes y emergencias', la fecha cobra un significado especial en La Palma, una isla que conoce bien lo que es levantarse tras la adversidad. El psiquiatra Félix Andrés González,  jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario de La Palma,  reflexiona sobre la importancia del cuidado emocional como parte esencial de la reconstrucción colectiva.

—Este año el Día Mundial de la Salud Mental está dedicado a la atención en emergencias y catástrofes. En La Palma esa frase suena distinta, ¿no?

—Sí, aquí tiene un sentido muy literal. En apenas cuatro años hemos pasado por una pandemia, el mayor incendio urbano sufrido en las isla y en la misma zona una erupción volcánica. Tres crisis seguidas que pusieron a prueba la fortaleza emocional de toda la isla y en particular la de Los Llanos de Aridane y El Paso. Fueron momentos muy difíciles, de pérdidas, de incertidumbre, de temor, de angustia… pero también de solidaridad y aprendizaje. Durante el volcán se organizó un refuerzo psicológico muy potente. Vinieron profesionales de otras islas, se sumaron voluntarios, y el hospital mantuvo la atención a los pacientes habituales sin dejar de atender a los damnificados. Fue un gran esfuerzo colectivo, con mucha coordinación y, sobre todo, conhumanidad.

—¿Qué enseñanzas deja una experiencia así?

—Que la salud mental no puede improvisarse. Tiene que estar integrada desde el principio en los planes de emergencia, igual que la atención médica o la logística. No basta con añadir psicólogos cuando ya ha ocurrido el desastre: hay que tener una estructura preparada, protocolos claros y personal formado. La clave está en la colaboración. En La Palma se trabajó codo con codo con Atención Primaria, con los servicios sociales, con el Cabildo Insular, con las asociaciones. Y ese modelo —pequeño, cercano, flexible— puede también servir de ejemplo a otros lugares. No se trata solo de tener más recursos, sino de conectarlos bien.

—La pandemia también fue un punto de inflexión para la salud mental. ¿Qué cambió realmente?

—Cambió nuestra percepción del malestar. Durante la pandemia se hizo común el sentimiento de soledad, inquietud, agotamiento…Fue una experiencia colectiva que nos hizo más conscientes, pero también abrió la puerta que puede prestarse a cierta confusión. A nivel general hemos pasado de no hablar de salud mental a hablar de ella quizás en exceso, y a veces sin distinguir entre lo clínico y lo normal, cotidiano.Sabemos que este viraje puede dar lugar a un exceso de introspección, de autodiagnóstico, de etiquetas. Y eso puede no ser bueno. La salud mental es importante, pero no todo sufrimiento supone una enfermedad. Ni necesita un tratamiento, al menos farmacológico. También es necesario reconocer que las frustraciones nos afectan, los duelos, los cambios. Y que el malestar como consecuencia de todo esto no tiene porque significar un diagnostico. No todo se cura con medicinas o terapia: a veces basta con apoyo, descanso, escucha y vínculos. La salud mental se sostiene en los vínculos, no solo en los tratamientos.

—¿Cómo ha quedado la isla después de tantos golpes seguidos?

—Por suerte aceptablemente bien. Los datos muestran que, después del pico de aumento durante la pandemia la tasa de suicidios en La Palma se ha estabilizado a la baja. Y eso pensamos que se debe en buena parte al trabajo en red, a la cercanía de los recursos a las personas. En una isla pequeña nos conocemos todos; eso ayuda a detectar antes los problemas y a intervenir a tiempo. Además, hay un tejido social importante, con asociaciones, familias y vecinos muy implicados. La respuesta al volcán fue un ejemplo de eso: la comunidad sostuvo a la comunidad.

—La rehabilitación psicosocial parece ser una de las grandes fortalezas actuales.

—Sí, sin duda. En los últimos años se ha avanzado mucho. Tenemos más recursos, más programas comunitarios y mejor coordinación entre salud y servicios sociales. La rehabilitación psicosocial que ya se desarrolla en tres centros de la isla, permite que una persona con un trastorno mental prolongado pueda recuperar una vida digna y activa: convivir, incluso estudiar y trabajar. Y en La Palma eso se ha entendido muy bien. La salud mental no se trata solo con fármacos o psicoterapia; debe abordarse también con proyectos, con sentido social, con comunidad. En eso el trabajo conjunto entre el hospital, el Cabildo y las asociaciones ha sido ejemplar.

—Algunos estudios recientes dicen que los países con más psicólogos no siempre tienen mejor salud mental. ¿Le suena esa paradoja?

—Sí, y tiene su lógica. En las sociedades más desarrolladas hay más profesionales, pero también más aislamiento, más individualismo y más expectativas imposibles. No todo se soluciona aumentando la plantilla: hay que repensar cómo vivimos. El bienestar emocional depende tanto de las políticas sociales como de la asistencia sanitaria. Si una persona vive sin vínculos, sin propósito o sin tiempo para descansar, para el ocio, ningún sistema puede compensar del todos esas carencias. La salud mental empieza mucho antes de la consulta: en la escuela, en la familia, en las relaciones interpersonales, en la calle.

—¿Cómo valora el papel de su equipo en todo este recorrido?

—No tengo palabras de agradecimiento suficientes. El equipo de Salud Mental de La Palma ha venido trabajando de una manera muy comprometida. Desde la medicina, la psicología, la enfermería, las trabajadoras sociales, administrativo… todos han estado al pie del cañón, muchas veces en condiciones nada fáciles. Y la Gerencia y la Dirección Médica del hospital han sabido escuchar, confiar y apoyar. Esa comunicación ha sido clave para que todo haya funcionado. Lo que se consiguió en plena crisis no fue solo un trabajo técnico, sino además, extraordinariamente humano.

—¿Qué retos quedan por delante?

—Muchos. El principal es aprender a distinguir el sufrimiento de la enfermedad. Vivimos una época que quiere respuestas rápidas y diagnósticos inmediatos, pero hay experiencias a las que no necesitamos darle un nombre, sino más bien un acompañamiento. También necesitamos reforzar las políticas que cuiden los lazos sociales y reduzcan la desigualdad. La salud mental no se arregla solo con más consultas, sino con más comunidad. La psiquiatría del futuro deberá no considerar por separado lo biológico y lo social, lo científico y lo humano.

—¿Y qué mensaje le gustaría dejar en este Día Mundial de la Salud Mental?

—Que la salud mental no debe ser un tema de moda ni solo una efeméride que se recuerde un día al año. Es algo que nos atraviesa a todos, todos los días. En La Palma lo hemos aprendido a base de pruebas muy duras: pandemia, volcán, pérdidas patrimoniales y también intangibles... Pero también hemos descubierto lo que significa cuidar de verdad. Lo que cura no es solo el tratamiento, sino la relación, la empatía, la comunidad. Si algo hemos aprendido aquí es que la salud mental se construye juntos. Y que incluso en medio de la adversidad, hay razones muy fundadas  para la esperanza.

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