El doble duelo de Ndiona tras llegar a Canarias en cayuco y perder a su primo en el mar

Una patera, en aguas cercanas a Canarias.

Efe / Laura López

22 de enero de 2024 10:07 h

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El cayuco dio a la joven senegalesa Ndiona la posibilidad de escapar de la pobreza extrema que vivía en su país y del infierno de agresiones sexuales que sufrió en su propia casa, pero la misma embarcación se llevó, a cambio, la vida de la única persona que debía ser su red en un país extranjero.

Además del duelo migratorio que usualmente viven las personas que abandonan su hogar, especialmente las que lo hacen en condiciones tan difíciles como la suyas, Ndiona (nombre ficticio) carga también, a sus 23 años, con el dolor de haber perdido durante el mismo viaje a su primo, cuyo cadáver no pudo ver antes de que lo arrojaran al mar.

Por eso ni siquiera pudo sentir alivio cuando alcanzó a ver la costa después de ocho días de navegación por el océano Atlántico en una embarcación precaria, sin baño, y alimentándose a base de galletas y cuscús.

Por eso aún no ha tenido ni un segundo de paz, aunque ahora esté a salvo de su hermano, quien la violaba en la casa que compartían, y de la pobreza extrema que no le daba ninguna perspectiva de futuro en su país.

Y por eso, si pudiera decirle algo a un joven compatriota suyo que esté pensando en seguir sus pasos, está segura de que intentaría disuadirle para que no lo hiciera.

“Estoy contenta de estar aquí, pero lo que ha pasado con mi primo me duele mucho y lo tengo en la mente”, señala Ndiona en una entrevista por videollamada con la Agencia EFE desde el centro de acogida en el que reside, en Málaga.

Ella es una de las 55.618 personas que el año pasado llegaron a las costas españolas en embarcaciones precarias, un 92,3% más que en 2022, la mayoría de ellas a Canarias y con una presencia muy importante de senegaleses.

Ocho días en el cayuco: “Todos los días es un peligro”

Ahogada por la pobreza que vivía su familia y para intentar “olvidar” el terror de violencia sexual que sufría en su propia casa, el pasado mes de octubre Ndiona aceptó que su única salida era coger un cayuco e intentar llegar hasta Canarias, como tantos otros jóvenes habían hecho antes que ella.

Recibió la llamada de un amigo suyo que le avisó de que en cuatro días podría partir y, dos antes de la fecha, se lo comunicó a su familia: “Mi padre al principio no estaba de acuerdo, pero al final me dejó ir”, narra.

Tomó un cayuco el 11 de octubre junto a muchas otras personas en su pueblo, Bargny, con algo de ropa, unas galletas y su primo, de su misma edad, el único conocido que la acompañaba.

En la embarcación, separaron a los dos familiares por sexo, por lo que Ndiona pasó la mayor parte de los ocho días sola, alimentándose a base de galletas y cuscús, y sin un baño en el que hacer sus necesidades: “Todos los días es un peligro, hay muchas olas, la gente tiene miedo por su vida”, recuerda sobre este viaje.

Al cuarto día, al no encontrar a su primo por ninguna parte, preguntó por él al resto de migrantes y estos le dijeron que había muerto.

Arrojaron su cuerpo al mar antes de que ella pudiera verlo, por lo que, tres meses después, sigue sin saber de qué murió exactamente.

El dolor que inundó a Ndiona desde ese momento no le dejó sentir otra cosa cuando se percató de que había conseguido arribar a la costa: “No me sentía bien, sentía que estaba enferma”, recuerda la joven, quien insiste en no podía parar de pensar en lo que había ocurrido con su familiar.

El caso de su primo no es único: al menos 6.618 personas murieron en 2023 intentando llegar a las costas españolas, una media de 18 cada día, según los datos del colectivo Caminando Fronteras. De todas ellas, casi la mitad (3.176) procedían de Senegal.

“Nada funciona bien allí, no hay trabajo, no tenemos perspectiva de vida”

Ndiona vive ahora en un centro de acogida en Málaga, donde es atendida por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y dedica sus días a dormir, comer, pasear de vez en cuando y participar en algunas de las actividades que organizan para los usuarios, como clases de español.

Ha recibido atención por parte de trabajadores sociales y técnicos de integración social, pero aún no ha tenido acceso a un psicólogo con el que tratar las secuelas de su vivencia.

La joven imagina su futuro en España, donde sueña con encontrar un trabajo para poder ayudar a sus padres en Senegal: “Me encanta la peluquería y me gustaría trabajar en eso”, afirma.

En su opinión, lo que tendría que cambiar para que los jóvenes como ella no se vean empujados a coger un cayuco rumbo a Canarias es algo tan fácil de pensar como complicado de resolver: que mejoren las condiciones de vida de su país.

“Nada funciona bien allí: no hay trabajo, no tenemos perspectiva de vida... Si eso cambiara, no buscaríamos un futuro mejor en otra parte”, asegura. 

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