Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Claude Shannon
Hubo un tiempo en que el mundo estaba hecho de materia y energía, que no podían crearse ni destruirse; tan solo trasmutarse la una en la otra, en ambos sentidos.
La suma de materia y energía podía explicarlo todo. Por ejemplo, cómo un grano de trigo colocado dentro de la tierra recibía aportes materiales, nutrientes, y energéticos, el calor y la luz del sol, e iba convirtiéndose en una planta completa, finalmente con espigas llenas de granos de trigo prácticamente idénticos al original.
Conocí este tiempo gracias a los profesores del franquismo, que seguían contándonoslo sin saber que estas cosas, como tantas otras, ya no eran así. A ese mundo lo había matado antes de que sus alumnos naciéramos un señor que recorría su lugar de trabajo montado en un monociclo, mientras lanzaba y recogía varias pelotas en rápida sucesión: Claude Shannon. Juzgando de mi experiencia laboral, este señor solo podría trabajar en un circo sin que lo despidiesen, pero no: trabajaba en los laboratorios de la compañía telefónica AT&T Bell. Eran los años en que Orwell escribió Rebelión en la granja y Malcolm Lowry Bajo el volcán; años de más radio que televisión, en los que enviar noticias de un sitio a otro era costoso y se abreviaba todo lo posible, como en los telegramas. Y complicado, porque el ruido del canal convertía en ininteligibles los mensajes con demasiada facilidad.
Así que las telefónicas investigaban sobre la comunicación, y en una de ellas lo hacía el hombre del monociclo y las pelotas, que publicó en 1948 su obra maestra: Teoría matemática de la comunicación [A Mathematical Theory of Communication], “originando así —dice su obituario en el New York Times— la ciencia llamada teoría de la información”. La idea absolutamente revolucionaria que aparecía en su artículo era que la información contenida en un mensaje no tenía nada que ver con el significado del mensaje, sino simplemente con el número de unos y ceros necesarios para trasmitirlo.
Al inicial pasmo generalizado siguió un desarrollo sin precedentes de las tecnologías de la información y la comunicación, por un lado; y una admiración tal por la formulación teórica que llevó a profesores y comentaristas a relacionar la teoría de la información con casi cualquier cosa imaginable, por el otro.
Shannon no inventó la palabra “información”, explica el físico Hans Christian von Baeyer en su libro Information. The New Language of Science. La palabra era, cómo no, griega. Cicerón empleaba el verbo “informar”, y con él quería decir dar forma a algo. Y “forma” era la traducción de 'eidos', la palabra de Platón de donde viene nuestra “idea”. Pero mientras que otras palabras corrientes de las lenguas clásicas entraron en el lenguaje científico sin mayores problemas, como energía, materia, luz o calor, el término “información” no era admisible, por el enorme grado de subjetividad que contiene. La realidad es objetiva, externa a nuestra percepción, decían los físicos. Decían, y así intentaron estudiarla durante más de dos milenios. Pero se acabó. “La relatividad nos puso al borde de la subjetividad; la mecánica cuántica nos metió de lleno en ella”, explica von Baeyer.
Y la información pasó a ser el tercer componente de todo lo que somos y nos rodea. Tiene una diferencia radical con los otros dos: puede crearse y destruirse con relativa facilidad (de lo primero puede preguntarse a Teddy Bautista, por ejemplo; de lo segundo, a Ana Botella y a las empresas de destrucción de archivos).
En realidad se nos podía haber ocurrido a cualquiera de los niños que escuchábamos cómo la semilla de trigo crecía absorbiendo materia y energía de su entorno: ¿cómo sabía la semilla que debía adoptar la forma de una planta de trigo y no la de una amapola? Ahora la respuesta es evidente: no solo sabemos que se trata de información, sino que además podemos ponerle el apellido, genética. Información que se trasmite con la materia, de hecho con muy poca (un gen puede ocupar un millar de átomos nada más), pero que informa, da forma, a materia gigante. Hasta ahí podemos ver sin dificultad, pero los físicos hoy van más allá. Puede que la información no sea solo la tercera pata: la misma materia y la energía del mundo son, en último término, información.
Pero este conocimiento ya no le llegó a Claude Shannon. Los dioses castigan cruelmente a quienes arrebatan sus secretos, como es sabido. Y, de todos los mecanismos a su alcance, eligieron el alzhéimer para acabar con Shannon. El hombre que cambió nuestra comprensión del mundo mientras hacía malabares pedaleando en su monociclo, como diciendo que entender lo más profundo es un juego de niños, pasó los últimos años de su vida en un sanatorio arreglando las sillas de ruedas de los compañeros y desarmando cuanto artilugio se ponía a su alcance, mientras el olvido crecía.
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