II CONGRESO JUSTICIA Y SOSTENIBILIDAD DEMOCRÁTICA: LA RESPUESTA A LA VIOLENCIA DE GÉNERO

De la historia de Gulalai Hotak a la de Asha Ismail, dos miradas valientes en la lucha por la igualdad

Zita Hernández, Pilar Sepúlveda, Gloria Poyatos, Gulalai Hotak, Leticia Bonifaz y Asha Ismail, directora de Save a Girl Save a Generation

Jennifer Jiménez

Las Palmas de Gran Canaria —
18 de diciembre de 2022 20:45 h

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La magistrada afgana del Tribunal Supremo Gulalai Hotak y la directora de Save a Girl Save a Generation Asha Ismail tienen historias muy diferentes, pero si hay algo que ha atravesado la vida de ambas son las situaciones de violencia que han sufrido por un único hecho: ser mujer. Ambas mujeres valientes se han convertido en referentes para contar al mundo el terror del que han sido supervivientes y denunciar la discriminación y desigualdades que siguen sufiréndose. Las dos han participado durante esta semana en el II Congreso Justicia y Sostenibilidad Democrática: la respuesta a la violencia de género en Gran Canaria y sus palabras no han dejado indiferente. 

Mucho dolor en las palabras y mucha dignidad en la mirada desprendía Asha Ismail, directora de Save a Girl Save a Generation. “Tenía más o menos cinco años pero recuerdo tanto lo que pasó en aquella época que cada vez que me acuerdo de ello vuelvo a ser aquella niña”, dijo. Procede de Kenia, “de la parte dividida”, por ello matiza que es “somalí, pero de Kenia”. “Viajamos desde mi pueblo hasta la otra punta, donde vivía mi abuela. Yo iba feliz en ese viaje porque algo importante iba a pasar en mi vida y me sentía muy especial”. Explica que le dijeron: “Mañana te vamos a purificar” por lo que esperó con nervios “su gran día”. Esa mañana su madre la mandó a comprar cuchillas sin saber qué le depararía. “Cuando vuelvo está mi madre, mi abuela y una señora que no conocía” en la casa y fue entonces cuando entre las tres le practicaron la mutilación genital. “Es un dolor que nunca sabré describir”. 

Su abuelo, que era el Imán de la Mezquita, cuando entró en la casa dijo: “Esto ya no se hace”, pero narra que las mujeres le introdujeron un paño en la boca para que no se escucharan sus gritos. “Lo que hicieron fue cortarme el clíroris, los labios mayores y menores y me cosieron”, subrayó. “Dejaron un agujero muy pequeño, porque cuanto más pequeño, más perfecta sería la niña”, lamentó. Afirma que el primer problema llegó cuando intentó orinar y pensó: “No voy a volver a orinar en la vida”. Durante un tiempo, cada semana venía la señora a curarla y después de un mes y medio “descansó” en el sentido de que no le tenían que repetir la operación, pero “mi pesadilla acababa de empezar”, rememoró emocionada. Y es que, a partir de ese momento, empezó la desconfianza hacia su seres más queridos; su madre y su abuela, por lo que había ocurrido. Tenía “enfado” y “me volví más rebelde”. Asegura que ir al baño era una pesadilla, la menstruación también y que empezaron las infecciones. 

A los 14 años fue al instituto en Kenia, al que iban las niñas con mejores notas y “por primera vez veo niñas de otra parte de Kenia que no conocían lo que era la mutilación genital”, pero ella trataba en su mente de justificar lo que le habían hecho. Tiempo después, “tengo un comprador, no le llamo marido ni casar, porque un hombre vino de Somalia, le ofreció dinero a mi familia y fui vendida”. Explica que su compromiso ya estaba hecho y que solo le informaron. “Mi acta de matrimonio la firmó mi padre y ese señor”. 

El horror de la noche tras casarse

Asha Ismail explicó el terror de la noche del casamiento, pues cuando estaba con “el señor” en la habitación, el hombre quiso “utilizar lo que había comprado” y las asistentes a la boda aplauden porque ella había sido mutilada y por tanto creían que era “pura”. Destaca que un momento traumático fue cuando una señora entró en la habitación y le hizo unos cortes. “La señora me corta y esa noche fui violada varias veces”, narró. Entonces, se acordó de lo que llamaban “las niñas locas” que se rociaban con gasolina en la noche de boda. 

A partir de ahí aseguró que no acudiría más a esa habitación y le dieron una aparte, hasta que las señoras de la familia le dijeron al esposo que le diera tiempo hasta que ellas la pudieran convencer. “A partir de ahí dormí con un cuchillo bajo la almohada, yo no sé qué hubiera hecho si ese señor hubiera abierto alguna noche esa puerta”, apunta. El tiempo pasó y él insistía golpeando la puerta e intentando entrar. Las señoras le decían que le diera tiempo que hay “niñas que reaccionan así”. 

A los dos meses subraya que descubrió que se había quedado embarazada. Era 1988 y asegura que no tenía a dónde acudir para interrumpir ese embarazo que había surgido de algo “supuestamente legal”, “de un matrimonio”, “¿quién me iba a ayudar? ¿Quién me iba a escuchar?” Cuando acepta la realidad de que hay un ser vivo dentro de ella reza porque pide que nazca un niño. “No quiero traer al mundo una niña porque es cruel”, dijo emocionada durante su ponencia. Cuando nació, la felicitaron porque era una niña y lloró, se enfada con el mundo y piensa: “Esta criatura es mi venganza hacia todo el mundo, porque a esta nadie la va a tocar”, asegura. 

Desde ese momento supo que no quería que su hija pasara por la mutilación y eso le dio vida. En ese momento sabe que tiene un estatus, porque es madre y puede empezar a hablar sin miedo. “A partir de ahí, ya no podía parar de hablar, estaba obsesionada. Sobre todo porque estaba buscando cómplices”. Cuando su hermana mayor se suma a su causa, se da cuenta de que primas, hermanas, vecinas y otras mujeres la pueden escuchar. Y es así como nace Save The Generation y está inspirado en su hija, que es madre de dos niñas a la que le podrán contar lo que le ocurrió a su abuela, pero que a ella no les va a pasar. 

En la ONG dan formación y luchan por concienciar contra esta práctica. Cuando vino a vivir a España en 2001 explica que una ginecóloga se quedó impresionada cuando la vio y en lugar de preguntarle qué le había ocurrido llamó a otros profesionales. En este punto, destacó que los solicitantes de asilo seguramente “tengan problemas para hablar de esas cosas” y por ello empezó con las formaciones. “Son 200 millones de mujeres que viven con la mutilación, vivas, porque las muertas nadie las contabiliza”, destacó, para añadir que falta que se haga una radiografía real y cree que falta el feminismo aquí. “Falta que toda mujer y todo hombre diga que esto no va a suceder”, asegura.

 “¿Por qué no se está acabando con esto? ¿porque no son las mujeres blancas las que la sufren?” Y apuntó que esta mutilación afecta a 92 países, no solo a los países africanos. “No acaba porque a nadie le interesa que acabe”, lamentó Asha Ismail. Su asociación acaba de abrir un centro en Kenia y se financia con socios vendiendo calendarios y empanadillas. 

Una violencia ‘olvidada’ contra las afganas

Gulalai Hotak, magistrada afgana del Tribunal Supremo explicó la situación de las mujeres de su país bajo el dominio de los talibanes. Es la segunda vez que lo hace este año en Gran Canaria, ya que en septiembre participó junto a otras magistradas en en las jornadas Afganistán, la guerra silenciosa contra mujeres y niñas, organizadas por el Colegio de Abogacía de Las Palmas de Gran Canaria. Señaló que las afganas “han sido olvidadas”, pues las mujeres y niñas afganas han sido expulsadas de la sociedad de una manera muy cruel. “La violencia contra las mujeres es uno de los temas a los que se enfrentan todos los gobiernos”, lamentó, una violencia que se ha incrementado en su país pues los talibanes no permiten que las niñas mayores de 12 años vayan a la escuela, las azotan en público y no pueden acceder a derechos básicos, ni siquiera pueden ir a las oficinas. 

La magistrada exiliada denunció que las mujeres no tienen acceso a la salud ni derecho a algo tan simple como acudir a un parque. Todo ello pese a que en los últimos 20 años las mujeres habían avanzado bastante, en especial en representación en política, en la justicia y al frente de organizaciones de la sociedad civil, derechos humanos, periodistas y otras que estaban desempeñando funciones de alto rango.  Además, estaban participando en el ámbito familiar trabajando para mantener a sus familias, siendo a veces el principal sustento para sus familias e hijos. “Las restricciones que los talibanes han impuesto en la sociedad han dejado sin empleo a las mujeres que mantenían a sus familias con su trabajo diario”, apuntó.

Un duro testimonio en el que también contó cómo los talibanes “destruyeron” la esperanza de la ciudadanía haciendo retroceder los derechos de las mujeres. Por ello reclamó ayuda internacional para las mujeres de su país y la violencia que se está sufriendo ya que las mujeres no tienen acceso y se les puede condenar al castigo más severo judicialmente. “Estos castigos incluyen la lapidación y ejecución en sus niveles extremos”. Además, en una discusión entre hombres y mujeres, el enjuiciamiento afgano reconocerá que el lado masculino es el que tiene razón. 

Destacó que los talibanes no se limitaron a imponer el hiyab a las mujeres, sino que también impiden el acceso de las niñas a las escuelas y las acosan. “Como resultado de esas decisiones un gran número de familias han impedido que asistan a las escuelas y universidades para evitar el acoso, y esto significa que en los próximos años Afganistán tendrá una generación de mujeres analfabetas que será imposible de compensar en las próximas décadas”. 

La crítica situación de las juezas afganas

Explicó que esta semana se encontraba muy emocionada porque la magistrada Gloria Poyatos le había dado la noticia de que la Asociación Internacional de Mujeres Juezas ha conseguido que otras tres mujeres juezas de Afganistán puedan llegar a España. Las magistradas en este país han estado en el sistema judicial durante 60 años, pero sus logros fueron destruidos cuando los talibanes llegaron al poder. Durante los últimos 20 años, subrayó, las juezas pudieron dedicar sus funciones en la Corte Superior y que este trabajo en un país tan conservador no es una tarea fácil. Destacó que este trabajo era realizado con discriminación de género, pero en los últimos años pudieron progresar en el sistema judicial. 

En enero de 2021 los talibanes asesinaron a dos juezas a plena luz del día cuando se disponían a cumplir con su trabajo. “A pesar de las amenazas, las juezas desempeñaron sus funciones con honestidad y honor”. Sin embargo, empezó a ser muy difícil para ellas y sus familias por lo que han ido asentándose en países amigos gracias a la Asociación Internacional de Mujeres Juezas.  “Estimados amigos, hace dos meses el líder de los talibanes anunció que implementarán leyes basadas en el sistema islámico y las mujeres serán las primeras víctimas”, remarcó. Con estas leyes tendrán prohibido trabajar en el ámbito gubernamental y las juezas habrán perdido el derecho a trabajar, por lo que todas las decisiones judiciales tomadas por las juezas quedan ahora anuladas. 

Durante esta parte de Congreso intervino también Gloria Poyatos, magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, además de Leticia Bonifaz Alfonzo, miembro de la CEDAW y Juan Verde exasesor del presidente Obama y presidente de la Fundación Advanced Leadership EE. UU.

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