Lo que el viento trajo al suelo

Su gozo en un pozo, nunca llueve a gusto de todos y muchos más tópicos que ustedes quieran del refranero, pero parece que a nuestra gente del campo las haya mirado un tuerto.

Si la pasada semana ya escribíamos la alegría reinante en medianías y cumbres por las buenas perspectivas que presentaba el otoño, de tal manera que se dice por el campo que ha llovido más en lo poco que va de esta estación que en todo el invierno pasado, el temporal de lluvia y viento que ha atacado a las Islas en las últimas fechas ha dejado todo en agua de borrajas y, lo que peor, ha traído al piso la poca fruta que se había salvado de los rigores del verano, como caquis, naranjas y uvas y ha cercenado el desarrollo de los cultivos de papas, lechugas, tomates y otros que ya estaban a medio crecer.

Los daños han sido generales, pero donde la incidencia se nota, porque esta gente no tiene otra cosa, es en la agricultura de subsistencia, una modalidad que ha ido creciendo en esta época de crisis, de tal manera que centenares de familias canarias complementan las miserables ayudas estatales o asistenciales con lo poco que extraen de la tierra, garantizando al menos el disponer de un puño de papas o un manojo de rábanos que echar al caldero. Hasta la pasada semana, en medianías y cumbres, las papas lucían lozanas y el resto de cultivos no desmerecían, ilusionando a una gente que vislumbraba un buen año de lluvias. Pero, claro, como la naturaleza es como es, bastaron unas fuertes ráfagas de viento para que todos los sueños se agostaran sobre los surcos.

Un ejemplo bien claro lo encontramos en las medianías teldenses, en El Llano de Madrid, donde el agricultor José Torres se venía mirando en una pequeña finca de su propiedad en la que coexisten los árboles frutales, como parras, caquis, papayos, almendros y olivos, con los cultivos propios de la zona, como jaramagos, papas, lechugas y tomateros. Con los años y la pérdida de fuerzas y dado que los jóvenes del campo no quieren saber nada, José ha ido reduciendo la cantidad de cultivos, centrándose últimamente en plantar lo necesario para la casa y para los familiares más cercanos. Con todo y con eso, las cosechas venían espléndidas y la fruta maduraba sana en los árboles. Hasta que llegó el viento y acabó con el sueño.

“Fue visto y no visto”, cuenta José, “dado que el viento llegó a última hora del sábado y cuando llegué por la mañana parecía como si hubieran bombardeado la finca. Ni los frutales que estaban bajo invernaderos escaparon de la furia de la naturaleza. Las papas y los demás cultivos los quemó por completo, hasta la alfalfa, lo único que podré salvar tras darle un corte a lo ya caído. De lo demás no se podrá salvar nada y es una pena, porque uno se está mirando en esto, le ayuda a mantener la economía familiar, porque siempre sobra algún saco de papas que puedes vender, pero ahora, nada, más miseria y los brazos partidos, sin ganas de seguir encorvado sobre la tierra para que después, en un abrir y cerrar de ojos, se vaya todo el carajo?”.

Desde aquí hasta la Cumbre, por la zona teldense, el lamento era común entre todos los agricultores. El agua que, a cambio de tanto viento, empezó a llenar los embalses, no les consuela del daño sufrido. Muchos de ellos esperaban la recolección de la naranja y de la uva moscatel tardía para hacer unas perras que por lo menos pagaran el guano, pero la naturaleza, que sigue siendo caprichosamente imprevisible, decidió una vez más cebarse en los más débiles.

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