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Solo teníamos cinco años

Nacho Martín, periodista.

Nacho Martín

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Los de mi generación nunca fuimos de Adolfo Suárez. Éramos más de Felipe González, con quien nos levantamos cuando teníamos cinco años y nos acostamos con casi veinte. Toda una vida, que se dice pronto. Suárez era el pasado. Y Felipe era parte del paisaje, como lo fueron la entrada en la CEE, la caída del muro de Berlín o las Olimpiadas de Barcelona en 1992. Suárez era la Historia y Felipe el Ahora. Una historia que fue barrida del mapa entre el intento de golpe de Estado de 1981 y la mayoría absoluta del PSOE en 1982. Entre todo aquello, Calvo Sotelo, que no existió.

A Suárez lo consumió rápido la Transición, como ha ocurrido con otros en otros lugares y en otros momentos. En apenas cinco años. Un lustro en el que fue designado para que salvara el abismo que separaba a una España que avanzaba lenta y bajo palio de una Europa que se preparaba para la integración y la perestroika. Y cumplió. Porque Suárez era un fenómeno. Un personaje con un narrativa clara. Un líder. Un político con una misión y una visión. Los analistas dirán que tenía muy claro su “story telling”, su papel, aquel cuyo momento culminante fue mantenerse impasible ante un Tejero que asaltó el Congreso de los Diputados un 23 de febrero. Pero, cuando aquella historia terminó, se lo llevó por delante.

Si triunfó fue porque aquello que contó a los españoles era lo que los españoles intuían que querían ser de mayores, a pesar de haberse convertido en un pueblo despolitizado en su inmensa mayoría, adormecido por cuarenta años de una dictadura que olía a incienso.

Antes de Suárez solo había existido Franco con el Nodo y Fraga en Palomares. Suárez era la televisión en color, la corbata sin uniforme, el “puedo prometer y prometo”, el discurso, la “libertad sin ira”, la Constitución y el sueño autonómico. Era la Política.

Mientras escuchaba ayer la radio, alguien se preguntaba si no haría falta un Suárez para esta España de precariedad y pasiones secesionistas. Alguien con capacidad de diálogo. Aquello de los Pactos de la Moncloa, que salen a relucir cada tanto. Y tengo para que mí que no. Porque la lógica de las cosas no funciona de esa manera. Porque a esta España, comparada con aquella, no la conoce “ni la madre que la parió”, que dijo Alfonso Guerra.

Porque Suárez fue un personaje de otro momento. Un presidente para pasar de aquel país que caminaba bajo palio hacia una Europa que pensaba ya en la perestroika. De una España que discutía sobre el divorcio, que contenía el aliento ante las asonadas militares y cuyo máximo exponente televisivo era Verano Azul. Es decir, otra historia.

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