Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.
EN RECUERDO DE STEVE DILLON
En esto, como en otras tantas cosas, mi historia personal fue bien distinta, porque, de aquellos momentos, lo primero que me viene a la cabeza es la edición, en formato prestigio, de la miniserie Las Cuatro Estaciones, según Jeph Loeb y Tim Sale y protagonizada por Clark Kent, luego más conocido como Superman.
La primera serie de Vertigo que me llamó suficientemente la atención como para empezar a leerla fue Preacher y la razón de todo ello no fueron las provocadoras portadas de Glenn Fabry -muchas de ellas no aptas para un público con el estómago delicado- sino los dibujos interiores de Steve Dillon, co-creador del personaje, fallecido el día de ayer a los 54 años.
Tampoco me cuesta admitir que, de no ser por el dibujante, mi paso por la serie gráfica escrita por Garth Ennis tampoco hubiera sido muy larga, dado que el guionista británico no forma parte de mis escribanos preferidos. Soy de los que piensa, y así lo he defendido en estos últimos veinte años de carrera profesional como teórico del noveno arte, que, sin un buen grafismo, cualquier guión se resiente.
Y la mayor virtud de Steve Dillon era lograr que los excesos literarios de Ennis, escritor sobre la que se vertebra buena parte de la carrera del dibujante, pudieran ser asequibles al común de los mortales, por muy desagradables que éstos pudieran ser. Visto con el paso del tiempo, los detallados lápices de Steve Dillon lograban que la miseria y la podredumbre humana que rodeaba todas y cada una de las historias de dichas series no fueran abandonas por los lectores tras leer las dos primeras páginas. Y es que su Jesse Custer (Preacher); su John Constantin (Hellblazer) o su Frank Castle (Punisher) lograban ser tridimensionales, cercanos y hasta tolerables por muy depravados, sangrientos, insensibles y, a ratos, degenerados que éstos pudieran llegar a ser.
Con Steve Dillon, la violencia, los excesos hemoglobínicos y la demencia más elemental y extrema, aquélla que acompaña a la raza humana desde sus inicios -y que sentó a William Gaines en el banquillo de los acusados durante la caza de brujas del pasado siglo XX- pasaron a ser una cuestión de gustos, según los paladares gráficos del lector de turno y nadie pareció darle mayor importancia.
En los años siguientes, el dibujante también aportó su particular visión y estilo a personajes tales como Wolverine, Psylocke, Bullseye, The Thunderbolts o Deadpool, aunque la imagen de Jesse Custer es y será la que permanecerá impresa en la memoria de quienes disfrutamos con la serie, a pesar de los excesos y la provocación que siempre caracterizó el trabajo del tándem Ennis-Dillon cuando ambos manejaban las riendas de la cabecera.
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Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.