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Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

NIGHT VISIONS MAXIMUM HALLOWEEN 3017

De ahí que la pasada edición del festival de cine de género Night Visions Maximum Halloween 3017 empezó no solicitando mi acreditación de prensa para, a reglón seguido, ir a ver tal o cual película, sino sentado en los sillones del hotel Katajanokka, un magnífico ejemplo de cómo se puede transformar un antiguo penal en un lugar donde desarrollar tu labor profesional de la mejor manera posible. Además, el escenario en cuestión resultaba de lo más apropiado para conocer a uno de esos directores con los que uno ha crecido dentro de una sala de cine, por mucho que algunos escribidores cinematográficos se arrepientan, ahora, de haber pasado dichos momentos viendo “aquellas películas tan… (escojan un adjetivo calificativo bien sonado y despectivo y añádanlo al final de la frase).

El director en cuestión responde a nombre de Mark L. Lester (Cleveland, Ohio. 1946) y su carrera profesional, tanto en el ámbito de la dirección como en el de la producción y la escritura de guiones, se ha prolongado a lo largo de más de cuatro décadas y, en la actualidad, continúa trabajando en dos proyectos que se estrenarán en el año 2019, Kwa-Heri para la televisión y The Ultimate Game para la gran pantalla.

Durante todas estas décadas, su trabajo se ha caracterizado por no seguir las corrientes que marcaban los tiempos, salvo en contadas ocasiones -tal y como fue el caso de uno de sus mayores éxitos de taquilla, Commando (Twentieth Century Fox 1985) protagonizada por Arnold Schwarzenegger, en el momento álgido de las películas en las que un solo hombre desafiaba a todo un batallón de malosos y lograba salir victorioso. Aun así, cuando lo hizo, como en el ejemplo anteriormente citado, o títulos tales como Roller Boogie (Compass International Pictures 1979) rodada en plena eclosión de la fiebre por el patinaje en las soleadas playas de California, el director se las ingenió para dotar a su realización del pulso necesario para que el espectador no se llegara a sentir defraudado con lo que estaba viendo.

Arnold Schwarzenegger y Mark L. Lester durante el rodaje de Commando (1985)

Es más, fueron muchos los que acudieron al pase de dicha película durante la celebración del festival -no olviden que nos referimos a un festival de cine de género- y quedaron sorprendidos del ritmo y la impecable factura que ofrecía una realización de finales de los años setenta del pasado siglo XX. Y es que Roller Boogie no albergaba mayores pretensiones que contar una tópica historia de amor entre un patinador con mucho talento, pero sin más recursos que sus patines y un sinfín de ilusiones, y una chica rica, mejor diríamos, riquísima, empeñada en combinar su carrera de música con su deseo por participar en un campeonato de patinaje por parejas.

El reparto, encabezado por la actriz Linda Blair, la eterna protagonista de la película de William Friedkin, The Exorcist (Warner Bros/ Hoya Productions 1973) se completaba con la figura del patinador profesional, que no actor, Jim Bray, quien, cuando rodó la única película de su corta filmografía -ésta- ya había ganado más de doscientos premios como patinador profesional. En realidad, el patinador logró el papel, dado que ninguno de los actores que realizaron el casting terminaron por gustar ni al productor, ni al director y de ahí que decidieran darle una oportunidad a quien había sido contratado como doble de los actores principales. El resultado de todo es que, si bien la actriz termina por estar encorsetada en un papel que no parece convencerle demasiado, Jim Bray termina por hacer de si mismo y eso se nota, dado el desparpajo que demuestra delante la cámara, la cual parece que no le impresionó lo más mínimo.

En cuanto al trabajo del director, su forma de enfocar el rodaje de lo que pretendía ser una suerte de Fiebre del sábado noche “sobre patines”, claro está (Saturday Night Fever. Robert Stigwood Organization 1977) resulta de lo más apropiado para que el espectador sienta lo que todos aquellos desenfrenados patinadores de cuerpo bronceado y ridícula indumentaria debían sentir mientras recorrían las calles, paseos, avenidas y cualquier espacio susceptible de ser recorrido por los ahora considerados primitivos patines de cuatro ruedas, en dos filas, en vez de los actuales, en hilera.

La tercera de las películas que se proyectó con motivo de la presencia del director en el festival, además de las ya mencionadas Commando y Roller Boogie, fue Class of 1984 (Guerilla High Productions 1982) película en la que el director ejerció también las labores de productor ejecutivo y escritor, un trabajo que compartió John C.W. Saxton y con el también director y guionista Tom Holland.

Class of 1984 (Curso de 1984, en nuestra geografía) bien pudiera ser considerada como uno de los testamentos vitales del director norteamericano, dado que responde a una de las premisas que me comentó mientras hablábamos en las instalaciones del hotel Katajanokka:

Mark L. Lester (ML): En un negocio como éste, si quieres lograr que tu película triunfe, nunca hagas algo convencional, sino un producto que se salga de lo formalmente aceptado.

Hoy en día salen de las escuelas de cine multitud de directores con talento y que tienen a su alcance herramientas que yo no tenía cuando empecé a trabajar. El problema viene después, cuando se ponen a dirigir una película que, técnicamente, es impecable, pero que no aporta nada nuevo, sino que se limita a repetir los mismos esquemas que se llevan viendo décadas en las pantallas de cine.

Antes solamente se rodaban un centenar de películas al año y, aunque la tuya fuera convencional, siempre había una posibilidad de que se acabara estrenando, pero hoy en día se ruedan más de dos mil películas al año y la competencia es terrible. Por eso tienes que tratar de dirigir algo que rompa con todo lo anterior, por muy políticamente incorrecto que esto pueda llegar a ser y sonar, más en un momento como éste.

De ahí que el guión de la película coloque sobre la mesa asuntos tan poco atractivos, además del tráfico y consumo de droga entre los jóvenes, otros temas tales como la indefensión, la violencia y falta de recursos a los que deben hacer frente los profesores, entonces y ahora, dentro del sistema educativo de los Estados Unidos de América. Además, la narración se sitúa justo cuando la nueva administración republicana, encabezada por el actor transmutado en presidente de la nación, Ronald Reagan, acababa de sujetar las riendas de un sistema ya de por sí dañado y que luego empeoró, más si cabe, durante los ocho años de mandato del presidente republicano.

Una de las virtudes de la película es que solamente necesita de una secuencia para plasmar una realidad esperpéntica y cruel, la cual obliga a un profesor de ciencias naturales, Terry Corrigan, magníficamente interpretado por el actor Roddy McDowall, a llevar en su portafolios un Colt M1911, el arma reglamentaria del ejército estadounidense de 1911 a 1985 y que representa, por si sola, un símil de la situación, casi bélica, a la que los profesores de aquel centro se ven sometidos.

Frente al pragmatismo de Corrigan, se encuentra el idealismo de Andrew Norris (Perry King) un profesor de música empeñado en lograr un remanso de paz en medio de un territorio hostil, dominado por una pandilla de sociópatas liderados por un “niño rico”, Peter Stegman (Timothy Van Patten), quien se divierte con el sufrimiento ajeno. Stegman y su pandilla de dementes, Drugstore (Stefan Arngrim); Fallon (Neil Clifford); Barnyard (Keith Knight) y Patsy (Lisa Langlois) controlan el instituto, el tráfico de drogas, la extorsión, la prostitución y a todos aquellos que son incapaces de enfrentarse a la presión que la banda en cuestión ejerce sobre el lugar. Con la llegada del nuevo profesor, algunos llegarán a albergar esperanzas de que la situación termine, tal y como es el caso de Arthur, personaje interpretado por un primerizo Michael Fox, antes de poder utilizar J en su nombre por un problema con el sindicato de actores. Sin embargo, dichos momentos terminarán por ser, solamente, un espejismo que terminará de una forma tan brusca y brutal como era de esperar.

Al final, toda aquella situación desencadena una catarata de violencia que, lejos de lo que se pueda pensar, no es tan gratuita como pudiera parecer, sobre todo por los métodos utilizados por Stegman y su banda. Otra cosa es que los métodos y el comportamiento de Norris puedan ser tachados de excesivos, que lo son, pero el mundo real en el que vivimos no está tintado de un solo cromatismo y es, en estos momentos, donde las personas se desenvuelven en una escala de grises que parece no tener fin, y la consecuencia no suele ser baladí.

Tampoco hay que olvidar que el escenario y los protagonistas son una mera excusa de los guionistas para arremeter contra un sistema que parece proteger a los delincuentes, entorpece la labor de la policía y no dedica los recursos necesarios para que comportamientos como los de Stegman y su banda no lleguen a producirse.

Lo peor de todo es que Norris tratará de detener a Stegman y su pandilla con la ley en la mano, pero ante la indefensión que recibe por parte del sistema, las trampas que le tiende el joven y la sinrazón de la madre del líder y delincuente juvenil, empeñada en protegerlo, mimarlo y consentirlo, en vez de educarlo y tratarlo como se merece, no le quedará más remedio que convertirse en juez, jurado y verdugo, muy a su pesar. Otra cosa muy distinta es que el momento histórico, cinematográficamente hablando, fuera el indicado para este tipo de propuestas narrativas. Sirvan como ejemplo la saga Death Wish, protagonizada durante dos décadas por el actor Charles Bronson y las dos entregas de The Exterminator, ambas protagonizadas Robert Ginty, entre los años 1980 y 1984, aunque eso no debe restarle validez a la película.

Como es lógico, dentro de una sociedad ensolerada en no querer ver cuál es la verdadera realidad, fueron muchas las voces que se alzaron contra el tono y la crudeza de las imágenes, sobre todo en su tramo final. Sobre este particular, el director tiene muy clara cuál es su postura.

Film Kinno (FK): Cuando se entrenó la película hubo quien la tachó de demasiado violenta y que promovía la violencia. ¿Qué opina de dichas críticas?

Mark L. Lester (ML): Yo no defiendo la violencia, ni nada por el estilo, pero mi país es un lugar violento, donde las personas prefieren pelearse antes que hablar. Y, encima, hay demasiadas armas al alcance de todo el mundo, con lo que la situación es todavía peor. Lo único que quise dejar claro es que, cuando no adoptan soluciones a problemas reales, las personas deben recurrir a métodos que son muy poco deseables. Como supongo que habrá visto la película te comento una cosa…

Film Kinno (FK): Sí, la vi en el momento de su estreno y hace una semana, mientras preparaba esta entrevista.

ML: Bien, entonces tendrá en la memoria la secuencia en la que el personaje de Roddy (McDowall) se atrinchera en su clase y comienza a dar clase con su pistola en la mano.

Terry Corrigan (Roddy McDowall) tomando las riendas de clase

FK: Sí, es una de las mejores secuencias de toda la película…

ML: Sí, lo es y, además, demuestra hasta qué punto el sistema funcionaba mal y aún continúa sin funcionar como debiera. Además, todo aquel sinsentido será el que le indique al personaje de Perry (King) lo que debe hacer, llegado el momento.

FK: En esos instantes, toda la valentía de los miembros de la banda de Stegman desaparece y ya son sólo unos niños asustados.

ML: Lo que quería demostrar es que una sociedad no funciona, si la única forma en la que un profesor puede dar clase es empuñando un arma. Cuando la película se estrenó, hubo quien me acusó de tergiversar la realidad y rodar una película excesivamente violenta, pero, en realidad, muchas de las cosas que salen están basadas en noticias de la época y en conversaciones con profesores y con agentes de policía que habían trabajado en casos similares. Hoy en día, las cosas están peor y cada vez hay más problemas en los institutos de todo el país, por mucho que las administraciones de uno u otro partido hayan tratado de solucionar algunos de los problemas.

FK: Sí, incluso los colegios e institutos se han transformado en el escenario escogido por sociópatas que protagonizaron la masacre del instituto Columbine o la de la escuela Sandy Hook.

ML: Al final las cosas se descontrolan y pasan cosas tan terribles como ésas que comentas.

FK: En cuanto al tema de la violencia, he leído en varias fuentes que le gusta hacer películas muy violentas, tal y como es el caso de la película Extreme Justice (American Cinema Productions & Trimark Pictures 1993), aunque yo creo que es todo lo contrario.

ML: Lo es. Cuando acepté dirigir la película me gustó la forma en la que planteaba cómo nuestra sociedad puede llegar a aceptar la violencia con tal de que así se sienta protegida de quienes tratan de acabar con esa especie de sueño en el que viven muchas personas.

FK: Sí, no importa los métodos que uses con tal de que yo esté bien en mi casa, con mi familia y sin tener que pensar en nada…

ML: Eso mismo.

FK: El protagonista principal de la película es Scott Glenn, uno de mis actores preferidos, con quien, dos años después, volvió a trabajar en Night of the Running Man (American World Pictures & Trimark Pictures 1995) ¿Cómo es trabajar con él?

ML: Scott (Glenn) es una persona muy reservada, pero un actor muy bueno, muy profesional. Trabajar con él fue sencillo y todo un placer. En cuanto a esa película, Night of the Running Man, una de mis favoritas, te diré que el autor de la novela, Lee Wells, solamente escribió un guión para el cine, basado en su novela, pero murió antes de que nadie pudiera llevarlo a la gran pantalla. Una década después de su muerte, mi agente consiguió una copia del guión y decidí rodarla.

FK: También fue responsable de uno de los primeros éxitos de taquilla del fallecido Brandon Lee, Showdown in Little Tokyo (Warner Bros 1991)

ML: Sí, junto al actor Dolph Lundgren. Fue una pena lo que le pasó a ese chico, la verdad, porque tenía mucho futuro y también era muy profesional.

FK: Yo también lo creo y, aunque la película no se llegó a estrenar en los cines de mi país, siempre he disfrutado mucho al verla. Tiene unos diálogos muy buenos y las escenas de acción están muy bien, Es una pena que no llegara a tener mejor distribución fuera de los Estados Unidos de América.

ML: Warner Bros no quedó del todo contenta con el resultado final y, además, hubo que hacer cambios en el montaje que tampoco ayudaron a mejorar el producto.

FK: Lo cierto es que, unos años antes, en 1986, llegó a rodar una comedia Armed and Dangerous (Columbia Pictures Corporation 19869) con una aún desconocida Meg Ryan, con Eugene Levy y con el gran John Candy, tristemente desaparecido, al igual que Brandon Lee.

ML: Aquel fue un rodaje muy divertido, porque John (Candy) y Eugene (Levy) siempre estaban haciendo el payaso (risas) y metiéndose con Meg (Ryan).

FK: ¿Y qué recuerdos tiene del rodaje de Firestarter (Dino De Laurentiis Company & Universal Pictures 1984)?

ML: Lo que más recuerdo fue lo que costó poder adaptar el texto original a la pantalla, de la forma más fiel posible. También recuerdo los problemas que, ya por aquel entonces, tenía Drew Barrymore y lo difícil que era completar una jornada de trabajo con ella. No obstante, el resultado final creo que mereció la pena.

Martin Sheen y Mark L. Lester en una pausa del rodaje de Firestarter (1984)

FK: Firestarter es una de las mejores adaptaciones de un texto de Stephen King a la pantalla, según mi opinión.

ML: Yo también lo creo, pero sí que es cierto que los problemas de la niña, lo que nos obligaba a rodar con ella muy pocas horas al día, y las exigencias a la hora de adaptar el texto hacen que la película no sea tan compacta como yo hubiera querido. No obstante, yo la sigo considerando una de mis mejores películas y una buena película de terror.

FK: Llegados a este punto, y antes de terminar, quisiera preguntarle algo que tengo en la cabeza desde que empezamos a hablar. Después de más de cuarenta años en este negocio, ¿por qué sigue rodando películas?

ML: Porque no sé hacer otra cosa y, sobre todo, porque soy un “yonki” del cine. Sé que las cosas no están como antes y que cada vez cuesta más llevar un guión a la pantalla, pero me gusta demasiado este negocio como para dejarlo, por lo menos, mientras tenga la energía y la cabeza para ponerme detrás de una cámara. Además, siempre pienso que todavía me quedan cosas que contar y mientras lo crea, seguiré rodando películas (risas)

FK: Y yo seguiré viendo sus películas, no importa el momento, ni el lugar. Muchas gracias por su tiempo y por haber contestado a todas mis preguntas.

ML: Ha sido un placer. Y muchas gracias por disfrutar tanto con mis películas

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2017

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Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

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