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Sobre este blog

Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

RECUERDOS DE CUANDO JUGÁBAMOS A SER PERIODISTAS DE SALÓN

Recuerdo que cuando asistía al salón internacional del cómic de Barcelona, como “pareja artística” del gran Patricio García Ducha, terminábamos escribiendo una media de entre 16 a 20 artículos por salón, una cifra que le suponía al evento figurar en las secciones de cómic en la que ambos colaborábamos una media de entre cuatro o cinco meses al año. La teoría cuenta que uno acude a un evento, si se es periodista acreditado, para dar la mejor y mayor información del evento, sin importar el medio en el que se trabaje. Ya se sabe que los “grandes medios” disfrutan de prebendas, por muy ineptos que sean los que acudan a cubrirlo, pero en teoría eso no debería ser óbice, ni cortapisa para poder desarrollar la labor profesional de cada uno.

Pues no. ¡Error! La realidad siempre supera a la ficción y, en el año 2007, me demostraron que nuestro trabajo les importaba una… y que les daba igual que acudiéramos a la rueda de prensa de presentación de evento, que entrevistáramos hasta al gato del ujier y, de paso, limpiáramos las letrinas del palacio de congresos en el que se celebra el evento. Éramos, palabras textuales, un “medio de provincias” y, como tal, no se esperaba nada de nosotros, salvo que nos mantuviéramos al margen y no diéramos la lata. Eso sí, cuando había que cargar con alguno de los ineptos antes comentados y, encima, hacer de intérprete para su usía, entonces sí que se acordaban de nosotros.

Durante aquel año, las formas se mantuvieron, aunque ya empezó a ser patente que las directrices en cuanto a los medios estaban dictadas de antemano y, por mucho que hiciéramos, poco o nada iba a cambiar la situación. Además, aquel comportamiento le dio alas a quienes, desde entonces, se creen que pueden dictar la reglas y tú, encima, debes poner buena cara. Recuerdo la penosa conversación que mantuve con uno de los responsables de una de esas cabeceras que ahora campan a sus anchas por la sala de prensa del evento, tachando a la que entonces era mi editorial, a su editor principal y a mí, por pertenecer a ella, de todos los males del mundo del fandom. Sin querer presumir de santidad, ni nada por el estilo –ni ejercer de “abogado del diablo” de quienes todavía forman parte de dicha editorial- quien me espetó de aquella manera se olvidó de los chanchullos, las mentiras y los atropellos de muchos de los individuos que manejaban los designios del salón y sus mentideros, un lapso de memoria tan conveniente como torticero.

El caso es que, al año siguiente, solamente logramos que nos concedieran dos entrevistas, una de ellas con el ya desaparecido, pero genial Ray Harryhausen. Ésta fue la única que pudimos realizar, dado que la segunda, nos la programaron a la misma hora que el entrevistado en cuestión estaba tratando de dar una lección magistral en un recinto pésimamente acondicionado para ello. Como podrán comprender y a la vista de la situación, nos quedó meridianamente claro que el ir hasta Barcelona se había convertido en un sinsentido y en un gasto inútil, dado que, si no nos dejaban realizar nuestro trabajo, poco pintábamos allí. El fin de fiesta ideal lo puso los “palabros” soltados por unos de los responsables de prensa del evento, quien, el domingo por la mañana –nada más abrir- ya estaba contento por los impactos obtenidos en cuanto a la difusión del evento.

En momentos como ésos, uno se pregunta para qué se va a una facultad y luego se pasa un lustro peleando con una legión de profesores que quieren, en su mayoría, hacerte la vida imposible, si después, alguien dinamita cualquier tratado de publicidad, relaciones públicas y buenas formas con una ignorancia que roza lo esperpéntico.

Sea como fuere, quienes todavía manejan los designios del salón del cómic de Barcelona lograron que ni Patricio ni yo volviéramos a cubrir el evento, y que nos dedicáramos a otras cosas. Yo todavía continúo tratando de que las personas valoren y traten al noveno arte como algo más que un pasatiempo vacuo e infantil, sin ningún valor, pero Patricio García Ducha colgó sus enciclopédicos conocimientos, su buen hacer y su caballerosidad profesional hace años.

Ya les gustaría a todos aquellos que ahora quieren darnos lecciones parecerse, siquiera, a Patricio y a la labor que realizara durante varias décadas, sin el afán de protagonismo ni la zafiedad de la que hacen gala todos esos “hechos deprisa” que están a punto de enseñar sus plumas en el próximo salón del presente año 2014.

Sé que estas palabras no pueden reparar los destrozos de quienes nos ningunearon, ni el daño producido por las malas artes –y la pésima educación- de quienes prescindieron del trabajo de Patricio con la misma frivolidad con la que aquel botarate de quien les hablé anteriormente menospreció a la editorial en la que yo trabajaba. Sin embargo, quien tuvo, siempre tendrá, y por todo ello espero que Patricio desempolve las teclas de su ajado ordenador y vuelva a deleitarnos con algún que otro artículo, documentado, sereno y bien estructurado, algo que cada vez se ve y se aprecia menos dentro del cacareado mundo del fandom nacional.

Y dicho esto, ¡salve y que ustedes lo pasen bien!

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Empecé a leer cómics a la misma vez que aprendí  a leer y, desde entonces, no he parado de hacerlo. En todas estas décadas he leído cómics buenos, regulares y no tan buenos, pero siempre he creído que el lenguaje secuencial es la mejor -y más idónea- puerta de entrada para leer tanto letras como imágenes. Ahora leo más cómics digitales que físicos, pero el formato me sigue pareciendo igualmente válido y sigo considerando el cómic un arte.

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