Mantener el negocio local en medio de la erupción del volcán de La Palma y de la pandemia
Silvia tiene tres hijos y es propietaria de una pequeña tienda de ropa en Tazacorte. Hace 17 años abrió las puertas de su negocio, Modas Silvia, pero nunca pensó que casi dos décadas después tendría que sobrevivir como autónoma a una pandemia y a una erupción volcánica. Su local cerró dos meses y medio durante el confinamiento. Después, la vecina de La Palma decidió abrir solo por la mañana. Hace pocas semanas comenzó a despegar y su establecimiento tenía la afluencia suficiente como para permanecer abierto todo el día. “No había empezado a trabajar y ya tenía gente haciendo cola en la puerta”. Sin embargo, el 19 de septiembre, cuando el volcán estalló, todas sus expectativas de recuperación sufrieron otro golpe. “¿Me he planteado cerrar? Sí, pero tengo que dar de comer a mis hijos”, cuenta.
Un día bueno antes de la erupción podía dejarle al menos 400 euros de caja, pero desde hace dos semanas apenas factura 60 euros en una jornada. “Por lo menos algunas marcas con las que trabajo me han permitido no pagar la mercancía hasta enero”, subraya. En estos trece días de erupción, Silvia ha cerrado su comercio hasta en dos ocasiones para ayudar a amigos y familiares a recoger enseres de sus viviendas, que estaban a punto de ser sepultadas por la lava. “Nuestra pérdida no se equipara a la de quienes han perdido todo, pero tenemos que cuidar el comercio local”, defiende.
Silvia ha encontrado una fórmula para combinar la solidaridad con la supervivencia del negocio palmero. Personas de diferentes comunidades autónomas han enviado dinero a la tienda para que se traduzca en prendas, ropa de cama o zapatos para las personas afectadas por el volcán. “Hay gente que se ha ido a Tenerife en barco para traer ropa de grandes centros comerciales, pero también hay tiendas en La Palma que pueden hacer esa función”, apunta.
Beatriz y Suancar también sintieron el impacto de la COVID-19. En diciembre de 2019 decidieron abrir el restaurante Las Piedras, en El Paso. “Nos iba muy bien. Se nos llenaba el local y teníamos cuatro empleados”, cuenta la propietaria. Pero cuatro meses después tuvieron que cerrar por el confinamiento domiciliario. En cuanto se permitió la apertura de las terrazas, reabrieron, aunque tuvieron que recortar en personal y solo siguieron trabajando ellos dos. “La gente tenía mucho miedo de comer en sitios públicos y nos pedían mucho para llevar. También tenían miedo de gastar dinero por si venía un nuevo confinamiento”, recuerdan. No habían terminado de recuperarse del todo cuando el volcán entró en erupción.
En ambos casos les ha ayudado la ubicación privilegiada del establecimiento, situado frente al Centro de Visitantes de la Caldera de Taburiente junto al que se ha establecido en la actualidad el Puesto de Mando Avanzado, desde donde se controla la actividad de la erupción. Donde antes se sentaban turistas y senderistas, ahora comen agentes de la Guardia Civil, de la Policía Nacional o periodistas de diferentes partes del mundo.
Los propietarios del restaurante viven en Fuencaliente, la zona donde se han registrado varios temblores en los últimos días. Pese a que la erupción no ha alcanzado su barrio, no respiran con tranquilidad. Ambos han metido en su coche algunas pertenencias y, sobre todo, fotografías y recuerdos.
“Caída tras caída”
La gasolinera Shell de El Paso también se ha convertido en estas semanas en una zona de descanso y consumo para periodistas y científicos. Blanca Afonso, una de las trabajadoras de la estación, concluye que no son buenos tiempos para los negocios de la isla: “Vamos de caída en caída”. Desde su mostrador puede ver cómo el volcán no deja de escupir lava, y tampoco de abrir nuevas bocas que ponen en riesgo las edificaciones que han sobrevivido. “Aunque no sean nuestras casas, todos estamos destrozados, se nota en el ambiente”, confiesa. El trasiego de profesionales que se han desplazado a la isla para trabajar con el volcán ha sido, desde su punto de vista, un salvavidas. Además, el desplome de los ingresos no es “tan fuerte” porque el servicio que presta es 24 horas.
Este mismo jueves, el consejero de Turismo del Cabildo insular, Raúl Camacho, invitó a viajar a la isla. Según Camacho, a pesar de la crisis provocada por la erupción volcánica, “prima la seguridad”. El consejero hizo hincapié en que “una forma de ayudar a La Palma es viajar y consumir en ella, máxime en vista de los daños que el volcán está provocando y puede provocar en la producción platanera”.
El responsable de Turismo enfatizó que en la zona norte, la más alejada de la erupción, la actividad “continúa de manera normal”. Los senderos de esta parte de la isla son la única actividad que sigue activa en el Centro de Visitantes de la Caldera de Taburiente. Uno de los trabajadores de este enclave turístico explica que, de los 300 clientes que suelen tener un día normal, han caído a poco más de 20 personas por jornada después de la erupción.
Vender cajas para salvar enseres
Los barrios confinados de Tazacorte por la llegada de la lava al mar están desangelados. Mientras tanto, la vida en el municipio se concentra en la avenida principal. En uno de los bazares de la zona comercial trabaja Keibis, que nunca pensó tener que vender a sus vecinos cajas y bolsas para rescatar sus pertenencias de la lava. En los últimos días, varios vecinos de las zonas afectadas por la colada han ido a su tienda a comprar tendederos, ropa de cama o productos relacionados con el hogar. “Hay mucho estrés y mucha ansiedad”, describe la dependienta.
Las compras de todas las personas que han perdido su hogar o que han sido desalojadas cuentan con un descuento. En otras ocasiones, otros clientes pagan la compra de los afectados. “El otro día una mujer le compró a otra un recipiente para que pudiera guardar las cenizas de su madre, que fue lo único que quiso rescatar de su casa”, cuenta.
En La Palma tienen claro que nadie lo está pasando peor que quienes lo han perdido todo. Sin embargo, todos auguran un futuro próximo de crisis económica y social. Juan Vicente Rodríguez, agricultor, confía en la resiliencia de los palmeros: “Nos estamos acostumbrando a superar un desastre tras otro”.
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