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Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

RAKKAUTTA & ANARKIAA 2016. VOLVEMOS A DONDE LO DEJAMOS EN EL 2014.

Eso es lo que pasa cuando los espectadores prefieren acudir hasta una sala de cine y disfrutar de un espectáculo pensado para verse en pantalla grande y NO ver las películas por otros medios. Todo esto resulta paradójico, dado que en Finlandia se tiene acceso a una tecnología que incitaría a la ilegalidad -un ancho de banda que permite descargarse las películas sin pasar por la correspondiente taquilla y con un coste muy inferior al que ofrecen las compañías españolas especializadas en estos menesteres. Debatir estos temas en un país como el nuestro termina por ser una cuestión baladí, porque no sólo la ignorancia, la falta de respeto y la caradura de las personas se sale de las tablas, sino por la misma incompetencia de quienes se dedican a estos menesteres, ya sea a nivel comercial y/o a nivel oficial.

Volviendo al tema que nos ocupa, empezaré este recorrido por las películas españolas que pude ver durante la semana larga en la que se celebró el evento. Siguiendo un orden cronológico, la primera en discordia fue la galardona y aclamada película del director Cesc Gay, Truman, magníficamente interpretada por Ricardo Darín y Javier Cámara, por mucho que los detractores del primero se empeñen en proclamar, a los cuatro vientos, que el actor argentino sólo se interpreta a sí mismo y no realiza ningún otro trabajo cuando se pone delante de una cámara.

Truman plantea el siempre escabroso tema de la elección personal cara a la muerte, tema que -por el legado, espeso e insoportable que debe soportar la sociedad española merced a su larga relación con la iglesia católica y la religión que ésta dice profesar- raramente se toca y si se hace suele estar trufado de insensateces que siempre terminan por olvidar al principal implicado, el enfermo. Da la sensación de que, llegado a un punto sin retorno, quien está viendo cómo su vida se le escapa debe pensar en todos los demás y no en sí mismo y en su situación. Uno puede llegar a entender la reacción de Paula (Dolores Fonzi), la sobrina de Julián (Ricardo Darín), dado que no es plato de gusto ver que una persona a la que quieres se está muriendo, pero, de ahí a no querer entender la razón por la cual Julián no quiere pasar el poco tiempo de vida que le queda entrando y saliendo de un hospital va un trecho muy grande. El recurso de traer a Tomás (Javier Cámara), el mejor amigo de Julián, hasta el tablero de juego para cambiar la situación resulta no solamente inútil, sino una suerte de bumerang, dado que el primero, a pesar de la pena que siente en su interior, se siente orgulloso de la determinación que ha tomado su amigo, por doloroso que esto pueda llegar a ser.

La película de Cesc Gay plantea, además de la importancia que tiene para las personas la verdadera amistad -aquella que se otorga sin ningún tipo de coacción, ni obligación sanguínea- el derecho de las personas para elegir el final de su existencia sin tenerse que parar a pensar en los requerimientos sociales, la ideología, los principios o los preceptos ajenos. Ya que no se nos pregunta si queremos formar parte de un mundo demencial como en el estamos, por lo menos deberíamos tener la oportunidad, siempre que nos viésemos en una situación similar a la que debe hacer frente Julián, a decidir qué nos gustaría hacer y de qué forma, independientemente del país en el que vivamos.

Supongo que, en las fronteras patrias, este discurso se pospondrá mientras la caverna más retrógrada siga manejando las esferas de influencia como lo lleva haciendo hasta ahora. Llegado el momento, sin embargo, los mismos que prohíben las cosas en España, harán uso de ese mismo derecho en cualquier país circundante, a imagen de lo que sucedió durante las décadas finales de la dictadura militar, cuando eran legión las adolescentes, y aquellas que no lo eran tanto, que viajan hasta la ciudad de Londres para hacer algo más que comprarse trapos.

Situada en el otro extremo del espectro por su vocación de thriller, aunque muchos de los temas que se tratan están igualmente presente en el guión de Truman, se encuentra Toro, película dirigida por el director catalán Kike Maíllo, uno de los realizadores más aventajados del panorama cinematográfico español y que despuntó, desde el primer momento, con esa pequeña joya del cine de género que es Eva, uno de los mejores ejemplos de lo que debería ser el cine fantástico, producido en nuestras latitudes.

En el caso particular de Toro, la narración principal protagonizada por Toro, un delincuente áspero y duro (Mario Casas) curtido en mil reyertas, pero que no ha perdido su humanidad, a pesar de ser criado en el límite de la navaja por el amoral Romano (José Sacristán) sirve como excusa para desnudar la hipocresía, la doble moral y el submundo que mantiene vivo nuestro país, lejos de las cifras macroeconómicas, el IBEX35 y la liga de fútbol profesional.

En esta ocasión, y gracias al interés de los responsables del festival por invitar a realizadores, actores y productores de cualquier parte del mundo, siempre que el presupuesto lo permita, pude disfrutar de una larga entrevista con el director, el cual respondió pacientemente a toda la batería de preguntas que le formulé, relacionadas con ésta o con sus anteriores películas. A continuación, se incluye dicha entrevista.

FIlmKino (FK) Antes de ver la película fui consciente de cómo las personas ajenas a la realidad española pueden interpretar una situación de forma bien distinta a como lo haría un ciudadano de nuestro país. Me pasó tras leer la reseña escogida por los responsables de festival para hablar de la película, incluida en el catálogo, en donde el autor considera a Romano un “fundamentalista católico”, algo que no tiene mucho que ver con la realidad…

Kike Maíllo (KM) No, es cierto. Yo ni siquiera creo que sea creyente, ni nada por el estilo. Para Romano la religión es una herramienta más y él la utiliza para ocupar una posición de privilegio en una sociedad, la andaluza, en donde pertenecer a una cofradía es un símbolo de estatus social.

FK: Es símbolo de estatus y, sobre todo, de respetabilidad.

KM: Si. Cuando Romano es aceptado como miembro de una cofradía, quien preside la ceremonia, le agradece todo lo que ha hecho por ellos, sobre todo, a nivel económico. Gracias a ello, el dinero sucio de Romano se transforma en algo bueno y, por añadidura, su dueño, independientemente de lo amoral que éste esa. Así funcionan las cosas en nuestro país.

Tengo que admitir que contar con un actor como José Sacristán ayudó mucho a lograr que la imagen que proyecta el villano sea de una ambigüedad que logra enmarcar sus verdaderas intenciones. En un principio, el personaje iba a estar interpretado por Antonio Banderas, pero tras varios meses de negociación, el actor decidió que no se veía en un papel como ése. De haber llegado a un acuerdo, su relación con Toro hubiera sido bien distinta, mucho más física. Al llegar José sacristán, mucho más mayor, sibilino y esquivo, la cosa cambió y, con él, llegó el puñal que lleva escondido en su manga. Gracias a José Sacristán, Romano es un personaje muchísimo más peligroso, porque tras su apariencia señorial y respetable se esconde un sociópata capaz de asesinar a quien le lee las cartas de tanto en tanto, sin que le tiemble el pulso, y luego marcharse por donde ha venido.

FK: Otra cosa que también queda patente desde las primeras secuencias es la relación paterno-filial entre Romano y Toro.

KM: El guión de la película se articula sobre dicha relación. Basta con ver el primer encuentro entre ambos, cuando Romano le dice al joven que fue él quien le puso el nombre que lleva tatuado en sus nudillos. Otro elemento más de esta relación es la esclava que Toro lleva en su muñeca. Fue un regalo de Romano y simboliza el “afecto” que un padre como él, le dispensa a un hijo fiel y respetuoso, como lo ha sido siempre Toro. Todo esto está muy arraigado en la sociedad española, no importa el ambiente o la región, y quien se atreve a cuestionarlo, tendrá problemas, tal cual le sucede al protagonista.

FK: Sí, cuando Toro le dice a Romano que se quiere ir y abandonarle, al patriarca no le sienta nada bien…

KM: Ni le sienta bien, ni lo acepta. Incluso cuando Toro se baja del coche, tras despedirse, quien acompaña a Romano trata de coger la esclava que el joven ha dejado atrás y el patriarca se lo impide. En realidad, lo que se esconde tras toda aquella secuencia tiene mucho que ver con la mentalidad tribal que igualmente se articula en nuestra sociedad. Quien osa rebelarse e ir contra el orden establecido será castigado por ello.

FK: Es cierto. Nuestro país es de ideas fijas y las personas que no lo aceptan siempre tendrán problemas, aunque su rebelión tenga que ver con mejorar su situación personal. Toro sabe que, si sigue llevando la vida que lleva, acabará tirado en una cuneta, desangrándose, como un perro atropellado.

KM: Además, Toro también está condicionado, no solamente por los deseos de Romano, sino por sus hermanos, especialmente López (Luis Tosar) un perdedor, padre de una hija mucho más decidida e inteligente que él, que será el detonante por el que Toro deberá regresar para poner las cosas en su sitio con Romano.

FK: La familia, un concepto que, en nuestro país, suponer una pesada carga para muchos de sus ciudadanos, por mucho que las personas traten de llevar una vida al margen de ella.

KM: En el fondo es lo que te dije antes, la pertenencia a la tribu y a quien se rebela contra ello, siempre, siempre, le acaban cortando la cabeza.

FK: Otra cosa que está muy bien plasmada en la película es el submundo que se desarrolla “bajo cuerda” en nuestro país. Lo que más me gustó fue la forma en la que se narra cómo funciona la economía sumergida: cuando Romano quiere encontrar a Toro y a su hermano moviliza el entramado que ha ido tejiendo a lo largo de las últimas décadas. La búsqueda del vehículo trae aparejada una recompensa que, según vaya pasando de mano en mano, va menguando, de manera exponencial, indicando cómo ese dinero sirve para la supervivencia de quienes menos tienen.

KM: Nuestro país siempre ha sobrevivido gracias a la economía sumergida, ¿Tú te crees que, si el país tuviera, de verdad, más de cinco millones de parados no habría estallado ya una revuelta popular? Romano, y todos los que se comportan como él, amasan semejante poder, porque hay mucha gente en nuestro país que tiene necesidad de comer. Y, además, forma parte de la mentalidad nacional el trabajar sin presentar una factura, o que te paguen una cantidad en “negro” para así no tener que declarar ese dinero a la hacienda pública. Romano lo único que hace es aprovecharse de los modos y los vicios del país.

FK: Romano es sólo una magnífica representación de la realidad de un país que no va bien, y que tampoco en el pasado estaba mucho mejor, pero quienes estaban en poder se empeñaban en decir lo contrario.

KM: Y en medio de todo está una persona, Toro, que quiere cambiar de vida y reinsertarse, sin tener que volver a rendirle cuentas a nadie.

FK: En esta reinserción, su relación con Estrella (Ingrid García Jonsson), la profesora con la que Toro vive después de salir de cárcel, supone una especie de reválida para el, hasta entonces, delincuente.

KM: Estrella es la luz, la razón, y quien siempre ha llevado una vida “normal”. Toro es el extremo contrario, la oscuridad que siempre está ahí, pero que muchos no logran ver. Sabemos que hay personas que viven al margen de la ley, pero preferimos no pensar en ello. Es lo mismo que le pasa a López con su hija Diana (Claudia Canal Merino); por mucho que el primero quiera ser un buen padre, nunca sabe cómo hacerlo. Y sus errores cada día condicionan más la vida de una niña que, día tras día, debe madurar a marchas forzadas, si quiere sobrevivir al lado de su padre.

FK: Lo curioso del caso es que Toro sí que sabe cómo cuidar a su sobrina. Lo hizo cuando ésta era pequeña y lo seguirá haciendo a lo largo de la película.

KM: Toro es de esas personas que, pase lo que pase, mantienen una ética personal que nunca lograrán tener personas como Romano o López. Sus actos se mueven por una lógica bien distinta, y eso es lo que le lleva a comportarse de esa forma.

FK: ¿Quieres decir que Toro podrá encontrar la redención, con una carga tan pesada?

KM: Lo creo y la película te va llevando por ese camino. Es cierto que hay sucesos, sobre todo los que les suceden a terceras personas, que llenarán el camino de Toro de dificultades, pero pienso que, si una persona quiere cambiar el rumbo de su vida de verdad, podrá hacerlo. Incluso López llegará a entenderlo y su forma de actuar también cambiará. Para Romano, las cosas serán bien distintas, pero, siguiendo el símil religioso del pecado y la redención, al final deberá pagar por sus pecados delante del hijo pródigo, aunque éste no sea quien escriba el acto final.

Toro es una de esas películas que desnudan la realidad patria, aquélla que debe soportar la gran mayoría de los españoles de a pie sin el ruido de fondo, el papel cuché y las arengas de los mandarines nacionales como sintonía. Así son las cosas y así las cuenta Kike Maíllo. Eso sí, sin necesidad de pegar gritos, ni nada por el estilo, extraña virtud en un país donde el silencio es un bien más escaso que la ética oficial, o las buenas maneras empresariales.

La tercera en discordia, pero no por ello menos atractiva e interesante, fue la última película del director Juan Antonio Bayona, A Monster Calls, basada en la novela homónima de los escritores Patrick Ness y Siobhan Dowd, que cuenta con un guión del primero.

A Monster Calls no es sino la respuesta de Conor (Lewis MacDougall), un niño golpeado por una realidad que parece divertirse con las desgracias que le acosan y que, llegado el momento, le servirá para canalizar sus frustraciones. El “monstruo” que se le aparece al niño, mezcla de una creatividad desbordada y del deseo por escapar de los abusos que sufre en el colegio, la enfermedad que está cercenando la vida de su madre, y la soledad por la marcha de su padre resultará ser una suerte de terapia de psicoanalítica la cual le llevará, en otras cosas, a “derrotar” al abusador número uno de su colegio, por mucho que la directora del centro luego se lo recrimine.

En realidad, Conor es un niño que lucha por no perder su inocencia en un mundo donde los desalmados que se dedican a imponer sus abusos campan por sus respetos sin que nadie parezca importarle. Conor es un niño que trata de entender por qué su padre (Toby Kebbell) abandonó a su madre y se fue a otro país para vivir con otra mujer, dejándolo a él. Conor es un niño que quiere ayudar a su madre (Felicity Jones), pero por más empeño que ponga, ésta no logra mejorar. Y Conor es un niño que le gustaría llevar una vida normal, pero nadie parece darse cuenta de ello, sobre todo su abuela (Sigourney Weaver).

Llegados a este punto, el monstruo es sólo un personaje al que Conor recurre para poder ahuyentar sus pesadillas más terroríficas, hecho éste bastante paradójico, más si se tiene en cuenta que son los monstruos los que llenan el mundo de las pesadillas y no al contrario.

La mayor virtud del director es contarlo todo con una enorme simplicidad de recursos, por mucho que se intercalen los planos de distintas realidades, la real y la imaginaria. Para el protagonista principal, su existencia navega por ambos sitios, una vez de manera sosegada y otras, en medio de la más violenta de las tempestades, y Juan Antonio Bayona nos lo muestra todo, de manera simple, pero recurriendo a una estética visual realmente preciosa. Son esos momentos, en donde la ensoñación nos lleva hasta el interior mismo de los cuentos que lee el niño y nos hace participes de las historias que transcurrieron en otro lugar y en otra era, donde la película del director español gana enteros, plano a plano. Y no porque los efectos y los recursos estilísticos le ganen la partida al trabajo de los actores, sino por lo bien hilvanada que está la narración cinematográfica.

El contar con la voz, y la impronta, de un actor de la talla de Liam Neeson para dar la réplica al monstruo que día tras día acompaña al joven Conor en su diatriba particular es un añadido más, ENORME y con mayúsculas, dentro de una historia que nos demuestra que no importa la edad de las personas, sino la forma en la que cada uno afronta los retos que van apareciendo en el camino.

A Monster Calls no es una película fácil, porque le exige al espectador que deje atrás muchos de sus prejuicios y se enfrente a sus propios miedos y a sus fantasmas, la mayoría de los cuales llevan junto a nosotros desde que llegamos a este mundo. Para Conor, ese monstruo que sale del árbol que ve desde su ventana resulta ser mucho menos terrorífico que lo que debe asimilar, días tras día, y de ahí su validez como persona, por muy poco tiempo que lleve andando sobre este mundo.

Al final, quienes asumen sus carencias y se enfrentan a sus miedos son quienes logran alcanzar sus sueños, y Conor es de esa clase de personas, aunque todavía lo sepa… por lo menos, no hasta que lea el diario de su madre, todo sea dicho.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

© Audiovisual Aval SGR, BD Cine, Canal+ España, Fox+, Impossible Films, Kramer & Sigman Films & Trumanfilm, 2016

© Apaches Entertainment, Atresmedia Cine, Escándalo Films, Maestranza Films & ZircoZine, 2016

© Apaches Entertainment, La Trini, Participant Media & River Road Entertainment, 2016

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Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

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