El juego del garrote de Gran Canaria se blinda como BIC para burlar el olvido

Maestro Manuel Guedes y Eduardo González. Juego del Garrote.

Gara Santana

Las Palmas de Gran Canaria —
7 de noviembre de 2025 18:58 h

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“Los vecinos de Telde y Agüimes… como vieron en su tierra y término gente extraña… se juntaron algunas cuadrillas… con sus armas, que eran piedras y garrotes…” Son las referencias que en 1602 reflejó el fraile Abreu Galindo en su Historia de la Conquista de las siete islas de Canaria.

El juego del garrote nace por una necesidad eminentemente defensiva de un territorio con orografía escarpada, con ‘reinos’ que se defienden unos de otros dentro de la propia isla, pero también que necesitan defenderse del invasor extranjero en un territorio expuesto a la otredad por todas partes.

Esta práctica tradicional de Gran Canaria consistente en técnicas de ataques y defensas con un palo grande y grueso, un legado de los pastores que impidieron, con su práctica, que se perdiera a pesar de la prohibición de su práctica tras la conquista de los castellanos, en pro del uso de elementos de metal o quedando reducidos a actividades laborales como el pastoreo.

Discípulos de Manuel Guedes. Santa Lucía de Tirajana.

Aunque históricamente era un enfrentamiento, hoy en día se practica principalmente como exhibición y juego no competitivo, centrado en la técnica y el respeto. Existen escuelas y centros dedicados a mantener la tradición y también se ha adaptado para personas con discapacidad. Hace tan solo un mes ha sido declarado Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Canarias, junto a la técnica de calado de la roseta y junto a la Casa Torres de Teguise en Lanzarote.

“Se considera una actividad directamente vinculada al mundo del pastoreo”, explica a este periódico el arqueólogo y doctor en Historia Xabier Velasco. “Las descripciones sobre el mundo del pastoreo que podemos reconocer, prácticamente desde el final de la conquista, hablan del garrote como un elemento básico asociado a esta actividad, sobre todo, al ganado menor, porque este tipo de ganado queda en manos de los descendientes de los indígenas de Gran Canaria con lo cual sí parece que hay un vínculo de unión entre el pasado prehispánico y mundo colonial en cuanto al mantenimiento del uso del garrote vinculado a una actividad laboral concreta”, sostiene Velasco. 

Para el arqueólogo, la violencia continuó aplicándose como una forma de dirimir conflictos principalmente en la Edad Moderna y Contemporánea, “sobre todo para aquellos sectores de la población que no tenían acceso a una justicia reservada para sectores más privilegiados y los conflictos entre pastores eran relativamente frecuentes por lindes, demarcaciones territoriales”.

Las escuelas tradicionales

“Estamos contentos en el sentido en el que validaron los argumentos que nosotros pusimos sobre la mesa y eso nos va a permitir a partir de ahora relacionarnos con las instituciones de otra manera, en la medida en la que podremos pedir que nos ayuden para que la práctica no desaparezca como nosotros la llevamos a la práctica, como nosotros la recogemos de los pastores”, explica a este periódico Eliezer Medina, portavoz de las escuelas tradicionales de Gran Canaria. 

“Estas instituciones ahora, como dice la Ley de Patrimonio, tendrán que fomentar la práctica por medio de la divulgación, por medio de la investigación”. Le parece un logro importante, que han tenido que defender no literalmente a garrotazos, pero sí ha sido una tarea de años por reivindicar las especificidades de la práctica en la isla y sienten orgullo de que el informe haya sido avalado por órganos consultivos como la Facultad de Historia de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria o el Museo Canario. “Establece unos límites y esos límites se traducen en que se considera juego del garrote tradicional de Gran Canaria la práctica que tiene una serie de características, como, por ejemplo, utilizar siempre garrotes de madera. Utiliza un vocabulario específico, tiene una serie de términos y de palabras que se emplean, que son propios de esa práctica”.

Miguel Santana y Gonzalo Santana, al fondo Juan Santana, hijos de Maestro Paquito en El Goro. Telde. Años 90. Foto de Jesús Álvarez.

Para Medina, lo que se pretende con la herramienta del Bien de Interés Cultural es contextualizar la práctica y devolverle el protagonismo a sus verdaderos protagonistas.

“Decir cuáles son las comunidades portadoras que están ahora, en pleno siglo XXI, practicando el jugo del garrote, como nos lo transmitieron en los años ochenta del siglo XX. Ahí está la figura de Maestro Paquito Santana, ahí está la figura de Maestro Manuel Guedes, de Santa Lucía, y está la figura de Maestro Miguel Calderín de Valsequillo”.

La preparación del garrote, una suerte de orfebrería

La preparación del garrote conlleva una cadena operativa esencial que abarca la selección, transformación y preparación de un palo adecuado para el juego. 

Aunque el proceso contemporáneo haya incorporado variantes y matices, los fundamentos tradicionales continúan basándose en una secuencia de pasos inalterables. La madera utilizada por los pastores provenía de distintas especies de las islas, entre las que destacaban el acebuche, el almendrero y el brezo. El acebuche era la preferida por su dureza y resistencia, capaz de perdurar mucho tiempo si se trataba correctamente, aunque su corteza, llena de nudos, resultaba difícil de retirar una vez seca. Por su parte, el almendrero, más ligero y menos resistente, era también empleado, en especial en su variedad amarga, a la que se atribuía una mayor fuerza y durabilidad. En la actualidad, el eucalipto es la especie más común, valorada por su ligereza, facilidad de manejo y abundancia.

La elección de la rama exige atención al tamaño y proporciones: el palo debe superar ligeramente en altura al jugador, y el grosor debe permitir que la empuñadura se ajuste bien a la mano. Se prefieren ramas o retoños rectos, con la menor curvatura posible, ya que las curvas marcadas dificultan el enderezamiento posterior. El corte del garrote se realiza idealmente durante los cuartos menguantes de la luna, cuando el árbol contiene menos savia. Este detalle, más que un rito, responde a razones prácticas: se evita que la madera se agriete o se “desangre”. El corte debe ser limpio, eliminando las ramificaciones y hojas, y sellando las puntas con pintura o verguilla para prevenir grietas durante el secado.

Escuelas de juego del garrote de La Revoliá de Santa Lucía y La Barranquera de Telde.

El secado o curado consiste en deshidratar la madera. El garrote se deja a la sombra durante meses, ya sea en posición vertical, apoyado en la pared o en horizontal para evitar que se arquee. Este proceso puede durar entre seis meses y un año, según la especie y el grosor del palo. Si aparecen grietas o la madera conserva un tono oscuro, se considera que aún está “viva” y requiere más tiempo de curación. Una vez seco, se procede al enderezado, etapa que combina calor y presión para moldear y fortalecer la pieza. La madera se humedece envolviéndola en trapos mojados o sumergiéndose en agua durante un día. Luego se unta con sebo o se cubre con piel de baifo, y se calienta al fuego mientras se aplica presión con palancas, sargentos o tornos. El proceso se repite, alternando calor, presión y enfriamiento, hasta que el garrote adquiere la forma recta y firme deseada.

Tras ello, se elimina la corteza restante raspando la superficie con hilos finos, fragmentos de cristal o lajas de piedra, y se redondean las puntas antes de lijarlo para conseguir un tacto suave. 

Finalmente, el engrasado devuelve a la madera su elasticidad y realza su color natural. Se emplea sebo, grasa animal o incluso espuma de leche recién ordeñada, que además tiñe el garrote de tonos oscuros y cálidos. La grasa se deja actuar varios días hasta que el palo la absorbe completamente, quedando listo para su uso.

El mantenimiento continuo es indispensable para prolongar la vida útil del garrote. Debe rehidratarse periódicamente y mantenerse en lugares sombreados, evitando el sol directo, que reseca y agrieta la madera, o la humedad excesiva, que produce hinchazón y pudrición. Guardarlo apoyado en la pared ayuda a preservar su rectitud y evitar que se “apande”.

La elaboración del garrote puede entenderse como una forma de orfebrería en plena naturaleza. Un proceso donde el fuego, la paciencia y la grasa transforman un simple palo en una herramienta precisa y noble. Cada paso, desde la elección de la rama hasta el pulido final, refleja la sabiduría artesanal y el respeto hacia la materia viva, valores que aún perviven en esta tradición ancestral del juego del garrote canario.

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