Don Giuliano, cura de Verona: “Mi amor con mi marido Paolo es un amor en Dios”

Giuliano Costalunga (d) y Paolo

José María Rodríguez

Las Palmas de Gran Canaria —

La suya va camino de convertirse en una de las bodas del año en Italia, donde hay quien no entiende que el cura de un pueblo de Verona haya dejado de ser don Giuliano para convertirse en España en Julián, el marido de Paolo. Pero ellos no se esconden: “Nuestro amor es un amor en Dios”.

Giuliano Costalunga, de 48 años, era hasta hace dos años el párroco de Selva di Progno e Giazza, un pequeño pueblo de apenas 1.000 habitantes de la Lessinia, una comarca de montaña situada 40 kilómetros al norte de Verona, donde el vídeo de su boda ha corrido de móvil en móvil, a veces con comentarios que él cree maliciosos.

Giuliano y Paolo llevan casi un año viviendo en Maspalomas, en el sur de Gran Canaria, donde se casaron el pasado 28 de abril. “Dicen que nos hemos fugado aquí para ocultarnos”, se lamenta este antiguo párroco en una entrevista con Efe, “incluso han dicho que nos hemos cambiado los nombres por los de Julián y Pablo para que no nos reconozcan, cuando la verdad es que nuestros amigos de aquí nos llaman así”.

Pero en su historia no hay ni fuga ni engaño. Giuliano Costalunga conoció hace años a Paolo, un chico de Nápoles, mientras se recuperaba de un cáncer en el hospital, tomaron café, charlaron varias veces, se cruzaron los móviles y se hicieron amigos.

“Al cabo de los años, la amistad se transformó en amor. Yo comprendí que era así en 2015. En cuanto entendí que lo amaba, dejé la parroquia, comencé a vivir con él en mi casa, en un pueblo de Verona, sin tener parroquia, aunque seguía siendo cura y decía misa de vez en cuando en iglesias donde me llamaban”, relata.

A principios de este año, el 8 de febrero, don Giuliano escribió al obispo de Verona, Giuseppe Zenti, para decirle que renunciaba a seguir ejerciendo su ministerio porque iba a casarse con Paolo, el joven que desde tiempo atrás le había ayudado en la parroquia.

Giuliano Costalunga subraya que él no ha se ha escapado a España ni nada por el estilo. Ha decidido mudarse con su marido al país al que reconocen como una referencia de los derechos de la comunidad homosexual, donde su matrimonio es tan matrimonio como el de los demás, no una mera unión civil, con distintos derechos, como ocurre en Italia.

Y su esposo, Paolo, tampoco se esconde. Ambos dan la cara, aunque Pablo prefiere que sea Julián el que hable.

“He dejado el ministerio (sacerdotal) con dolor, porque yo creo que un hombre que cree en Dios y ama a Jesús puede ser un buen cura, que dice la palabra de Dios, que la vive... Pero, claro, la Iglesia Católica no lo permite, así que para mí no era posible continuar”.

El antiguo párroco de Selva di Progno es consciente de que siempre seguirá siendo cura (quien es ordenado sacerdote lo es de por vida) y se resigna, no sin tristeza, a que su obispo le prohíba oficiar misa en público. Pero por lo que no pasa, subraya, es por que le impidan también oficiar en el ámbito privado.

“Pablo y yo rezamos. Con él celebro misa de vez en cuando. Asistimos a misa en la parroquia de San Fernando de Maspalomas y tomamos la comunión con normalidad, porque para nosotros es fundamental tener a Dios en nuestra vida. Lo que hace maravilloso nuestro amor es que no somos dos, somos tres”, defiende.

Costalunga echa mano de su formación como teólogo para recalcar que Jesús habló de amor sin etiquetas. “Habló de amor, no de amor homosexual, heterosexual, transexual... Habló del amor en su totalidad”, argumenta, para después reconocer que espera que su historia con Paolo ayude a otras personas que viven con dificultad su homosexualidad, tanto dentro como fuera de la Iglesia.

Él lleva el amor como divisa de su vida y de su matrimonio. De hecho, tiene el cuerpo tatuado con la frase Veritas nos liberabit, el célebre pasaje del Evangelio según San Juan (8:32), con un ligero retoque en primera persona: “El amor nos hace libres”.

Ahora, Paolo y él intentan integrarse en la sociedad en la que se sienten libres, la de Gran Canaria, porque hace mucho tiempo que esta isla se convirtió en avanzadilla de tolerancia y de reivindicación de los derechos de la comunidad homosexual en Europa.

“Es una isla maravillosa, la isla de la eterna primavera. Para nosotros, Gran Canaria es la isla de la eterna primavera de corazón. Aquí percibimos la dignidad de la persona, el respeto, la libertad de uno que termina donde empieza la libertad del otro. Y podemos celebrar el amor con normalidad”, concluye.

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