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¿La alerta pa’ cuándo?

Camy Domínguez

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Este 25 de octubre fue uno de esos días que piensas que nunca llegan. Pero llegan. Poco a poco se nos van colando ciertos eventos que se van normalizando a fuerza de suceder una vez y otra.

Ese día me levante, como cada jueves, a las seis y media de la mañana para asistir al trabajo. Mi hija se levantó a la misma hora. Antes de eso nos despertamos con un redoble continuado de fondo que al principio pensé que sería algún vecino que desde temprano se había puesto a taladrar en alguna pared, pero por las rendijas de las ventanas y en la oscuridad de la habitación se colaba una luz intermitente que me dio a entender que lo que estaba sucediendo era esa tormenta eléctrica que hacía días se venía anunciando.

El trueno era constante, sin apenas paradas, y los rayos caían muy seguidos y muy cercanos. En ese momento pensé en quién sería el que tendría la paciencia de contar rayos, porque a veces nos dan cifras de cuántos rayos han caído. Supuse que esta vez serían muchos y efectivamente el contador de rayos dice que fueron más de mil quinientos.

Yo no sé qué tan valientes serán mis lectores, pero en mi caso es una de las cosas que más pánico me dan. Me levanté y lo primero que había que saber era si con esas cartas teníamos que ir a clase o no, porque no me gusta faltar a mi trabajo ni que mi hija pierda sus clases. Me acordé de aquel maestro de primaria que una vez se burló de mi amiguita y de mí, que no habíamos asistido a clase por la mañana porque nos habíamos enchumbado yendo al colegio y regresamos a quedarnos en casa y cambiarnos de ropa, que ya iríamos por la tarde.

Por la tarde, estando en clase, nos dijo el maestro delante del resto de compañeros: “Parecen gatos. Ven cuatro chispas de agua y van corriendo a esconderse”. Los niños se rieron y se burlaron. Ese día me dije a mí misma que jamás volvería a faltar a clase ni a nada por una trivialidad semejante. De hecho yo era aquella que el día de la tormenta Delta tuvo que dar la vuelta a mitad de camino porque se había decretado suspensión de las clases. Por supuesto que me hice ese trecho muerta de miedo. Y muerta de miedo estaba este 25 de octubre por la mañana cuando, buscando una respuesta en internet, en los canales oficiales, en Facebook, en Twitter, vi que hasta las nueve de la mañana algunas instituciones como el Centro Coordinador de Emergencias y la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias estaban desaparecidos en combate. Sus páginas en el mejor de los casos se habían actualizado a las diez de la noche del día anterior y prometían que estarían cerradas hasta las nueve de la mañana de ese día.

Alucinando en colores, terminamos de acicalarnos y coger nuestras cosas para echarnos a la ventura de Dios. Por el camino no dejaban de caer rayos, aparte de la lluvia y un poco de viento. No había ni un alma por la carretera, así que decidí por primera vez llevar a mi hija hasta la puerta de su instituto.

Pensé que seguramente en el mío iba a haber un absentismo acusado ese día, pero no faltaron sino apenas unos cuantos alumnos aunque hubo algunos sustos y expectación hasta que paró la tormenta. Algunos preguntaron que si en una de esas les caía un rayo yendo por la calle de quién sería la culpa. La verdad es que yo no lo sé, señora. Será de los valientes que arriesgamos la vida, de los que tienen que velar porque la población no tenga que hacer disparates, de los pequeños que no conciencian a sus madres de que es peligrosa una situación así, de las madres que como yo no queremos que nuestros hijos falten a clase. No lo sé.

Algunas madres vi por las redes sociales que ellas mismas decretaban alerta en sus casas y no dejaban ir a sus niños a clase. Luego me enteré de los desastres que había ocasionado la lluvia. Pero realmente no tenemos que lamentar desgracias personales, lo único llamativo fue el rescate de las personas que vivían en las cuevas de un barranco de Santa Cruz.

Un barranco de Santa Cruz… Un barranco de Santa Cruz… Estamos empezando a normalizar nuevamente que las aguas corren por los barrancos, que no vamos a poder canalizar con unos tubitos -como en Los Realejos- el agua que corre por los barrancos, por las posibles avenidas de los barrancos donde hoy hemos ubicado urbanizaciones, carreteras, playas y la naturaleza es implacable y no se corta ante nada… ¿Qué será lo siguiente? ¿Estamos preparados para el cambio climático o tendremos que normalizarlo a base de experimentar duros golpes?

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