Los abusos a menores de la Iglesia en Tenerife: “Cuando estás dentro no te das cuenta de que es real”

El Seminario Diocesano de Tenerife, situado en San Cristóbal de La Laguna

Natalia G. Vargas

La Laguna —

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“Cuando estás dentro no te das cuenta de hasta qué punto es real”. Ismael (nombre ficticio) pasó siete años en el Seminario Diocesano de Tenerife cuando era un niño. Este centro cerró de forma temporal después de que saliera a la luz en 2019 un caso de abuso sexual hacia un menor de 13 años por parte de un distributario, que cumplía la función de ayudar a formar a los alumnos. En una entrevista exclusiva a Cadena SER, Ismael ha contado cómo vivió en este recurso de la Iglesia situado en La Laguna los abusos que se ocultaron tras esas paredes. “Algunos distributarios aprovechaban cuando los menores estaban enfermos para ir a sus habitaciones y rozarlos por encima de la sábana o darles besos”, contó.

En este Seminario tinerfeño se mezclan el Seminario Mayor y el Menor, lo que obliga a niños y a adultos a convivir. “Los distributarios eran los más cercanos a nosotros.  Teníamos a un formador que nos cuidaba por encima de ellos, pero por la proximidad de edad eran los que más pendientes estaban de nosotros”, aseguró Ismael. 

El 8 de marzo de 2021, la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife condenó a un distributario de este seminario a dos años de prisión por abusar sexualmente de un niño. La sentencia ha sido recurrida y aún no es firme. En los hechos probados, el documento relata que el acusado tenía 21 años cuando abusó de la víctima, que tenía 13. “Fue ayudante de los formadores durante tres cursos. Su dormitorio estaba en el Seminario Menor, cerca de los dormitorios de los menores internos”. 

El acusado aprovechaba momentos en los que se encontraba a solas con su víctima, “como en el dormitorio de alguno de ellos o en el office”, para convencerle de que en el Evangelio había pasajes que defendían la homosexualidad. En una fiesta en una parroquia, el distributario comenzó a acariciar la espalda del menor y al regresar al Seminario le preguntó si le quería dar un beso. Desde ese día, el investigado le enviaba notas al niño “de manera reiterada” dentro de un libro, en mano o por debajo de la puerta. En ellas, le preguntaba si quería mantener sexo oral con él. El menor se negó.

En otra ocasión, el menor acompañó al acusado a la lavandería. Este le agarró la mano “y la colocó sobre su pene erecto por encima de la ropa”. “El procesado intentó tocar los genitales del menor, pero este se apartó”, describe la sentencia. El acoso continuaba también a través de Internet. En 2018 el adulto, mediante la red social Messenger, envió al menor una foto de sus genitales acompañada de una insinuación para que le hiciera una felación.

Aunque la Fiscalía pedía para el seminarista 18 años de prisión por tres casos de abusos sexuales, la Audiencia Provincial solo consideró acreditado uno de los tres y lo absolvió de los otros dos. Este es uno de los dos casos que la Fiscalía Superior de Canarias trasladó a la del Estado cuando esta última pidió a las autonomías que le remitieran todas las denuncias y querellas en tramitación sobre agresiones y abusos sexuales a menores en las instituciones religiosas. 

En la entrevista a Cadena SER, Ismael subraya que “hasta que no hubo intercambios de mensajes con contenido explícito” que pudieran demostrar que se estaban cometiendo estos delitos “no se tomaron medidas”. “Se permitió”, asevera el antiguo seminarista. La persona que puso estos hechos en conocimiento de la justicia fue el obispo de Tenerife, Bernando Álvarez Afonso. 

Este año, Álvarez generó una fuerte polémica al tachar la homosexualidad de “pecado mortal”. Después de esas declaraciones, la asociación LGTBI Diversas recordó que en 2007 el obispo “justificó” los abusos sexuales a menores diciendo que “hay niños que provocan”. Según Ismael, el obispo “conocía lo que estaba pasando” y lo que hizo fue “cambiar a los formadores”. 

El Obispado de Tenerife ha reconocido este caso de abusos sexuales detectado en 2018 y ha animado a cualquier persona que sea víctima o conocedora de una situación de este tipo en la Iglesia a denunciarlo.

Culpa, depresión y autolesiones

“Ellos se aprovechaban de su autoridad, pero tú no lo compartías con nadie. No lo haces público por el qué dirán. Cuando sales de la institución todo te descoloca, piensas que estuviste a punto de ser víctima”. La sentencia que condenó al distributario en 2021 destaca la “indudable gravedad” de este tipo de delitos que “no solo lesionan la indemnidad sexual de los menores de edad”, sino que también afectan al desarrollo y formación de su personalidad y sexualidad. 

Las consecuencias para las personas que sufren abusos en la infancia pasan por la depresión, ansiedad, dificultades para relacionarse con sus parejas, conflictos de autoestima, autolesiones, problemas de gestión emocional, trastornos de la personalidad, trastorno de estrés postraumático e incluso el suicidio. La psicóloga Dolores Merlino explica que en estos delitos existe una manipulación por parte del adulto sobre el menor, que aumenta si es una persona conocida. 

“Si forma parte de la familia o del entorno, se gana la confianza del menor recurriendo a veces al chantaje emocional. Les hacen ver que no es malo lo que están haciendo o incluso se lo plantean como si fuera algo hasta especial con frases como ”es nuestro secreto“ o ”esto queda entre tú y yo“, cuenta la experta. 

En estos contextos aparecen en los supervivientes “la culpa y la vergüenza”. Cuando los menores temen hablar, los adultos deben estar atentos a los indicadores que pueden evidenciar que el niño o la niña ha sufrido abusos. Orinarse en la cama es un indicador de miedo. Otras señales son el insomnio, el miedo a quedarse solos en una habitación o el rechazo a acudir a los espacios donde está el abusador. “A veces refieren que ya no quieren ir al entrenamiento, a casa de su abuelo o a catequesis”, ejemplifica Merlino. 

Dolores Merlino es especialista en la técnica EDMR (Reprocesamiento y Desensibilización a través del Movimiento Ocular). Esta herramienta trata las dificultades emocionales causadas por experiencias difíciles o traumáticas en el pasado. “Hay personas que pueden borrarlo todo de su mente y que lo callan eternamente. Yo siempre digo que la mochila compartida pesa menos”, apunta la psicóloga. Sin embargo, para que los supervivientes de abusos en la infancia puedan hablar con seguridad es necesario un entorno seguro en el que no se sienta juzgado. 

“Muchas veces piensan que son malas personas o que tenían que haber hecho algo para evitarlo, pero hay que trabajar para que sepan que son las víctimas”, subraya. Para ella, lo fundamental es “dar esperanza”. “Hay circunstancias que son irreparables, pero hay que ofrecerles un futuro”.

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