San Marcos: romeros, fiesteros y prohibiciones
A las once de la mañana de una romería de San Marcos como la de este domingo, las calles del municipio tinerfeño de Tegueste aún no olían demasiado a bosta de vaca. Los que tenían fiesta en su casa terminaban de preparar las cosas, con el penúltimo fuego a las garbanzas y el último toque de sal a la carne de fiesta. Los jóvenes se ponían guapos, por lo que pudiera pasar y los policías tenían lista la libreta para poner multas a quienes hicieran los asaderos improvisados que llenaban la calle otros años de visitantes que querían comer y beber a precios baratos. Saltarse la norma podía salir entre 30 y 300 euros.
La concejala de Medio Ambiente, Sandra Ramallo, reconoce que se han puesto “un poco duros”. Ella dice que disfruta como la que más viendo a la gente pasárselo bien. “Pero que había que poner freno a los desmadres de otros años, donde nadie hizo caso de las prohibiciones”. Lo hacen por seguridad: “la gente trae bombonas y brasas que pueden provocar cualquier problema, sobre todo cuando pasa la tarde y se ha bebido mucho.” Luego, por la preocupación de los vecinos: “A algunos le ponían el brasero justo en las fachada de su casa y le estropeaban las paredes”. Y por último, porque “la romería no es un parque recreativo al que irse de chuletada. Hay gente que ni siquiera va a ver las carretas”.
“Pero, ¿y qué es la romería, señora Ramallo?”
“La romería es tradición, es cultura, es pasarlo bien, es disfrutar de las carretas, de las parrandas, de un vaso de vino con los amigos”.
A todos los partidos les pareció bien la decisión del grupo de gobierno, de CC. PSOE, PP, Sí Se Puede y Por Tenerife apretaron el botón del sí con la tranquilidad de que no habría explosiones en la calle y de que podrían disfrutar de las carretas que acompañaban a San Marcos Evangelista y que ayer eran muchas y bonitas. Los romeros se pasan varios meses preparándolas. Como Dalina, que se junta con su marido y otros cinco matrimonios a hacer la carreta de El Carmen cada romería. Este año, está dedicada a La Oliva y a uno de sus músicos folklóricos, Esteban Ramírez. Reciben una generosa subvención del ayuntamiento, 900 euros ?aunque las carretas más pequeñas se llevan 300-. Y desde enero se reúnen los fines de semana para trabajar y hacer los dibujos con arroz. A veces, las parejas se llevan parte de la faena a casa, para seguir avanzando:
“Entonces, no se pueden divorciar...”
“En realidad esto ayuda, porque lo hacemos con mucho amor”.
Tegueste es famosa por ser una romería generosa con la comida: como si fuera la jornada más frenética de la bolsa de Wall Street, ayer las manos se agitaban buscando un vaso de vino, un huevo duro, un trozo de pan o una chuleta. Juan venía de Tacoronte porque cree que es la mejor romería, con la gente “más simpática, más dada”. Y Raquel, que es enfermera, pidió el día libre para poder venir. “La gente es del pueblo, autóctona, no como en las romerías finas de los Realejos o San Benito, que te tienes que gastar el dinero. Aquí comes y bebes sin pagar nada”:
“Guapo, moreno, dale algo a esta chica guapa”, le decía Raquel a uno que controlaba el fogón lleno de carne de una carreta.
“Para las chicas guapas no hay nada”. El moreno parecía difícil de ablandar.
Cuando las carretas y la comida desaparecieron, el único rastro que quedó fue el del estiércol. El día iba a ser diferente según para quién: llovía algo, aunque pronto escampó. Pero había unas 40.000 almas y la mayoría no tenía un teguestero que lo invitara a la mesa de su casa. ¿Y ahora qué hacer? ¿Por dónde ir? Los chiringuitos eran la mejor opción: cervezas a 1,50, carne con papas a 3 euros la media ración, pinchitos de carne a 2,50, a 3,50 el combinado. Algunos dueños de chiringuitos no terminaban de estar contentos: “Tenemos que pagar el alquiler al ayuntamiento, unos mil euros en mi caso. Y el seguro de responsabilidad social y la seguridad social”. Aunque los braseros estaban llenos. Entre tanto pinchito se oía hablar de todo. Incluso de política: “La derecha es el hambre”, decía Margarita con casi setenta años. “Yo soy de campo, pero mi sobrina es química y tiene un máster en EE.UU al que contribuyó toda la familia. Como aquí sólo le querían pagar 600 euros, se marcha a Londres”.
El día pintaba regular para los desheredados del asadero, los hombres de la bombona, las mujeres del brasero. Algunos seguían contumaces en su decisión de comer y beber barato. Este año no llevaban explosivos sino tuppers y calderos preparados, pero eran menos personas. “La gente hace caso a lo que le prohíben. Así no podemos seguir”, comentaba con sorna Adrián, a quien el pelo se le ha ido poniendo plateado desde que empezó a ir a chuletadas improvisadas hace ya trece años, siempre en la misma calle, a unos cincuenta metros de la plaza. Llegaron a ser cien, junto con unos amigos que se organizaban en la misma zona. Ayer sólo tenía a unos diez amigos cerca. “Esto es como el austericidio de Merkel. Como se pasen prohibiendo, van a matar la fiesta”.
En los hogares la romería se vivía de otra manera. La carreta de Dalina desembarcaba en casa de Gabriel. Allí había adobo, hecho a base de hígado, cebolla, almendras y pasas. También había vino y queso. Por haber, había hasta algún personaje político de La Oliva, invitado por el homenaje que hacía la carreta al pueblo. Profesores, aparejadores, carpinteros, funcionarios de correos, futbolistas, casi todos menos Dalina estaban a favor de las prohibiciones del Ayuntamiento: “Nos parece perfecto, por las tradiciones y por la basura que dejaba”. Pero justo en frente, Juana, mayor que sus vecinos y con un adobo también muy bueno, tras 27 comidas de romería a la espalda, pensaba lo contrario: “Pues me parece mal, que dejen a la gente vivir la fiesta como quiera. Aunque es verdad que deberían dejar las cosas limpias”.
Cuando llegó la noche y el nivel de vino y ron se había vuelto casi prohibitivo la gente se encontró en la plaza y los kioscos. Todo era más confuso, incluso para el periodista. Y era otra la carne del asador. El debate ya había empezado antes:
“Yo creo que el traje de maga le sienta estupendamente a las mujeres”, decía Pablo.
“Pues a mí también me pone el de mago”, respondía Genoveva. “Salimos de lo cotidiano, nos predispone a socializar y encima nos iguala. Es una sensación extraña.
“Aunque a los defensores de la tradición no les guste, tiene algo de carnavelesco”, añadía Pablo. Jugamos con cambiar nuestra identidad, con algún tipo de fantasía.
“Quizá ese componente erótico explique parte del éxito de las romerías”, añadió Sergio al debate sociológico.
Otros estaban más preocupados por pasar a la acción. Como Óscar y Laura, que se besaban y se miraban bonito y bien. “¿Y esto es un amor de romería?” “Pues sí” “¿Y qué tal va?” “Todavía no le he dado el número. Me estoy haciendo de rogar. Pero me gustó tanto que a ver si me lo llevo a casa”, decía Laura tocándole las rastas de Bob Marley a Óscar. “Mucha suerte”. “Gracias, lo que romería ha unido que no lo separe nadie”.
Dicen algunos historiados que San Marcos Evangelista fue una especie de hijo espiritual de San Pedro, apóstol de Jesús y primer papa de la iglesia. Cómo le gustaría la romería, nadie puede contestarlo.