Los Valles Occidentales, la comarca mágica y desconocida del Pirineo oscense

Las mayores cimas de los Valles Occidentales del Pirineo oscense superan los 2.500 metros de altitud. Asier Sarasua Aranberri

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La Jacetania es una de las comarcas históricas más antiguas de España. Ocupa el extremo noroccidental de Aragón, con un territorio a caballo de las provincias de Zaragoza y Huesca. Y fue la cuna del Reino de Aragón que pasó de condado vinculado a la poderosa Navarra a corona independiente encajonado entre los picos de las montañas, los valles y dos vecinos poderosos (la propia Navarra y la taifa musulmana de Zaragoza). Este es un territorio marcado por las alturas. Su punto más bajo se sitúa a mil metros justos sobre el nivel del mar y sus cotas más altas se van por encima de los 2.600 metros en picos como el Bisaurín, techo de esta parte del muro que separa los países de Francia y España. Jaca ejerce de capital de esta zona del Pirineo aragonés. Pero pasaremos, por esta vez, de largo abandonando las llanadas del imponente Valle del Río Aragón. Dejaremos atrás pueblos hermosos como Larrés, y su castillo reconvertido en museo de la ilustración y el comic, o las historias místicas del Monasterio de San Juan de la Peña, uno de los lugares más bonitos e intensos que vimos jamás. Porque nos vamos a las alturas menos conocidas de la cordillera.

El Parque Natural de los Valles Occidentales ocupa un buen trozo de territorio pirenaico en el extremo noroccidental de la Comunidad aragonesa; una sucesión de valles excavados por los ríos Veral, Aragón Subordán, Osia, Estarrún y Lubierre que se extienden por algo más de 27.000 hectáreas en las que dominan los paisajes alpinos y los grandes bosques atlánticos. Es un lugar relativamente desconocido para el gran público que suele visitar masivamente otras comarcas pirenaicas de las provincias de Huesca y Lleida. Quizás por eso, los bosques profundos como la Selva de Oza, dónde las hayas se mezclan con abetos gigantes y pinos negros, o el Hayedo de Gaumeta, en la espectacular cabecera del Río Veral, son el último refugio de los pocos osos pirenaicos que aún andan libres yendo y viniendo. Quizás por eso aún pueden verse por aquí verdaderas joyas de la fauna ibérica como el dorsiblanco (una especie de pájaro carpintero), el urogallo o la perdiz nival… Vecinos ilustres de un paraíso natural donde hay rebecos, armiños, nutrias, tritones, quebrantahuesos, buitres leonados, águilas y hasta algún lobo itinerante…

ANSÓ Y EL RÍO VERAL .- El pequeño pueblo de Ansó se encuentra en el Valle del Veral, el último de los valles occidentales ya lindando con la vecina Comunidad Foral de Navarra y ejerce de ‘capital’ de la comarca y buque insignia de los valores naturales e históricos de todo el parque. Ansó no sólo es la puerta de entrada a uno de los mejores valles de la ‘región’. También es una verdadera joya del urbanismo medieval y uno de los pueblos más bonitos y mejor conservados del Pirineo aragonés. Antes de internarte en el valle camino de Ansó (la carretera A-1602 recorre la Foz de Biniés, uno de los tramos de camino más bonitos de toda la comarca) visita el Castillo de Biniés: es un buen anticipo de lo que te espera en Ansó. Los edificios más notables del pueblo son la torre medieval del siglo XIV y la Iglesia gótica de San Pedro; pero de Ansó destaca el conjunto. También tiene un museo dedicado a la vestimenta tradicional de la zona y un centro de interpretación centrado en la riqueza natural del parque.

Río arriba, la naturaleza retoma su rol de protagonista absoluta nada más dejar atrás las últimas casas de Ansó. La carretera sigue el cauce del Río Veral entre impresionantes bosques. Los claros dejan a la vista las enormes paredes calizas que encierran este estrecho universo que asciende con rapidez hasta abrirse en un impresionante claro de prados alpinos cerca del Refugio de Linza. Aquí hay que dejar el coche y darle a la patilla. Desde aquí sale el sendero que se adentra en el Hayedo de Gaumeta, uno de los trozos de bosque atlántico mejor conservados de toda la cordillera. La ruta circular tiene 7,5 kilómetros de longitud y se puede hacer en unas tres horas.

BUSCANDO LAS AGUAS TUERTAS .- El Aragón Subordán sigue excavando otro de los valles imprescindibles de la comarca: el de Hecho, otro de esos pueblos pirenaicos únicos por el que parece no haber pasado el último medio milenio. Lo que diferencia a este valle de los otros es la facilidad con la que se puede llegar a la cabecera y lo mucho y bueno que se guarda cerca de las cimas. Pero empecemos por lo rimero. Hay dos formas de llegar hasta Hecho; desde el Valle del Aragón hay que tomar la A-176 desde la histórica Puente La Reina de Aragón (un paso vinculado al Camino de Santiago). También se puede pasar desde Ansó (también por la A-176). El pueblo merece una parada: al igual que Ansó está muy bien conservado y tiene varias cosas que ver. Un antiguo palacete de piedra (la Casa Mazo) alberga un pequeño Museo Antropológico y todo el casco es un verdadero museo de arquitectura tradicional. Pero lo mejor está por venir.

Este valle fue una de las vías de comunicación tradicionales con la vertiente francesa desde hace milenios. Por aquí pasaba una de las calzadas romanas que cruzaban la cordillera (Summo Pyrenneo) y el paso fue usado por las gentes desde tiempos muy remotos. El valle es más amplio que el de Ansó y permite, por algunos kilómetros, que se sucedan los prados y hasta otras poblaciones. En Siresa está el Monasterio de San Pedro que aunque es mayoritariamente románico aún conserva restos muy anteriores (algunos de tiempos de los visigodos) y un antiguo horno de pan con varios siglos a cuestas (Museo de lo Furno). Carretera arriba se suceden los caseríos mientras nos aproximamos a la Boca del Infierno, un estrecho hueco entre moles de piedra que permite llegar a las fuentes del Aragón Subordán.

Pero antes de ir montaña arriba visita el Centro de Interpretación del Megalitismo Centro de Interpretación del Megalitismo . Más allá de la Boca del Infierno, un desfiladero encerrado entre verdaderas murallas de piedra caliza, se encierra un pequeño mundo dominado por el bosque. La Selva de Oza tapiza todo el valle con un manto verde dónde se mezclan hayas, pinos negros, abetos y otras especies propias de los bosques atlánticos. Entre las frondas y los prados que van ganando protagonismo según ganamos altura se esconden más de 100 círculos de piedra; 30 cromlechs; una decena de dólmenes, varios menhires y un enterramiento en cista entre más de 120 restos prehistóricos. Estamos ante la concentración de arte megalítico más importante del Pirineo central. Pero esto no es todo: muy cerca del centro de interpretación se puede acceder a un tramo muy bien conservado de la calzada romana y restos de una antigua torre defensiva medieval (Castillo Viejo). El punto culminante de esta ruta es el paraje de Aguas Tuertas. El valle glaciar culmina en una zona muy amplia de prados alpinos (estamos ya por encima de los 2.000 metros sobre el nivel del mar) en el que el río Aragón Subordán forma un curioso tramo de meandros muy cerrados (también hay un dolmen prehistórico). Desde aquí parten varias rutas que suben a las alturas; entre ellos el camino que va hasta el Ibón de Estanés, una preciosa laguna glaciar de alta montaña, y al pico Bisaurín, cota máxima del parque.

Fotos bajo Licencia CC: Pintafontes; Asier Sarasua Aranberri; Lamuga; Marta Arias López

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