'Crónicas secretas de la Guerra Civil en Cantabria' propone un acercamiento a uno de los momentos socialmente más traumáticos y disruptivos de la historia reciente, y lo hace mediante un puzle de secuencias históricas reforzadas por abundante documentación gráfica y visual, en muchos casos totalmente inédita. Estos artículos abordan numerosos acontecimientos y situaciones que nos ayudan a entender una etapa tan cercana como oscura, todavía hoy llena de episodios desconocidos y poco explorados, y forman parte de un extenso trabajo de investigación en formato de libro firmado por el sociólogo, editor y escritor Esteban Ruiz.
Artistas y creadores al servicio de la República: los sueños de libertad de los “soldados con pincel”
La llegada de la República supuso un momento de efervescencia creativa y cultural sin precedentes, que rápidamente tuvo su reflejo en un cambio de imagen de las cosas más cotidianas de la vida. Desde el primer momento, el nuevo Gobierno fue muy consciente de que estaba obligado a sentar los cimientos de una auténtica cultura de Estado, y buscó sus fuentes de inspiración en las ideas innovadoras de la Institución Libre de Enseñanza, y también en los postulados de las vanguardias centroeuropeas y en las corrientes renovadoras impulsadas por la Revolución soviética.
El mundo de la cultura española apostó mayoritariamente por los aires de cambio que traía la Republica. Había un objetivo compartido e ilusionante: hacer de España un país más feliz y más moderno. En los periódicos y semanarios se anunciaron alimentos y enseres con dibujos expresionistas; los envases de los jabones de lavar ropa empezaron a mostrar tipografías que hasta entonces solo se había visto en revistas de poesía experimental; las cajetillas de cigarrillos y las hojas de afeitar baratas incorporaron sombreados y combinaciones de colores inusuales; el diseño de libros y revistas vivió una época dorada en la cual se jugó con la maquetación, incorporando la fotografía de vanguardia y los collages. De repente la innovación se popularizó entrando en las casas de los trabajadores a través de objetos de consumo básico, pasquines, revistas y carteles propagandísticos.
Aquel fue un tiempo de esperanza y confianza, en el cual emergieron numerosas agrupaciones de creadores que abordaban simultáneamente su condición artística y política. Temas como el valor y la dignidad de la actividad del trabajador en el campo, la mar o la industria, o la relación entre el arte y el pueblo y sus necesidades (hasta aquel momento fuera del imaginario público español), pasaron a convertirse en asuntos centrales del trabajo cotidiano de los artistas.
El tiempo de la II República resultó breve, intenso y de final abrupto, quebrando para siempre los sueños de libertad y de compromiso con el cambio social de un buen puñado de artistas y creadores plásticos de Cantabria
Una región periférica como la provincia de Santander no permaneció ajena a aquel proceso de modernización cultural. Los ilustradores profesionales y los dibujantes, pero también conocidos artistas plásticos, se pusieron a disposición de las instituciones republicanas y sus dibujos y carteles de propaganda, con los más diversos estilos y las consignas más variadas, se transformaron en un elemento habitual de la comunicación social.
Una mezcla de jóvenes idealistas sin ninguna experiencia previa y de autores ya consolidados firmaron la brillante producción gráfica de aquel momento. Artistas como Ricardo Bernardo, Francisco Rivero Gil, José Luis Hidalgo, Mauro Muriedas, Luis Quintanilla, Santiago Ontañón, Antonio Quirós, Jesús Otero, Chanete, Ángel López Padilla o José Gutiérrez Solana pusieron su creatividad al servicio de la movilización social.
En sus diseños predominaron la inmediatez y un marcado carácter simbólico, con influencias de la cartelística de la revolución rusa, el movimiento expresionista-dadaísta de la República de Weimar, las técnicas de la publicidad más comercial, la iconografía de origen hollywoodiense o la gráfica de las revistas de humor.
Los periódicos regionales, los folletos de los diferentes partidos políticos, organizaciones sociales, sindicales y culturales, los libros y las paredes de los pueblos y ciudades de la región hablaron entonces con el lenguaje propio del arte moderno. Entre los temas más habituales se encontraban el reclutamiento y los esfuerzos de movilización militar, el fortalecimiento de la disciplina y las consignas bélicas, la importancia de la economía de guerra, el valor del trabajo en la retaguardia y el papel esencial de la agricultura y la vida en el campo.
También era frecuente la presencia de caricaturas que ridiculizaban a personajes o grupos del bando contrario; los carteles dedicados a la educación de adultos; los llamamientos de ayuda y solidaridad y el papel de las asociaciones que se ocupan de ello; los dedicados a la protección de la infancia; los destinados a elogiar a las mujeres y su contribución al esfuerzo bélico, o aquellos que incidían en los desastres de la guerra.
En ningún otro momento histórico se volvió a establecer una relación tan estrecha, y en ocasiones tan conflictiva, entre la vida, el arte y la política; y pocas veces la creación plástica alcanzó una popularidad tan notoria como en esos breves e intensos tiempos de la II República.
En los textos de esos años abundaron los artículos y las referencias al compromiso de los artistas y a la capacidad socialmente transformadora de sus obras. Buen reflejo de ello son las palabras pronunciadas por el escenógrafo, ilustrador y dramaturgo santanderino Santiago Ontañón, en su conferencia sobre una exposición del artista y dibujante Francisco Mateos: “Mientras en Madrid no dejen de oírse los cañones enemigos y la sorpresa criminal del obús nos amenace constantemente, no podremos dejar de pensar sin descanso en la barbarie enemiga y odiarlos. Y nosotros, los que además de soldados llevamos todo lo que va de guerra exaltando el heroísmo y todo lo que de maravilloso y emocionante tiene nuestra lucha, no tenemos otra obligación que gritar, gritar hasta enronquecer, para que nos oigan en el último rincón del mundo. Como sea, con la pluma, con el pincel, con el lápiz, con la palabra, para gritar tan fuerte que nuestro eco quede vibrando en el aire eternamente. Esa es nuestra misión. Que cuando la guerra haya pasado, cuando los ánimos sigan cauces de sosiego, de vez en cuando podamos asomarnos a las ventanas que hemos dejado abiertas [...] ¿Cómo podríamos dejar de gritar? ¿Cómo vamos a pintar en estos momentos para exponer al mundo algo que no se relacione con esta horrible guerra? ¿Cómo quieren que exaltemos las cosas bellas y nobles de la vida, si por dentro nos come (nos tiene que comer) el odio? No; hay que seguir atacando. Mientras silben balas que nuestros lápices no se rindan y rocen contra el papel de una manera enérgica, viril, como soldados que somos. Porque es necesaria esta pintura”.
Otro artista cántabro comprometido con el momento fue Luis Quintanilla; testigo de excepción de momentos históricos de la segunda República, y cuyo interés por documentar los acontecimientos que se estaban viviendo se vio recompensado al contar con la autorización del presidente Juan Negrín para recorrer los frentes, dibujando los efectos que el conflicto ocasionaba en el ser humano. El resultado fue la impactante serie denominada 'Dibujos de la Guerra Civil'.
En el caso de Cantabria, la experiencia del movimiento de renovación cultural resultó fugaz. A finales de agosto del 1937 la región cayó bajo control de los sublevados y muchos de los artistas y creadores cántabros emprendieron su camino al exilio. Ricardo Bernardo o Antonio Quirós desarrollaron su posterior carrera en Francia; Luis Quintanilla lo hizo en Nueva York, mientras Rivero Gil continuó trabajando en México; Solana regresó de su breve exilio francés en el 39 para morir pocos años después. Otros intentaron sobrevivir en el doloroso “exilio interior”; fue el caso de Mauro Muriedas y Jesús Otero, quienes conocieron la dureza de la cárcel, la depuración y el aprendizaje personal durante la larga dictadura. Por su parte, el poeta e ilustrador José Luis Hidalgo murió prematuramente de neumonía en 1947, mientras Ángel López Padilla siguió creando con relativa normalidad durante algunos años, y Eduardo Pisano experimentó la dureza y el horror de los campos de trabajo de los nazis en la Francia ocupada.
El tiempo de la II República resultó breve, intenso y de final abrupto, quebrando para siempre los sueños de libertad y de compromiso con el cambio social de un buen puñado de artistas y creadores plásticos de Cantabria.