Espacio de opinión de Canarias Ahora
El tiempo y los tiempos
Decía aquel antiguo filósofo que no puedes bañarte dos veces en el mismo río, pues al fluir el agua, el río ya ha cambiado, ya es otro. La sentencia ha quedado ahí para siempre y nos sirve lo mismo para una profunda reflexión sobre la impermanencia de la existencia como para una frase de taza de café. No estoy en contra de las frases en las tazas de café, dejando a un lado el aspecto comercial del asunto, si con ellas invitan a algún tipo de reflexión que pueda a su vez generar algún tipo de cambio en el lector, cosa que dudo que ocurra, dada la paradoja: pasarás la vista de la frase en la taza de café a la lectura de otra frase en otra taza o incluso a la frase del sobre de azúcar y eso ya son demasiadas frases, demasiados estímulos. No hay modo de tener aunque sea un poco de permanencia. A ver si podemos estarnos quietos un poco de tiempo, leches. Pero no, no es posible. Es la vida: “Aunque el mar vuelve, nunca es el mismo mar, la Tierra nos devuelve otro sol cuando gira”, que era el modo poético que tenía Pedro Guerra de decir lo mismo en aquella hermosa canción.
Pienso en esto tras ver el sexto capítulo de la segunda temporada de The last of us, la serie basada en un famoso videojuego, que nos narra la lucha por la supervivencia en un mundo plagado de zombis. Ahora vendrán los tiquismiquis a decir que no son zombis, que se han infectado por un hongo que les controla y blablabla. Nada, para usted y para mí: zombis. Esto no le quita importancia a la serie; el género, deberíamos ya saber a estas alturas, es lo de menos. Puedes hacer una serie o una peli sobre zombis buena o mala, lo mismo ocurre con una peli del oeste o con una comedia romántica. A mí, en general, esta serie me gusta. Pero si se queda guardada en mi memoria será debido al episodio 3 de la primera temporada y al episodio 6 de la segunda. En estos dos capítulos se rompe la línea de acción principal y se recrea y ahonda en aquello que nos hace humanos. Rompen la acción, hacen un parón, detienen el tiempo para hablar de lo más importante. “Detienen el tiempo” en un sentido figurado y eso ya de por sí justificaría que empezara el artículo hablando de Heráclito, aquel antiguo filósofo. Pero yo quería mencionar al griego en relación a la serie por un motivo menos prosaico de lo que pudiera parecer: la avalancha de producciones audiovisuales dificulta el asentamiento de los contenidos más hermosos e intensos en nuestra memoria. Se pasa de un producto a otro sin dar tiempo a que reposen y se asienten dentro de nosotros. El audiovisual consumido como las camisetas de Zara. Ahora el río se nos escapa con mayor rapidez.
Creo que éste no es un hecho baladí, un simple cambio en el modo de disfrutar del cine. Permítaseme la osadía de teorizar, humildemente, sobre el asunto. Creo que esto puede generar cambios más profundos en el modo de percibir el mundo y, de ser así, modificaría sustancialmente nuestra condición humana. Un cambio evolutivo, como esa teoría que predice que las futuras generaciones tendrán el pulgar diferente por el uso del móvil. Un cambio como ese pero a nivel cognitivo. Generaciones más nerviosas, quizá, con un mayor déficit de atención o, lo que es más preocupante, con una afectación sobre la propia sensibilidad.
No creo que, de ocurrir eso, la culpa se deba únicamente a una enorme producción de formatos cinematográficos, pues éstos son una pieza más que se añade a una oferta excesiva de estímulos audiovisuales en forma de videos cortos que inundan las redes sociales. De esto se ha hablado mucho y resulta cansino repetirlo, por preocupante que sea. Pero estamos transformando el sentido del tiempo. Ya el tiempo no es lo que era. Vivimos más pero la vida pasa más deprisa y no nos acordamos de nada. De nada importante. Esos campesinos del medievo igual vivían cuarenta años pero quiero pensar que experimentaban el tiempo de un modo orgánico, acorde a los ritmos naturales, pudiendo percibir segundo a segundo cada atardecer. Después de doce horas de trabajo y si no les mordía una rata o se les moría un hijo, claro.
Quizá no era peor que en Gaza. Porque hablábamos del tiempo, ¿no? De cómo lo percibimos y lo gestionamos. De qué retenemos de aquello que experimentamos. De que la vida se nos pasa rápido. De que no nos enteramos de los atardeceres y de que olvidamos las buenas películas que vemos. Y de ahí pasamos a hablar de que antes el tiempo se percibía de un modo más real, más en presente. Y ahora nos vamos a Gaza. Y no está metido con calzador. Porque hablamos del tiempo y de nuestro tiempo. Del tiempo que pasa, inexorable, más o menos rápido, más o menos vivido y del tiempo que nos ha tocado vivir. Y creo que no se puede hablar de este último sin mencionar a Gaza. Cada maldito día. Así como Forges recordaba la tragedia de Haití en cada una de sus viñetas, incluso mucho tiempo después de la tragedia que sufrió el país. Hoy, aquel Haití, país sin ley, es Gaza, donde impera una ley asesina, que mata niños. Niños inocentes, lo cual es un epíteto. Y algunos de los que sobreviven, de tan sólo cinco años, están diciendo que no quieren vivir. Sí, nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Pero volvemos a repetir la misma historia. Aunque ahora los bisnietos de aquellas víctimas se han convertido en los verdugos de éstas. Vivimos en tiempos vergonzosos.
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