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La omnipresente duda

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Román Delgado

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No sé, lo reconozco, y por favor, ¡ya vale...! Sé que fue en el último instante, pero no pude evitarlo. Sé que aguanté casi más que cualquier otro, pero de alguna manera también fallé. Sé que ya está y no se puede hacer nada, casi ni volver la vista atrás... Lo sé, lo sé y lo sé. Claro que sí, pero no me quedo bien, y deben asimilarlo y hasta entenderlo. Pese a que llegué hasta el mismo final, lo cierto es que me habría gustado rematar la faena de otra manera. No sé, quizá con jolgorio, con huella de éxito total, sin ataduras ni nimios fracasos o lamentaciones, con nota diez, con el mayor mérito, con la alabanza suprema... Pero no pudo ser.

Esta vez no, y la vida, ya se sabe, sobre todo por la experiencia que camina y vuela mientras ella late, siempre da, trae y dispara sorpresas, y me refiero a las que son clara metáfora porque en su seno, una vez se pelan, aparecen como corazones con trajes de desgracia. Sé que fue por muy poco, por nada, por una milésima de milésima de milésima de segundo, por un suspiro de hoja que estalla en la rama, por lo que representa el vuelo en picado de un cernícalo, por un adiós desde la ventanilla de un tren de alta velocidad, por la caída de la maza en el fondo del pozo, por el ruido pasajero de un reactor... Sé que no es nada, pero no lo quise de esa manera: no me apetecía, por nada, poner la rúbrica debajo de ese último dibujo sin gracia, sin color, en blanco y negro, gris y a veces rojo, feo y poco elegante...

Pero así es: muchas veces se intenta hasta la extenuación y no se logra alcanzar lo que incluso se toca con la punta de los dedos, el contacto que es placer puro en ese instante y lamento justo después, ya con la ausencia de tacto. Sé que todo esto es una estupidez y además no sirve de nada, pero no quería ese final. Quiero dejarlo claro, y que conste: yo quise abrazar la gloria imperfecta desde la forma irrefutable, pero no pudo ser por un simple suspiro, por un ahogo tras la huida provisional del aire, por una vaguada trampa, presente cuando se creía ausente... Sé que no es para tanto; sé que tal evento no se merece estas líneas. Lo sé y lo aseguro de verdad, pero es que no me gustan los fracasos, ni aunque sean de microscopio. Estuve a punto de conseguirlo y se me escapó como el agua limpia entre las manos, sin poder llevarla a un charco impermeable donde luego remojarme: fresca, blanca y alegre.

Sé que ya está, que ya no se puede hacer más... Sé que... “Chico, pero no es para tanto”. Lo sé todo y no sé nada, consciente de que la certeza casi siempre está ausente. Sé que me dejé el alma, todo lo que pude y sentí, y también sé que algo erró pues el remate no se convirtió en el dibujo perfecto, inquebrantable, brillante, aglutinador, irrepetible, recto y mágico. Sé que algo falló y fue lo más parecido a la nada: un instante de huida, de marcha, de adiós sin gesto alguno. Sé que algo no salió según lo previsto y de ahí tanto tormento y algarabía. Todo por nada. Sé que pronto, si me dejan, podré remediarlo. Lo sé y no lo sé... Esto siempre es lo peor: la omnipresente duda.

Artículo publicado en el libro de relatos y otros textos denominado Policromía.

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