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Alimentando monstruos

José Miguel González Hernández

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Por los pasillos de todas las instituciones, públicas o privadas, hay personajes singulares que van olfateando el ambiente, buscando rendijas por las que puedan inmiscuirse y así dar alguna dentellada que les permita sobrevivir una temporada más. Cual escualo al olor de la sangre, se acercan y, cuando muerden, ya no sueltan la presa. La política suele estar cerca, pero no es el único sitio. La singular coincidencia es que circundan lugares donde se procede a la decisión y, si esa decisión plantea intereses económicos, mayor peligro hay de que aparezcan, sabiendo, además, que más allá de la extorsión está el chantaje.

Es cierto que pueden tener siete cabezas, si queremos rememorar seres mitológicos. Pero son siete. Nada más. Son vulnerables y tienen afectación si se les corta el suministro del alimento. Ahora lo único que falta es la valentía necesaria para hacer oídos sordos a los gritos y estertores en el momento de su desaparición. Es aguantar un momento, y seguro que se consiguen años de libertad simplemente diciendo la verdad y asumiéndola. Porque los monstruos amigos, cuando se hacen muy grandes, si no los eliminas, se terminan convirtiendo en amenazas de enemistad.

En este sentido, vivimos con memoria de pez sobre que existe un mercado que quiere información a cambio de dinero. Pero información contrastada, claro está, porque lo otro es pagar por nada. Lo otro es apostar, como si de una subasta se tratara, por el elemento de protección frente a la opinión pública. El problema es que en una subasta gana quien más sube la apuesta. Ahí aparece la extorsión y, como bien se sabe, el monstruo extorsiona, y la otra parte, se deja. Entonces, ¿de quién es la responsabilidad? ¿Del que intenta comprar o del que se deja vender? Hay un famoso dicho que indica que dos no discuten si uno no quiere, aunque en la actualidad se puede transformar en que dos no discuten si uno desaparece en extrañas circunstancias.

Bromas aparte, lo que sí es cierto es que hay culpa y debe ser compartida. Nunca la conservación de un puesto debe quedar por encima de la dignidad de las personas. ¿Siempre puede aparecer un precio? Yo lo pongo en duda, pero no se puede escupir para el cielo. Lo cierto es que la cuantía de ese precio es lo que nos puede diferenciar, porque puede que no haya dinero para poder pagar determinadas honorabilidades. Al cielo no iremos (tampoco hay pretensión), pero darse golpes en el pecho con una mano mientras que con la otra se recoge un sobre sin sello ni remitente no parece de recibo.

José Miguel González Hernández

Economista

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