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Sísifo en Cans: el gran referente cultural del rural gallego se levanta cada año “desde cero”

Tradicional desfile de 'chimpíns' en la última edición del Festival de Cans

Luís Pardo

18 de mayo de 2024 22:51 h

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Doce salas de cine, cinco espacios para actuaciones musicales, otra decena de locales que funcionan como oficina, sala de reuniones o zona para que los invitados y los trabajadores puedan comer y descansar. Es sólo parte de la logística que cada año –y con este irán veintiuno– necesita el festival de Cans, en O Porriño (Pontevedra), el máximo exponente del agroglamour y uno de los eventos destacados por la Fundación Contemporánea como parte de “lo mejor de la cultura en el entorno rural”.

Un entorno que, al tiempo que dota al festival de una identidad única, convierte en una odisea su puesta en marcha. Como Sísifo, la Asociación Arela tiene que levantar todo desde la nada en cada edición. “Desde cero”, tal y como repite una y otra vez su director, Alfonso Pato.

En un entorno como éste, dejemos que la agricultura y la economía nos ayuden. Primero, la economía: siempre que toca hablar de reforma de la financiación autonómica, Galicia pone sobre la mesa dos factores diferenciales que considera que deben tenerse en cuenta: la dispersión y el envejecimiento de la población. Cans es una demostración palpable de eso y su festival, la prueba.

La dispersión...

Para Pato, la dispersión “es el gran problema del medio rural”. Cans, con sus ghalpóns –ese término que sólo en Galicia y al otro lado del charco sigue significando cobertizo– y su objetivo de “reconvertir espacios privados de uso cotidiano en espacios públicos de uso colectivo para acción cultural” acaba creando un evento con un radio de acción “de casi dos kilómetros”.

“No está todo concentrado como si vas a O Son do Camiño o Portamérica”, dos macrofestivales que se celebran, uno en el auditorio del Monte do Gozo, en Santiago y, el otro, en la Azucreira de Portas (Pontevedra), una antigua fábrica reconvertida en centro de actividades sociales y culturales. “La concentración abarata costes y la dispersión los encarece, en Cans no hay dotación de ningún tipo, ningún cine, ningún auditorio... ni siquiera un váter público: todo eso hay que ponerlo desde cero”.

Por si todo esto ya fuese poco complicado, la “idiosincrasia” de la aldea está marcada por un auténtico laberinto administrativo que desquicia incluso a sus poco más de 400 habitantes. El núcleo estuvo siempre al pie de la carretera, la Nacional 120 Vigo–Madrid. Sin embargo, en los 90 se construyó una autovía, a unos 300 metros del trazado de la nacional. Esta nueva infraestructura partió la aldea en dos. “En algunos tramos, se parece más a una pista de scalextric que a otra cosa”.

La parte central del núcleo quedó así atrapada entre las dos vías y un galimatías administrativo a la hora de poner en marcha cualquier iniciativa, como la obligación de guardar distancias para construir. “Una carretera es propiedad del Estado; la otra municipal y en teoría está transferida”. Por tanto, el festival “debe tramitar dos permisos: uno con el ayuntamiento y otro, muy complejo, con el Ministerio para solicitar el corte de la carretera”, que durante las fechas del evento convierte el tramo que cruza el pueblo en una vía peatonal.

Los trámites no acaban ahí. El Festival solicita también una cesión de espacios a la asociación de vecinos y comunica al cura el uso de la parte del torreiroo campo da festa– que pertenece a la Iglesia; aunque aquí, como en cientos de parroquias gallegas, nadie tiene claro cuál es la porción del torreiro que rodea el templo que pertenece al cabildo y cuál es de la comunidad.

Arreglado todo con el Estado, la Iglesia, el ayuntamiento y la asociación de vecinos, todavía queda un último paso. La mayor parte de los espacios del festival son privados: las propias casas de los habitantes de Cans, así que a cada una hay que proporcionarle su documento de cesión para el Festival y el seguro que cubra el espacio.

“Fue un lío jurídico poner todo esto en orden, pero ahora es más rutinario cada año. Para cortar una carretera del Estado, por ejemplo, se necesita un seguro específico, comprar la sinaléctica lumínica, poner un anuncio en el periódico y pagar a la gente para que atienda 48 horas ininterrumpidamente el acceso en ese corte de tráfico”, explica Pato. “Total, que vale una pasta”.

“Una pasta”

El escritor y cineasta David Trueba, la actriz María Vázquez –que recibirá el premio Pedigree de Honor– o el músico Kepa Junquera, que dará su nombre a un jaliñeiro, serán tres de los principales protagonistas de la edición número XXI del Festival, que se celebrará del 21 al 25 de mayo. Están previstas un centenar de proyecciones, de las que 35 serán estrenos, y habrá actuaciones de bandas como The Rapants, Nat Simons o Combo Paradiso.

Para realizar todo esto contará con un presupuesto que superará ligeramente los 300.000 euros, una cantidad “que puede parecer bastante para un festival de cine humilde, de la liga media baja, como el nuestro” pero al que Pato da otra lectura: “casi la tercera parte se destina a poner en marcha, cada año desde cero, todas las infraestructuras del festival”.

En Cans no hay salas de cine, así que hay que equipar y dotar –sí, “desde cero”– cada uno de los 12 ghalpóns, baixos y cubertos. Es decir, cegar y atrezzar los espacios para que no entre luz, colocar la pantalla, alquilar un equipo de proyección adecuado, montar las sillas o los tablones para que el público se siente, sin olvidar el documento de cesión de los propietarios para el seguro de cada espacio.

Algo parecido sucede con los cinco espacios musicales, a los que hay que dotar de carpas y, en algunos casos, de tarimas, con sus certificados, zonas de evacuación y plan de autoprotección (PAU), que también hay que visar, con los gastos que conlleva.

“Haces un festival en un pueblo medio o una ciudad y tienes un teatro o un auditorio municipal en el que ya hay corriente, seguridad, servicio de limpieza, acomodadores y hasta el seguro cubierto. Aquí no, aquí todo esto es desde cero, desde la nada. Hay que poner generadores para la corriente, contratar seguridad, contratar servicio de limpieza, tres personas que atienden cada sala y un seguro por cada espacio”, enumera Pato. 

El sábado 25 de mayo, el día grande del Festival, habrá unas 200 personas trabajando entre personal laboral, voluntarios, protección civil y otro servicios. El año pasado generaron un volumen de 151 contrataciones. “Son contratos a veces de dos o tres días, a veces de una semana, de uno o dos meses, pero son altas laborales, muchas veces con chavales que tiene su primer contrato. Pagamos según el convenio y me atrevería a apostar que cobra más aquí un camarero que en muchos macrofestivales de millones de euros de presupuesto”.

Cultivando festivales

Aplicando los métodos de la agricultura -ahora vamos con ella-, a Pato le gusta diferenciar dos modelos culturales. Uno, el de la cultura intensiva, es el propio de esos macroeventos: “Buscan extraer los máximos recursos económicos en el menor tiempo posible, piensa solo en un beneficio monetario, pero no en el social, el educativo o el arraigo en la la comunidad local”.

Enfrente, está la cultura extensiva, donde él ubica a Cans. “Es un modelo que tiene como objetivo cubrir su presupuesto, pero que está presente todo el año, afianzando la relación con la comunidad e intentando que pueda ser una herramienta transformadora en lo cultural”.

Ellos predican con el ejemplo, con proyecciones en otoño por las aldeas y un festival de cine infantil en marzo. Además, colaboran con el movimiento asociativo, los vecinos forman parte del jurado, los niños de Cans actúan como guías para los visitantes, 800 chavales de institutos reciben allí sus primeras nociones de cine... “Esto es como la agricultura: está la intensiva, las macrogranjas, y están las pequeñas producciones ecológicas y cuidadas, arraigadas en el territorio”. Queda claro qué producto quiere ser su festival.

... y el envejecimiento

“Se habla mucho de reto demográfico, de despoblación de reactivar las zonas rurales, pero no tenemos ayudas específicas para modelos culturales diferentes, sostenibles y cuidadosos en entornos rurales. Para proyectos en los que es necesario partir desde cero e invertir mucha parte de tu presupuesto para que el rural tenga acceso a la cultura”.

Pato recuerda que ni en Cans ni en todo el municipio de O Porriño hay ningún cine. El más cercano está en Vigo, a unos 25 minutos por la autovía. Sin embargo, durante casi una semana, el Festival tiene hasta una docena de salas proyectando películas. Un trabajo “excesivo” para la remuneración que reciben quienes –a tiempo parcial y compatibilizando como pueden con sus empleos– se encargan de organizarlo, un problema que comparten con todos los eventos que tienen una asociación cultural como base.

“Crear festivales desde el asociacionismo es muy bonito, pero lo que puedes ganar en ningún caso equilibra el esfuerzo. Ganan más los bares o los hoteles que los que levantan el evento. Un día discutí con un propietario de un bar y le dije que, sin saberlo, le cambiaba lo que había recaudado durante el festival por lo que había cobrado yo. Se lo firmaba con los ojos cerrados. Yo lo habría hecho en serio, pero no aceptó el pacto”. Él sabría por qué.

El otro gran problema de las asociaciones –donde enlazamos con el envejecimiento– es el relevo generacional. El Festival de Cans lo organiza la asociación Cultural Arela. El núcleo, compuesto por doce personas, se reúne cada semana para la toma de las decisiones estratégicas. De allí emanan los mandatos al director del Festival y al coordinador de producción, quienes tienen manos libres para avanzar en muchas áreas.

Pato no oculta su preocupación por el futuro. “Ha habido relevo generacional en muchas áreas, pero menos en las más relevantes. Yo llevo aquí desde el principio y pienso que mi tiempo se está acabando. El relevo generacional de una asociación es muy delicado y creo que sólo tiene dos finales. En el caso de Cans, o hay una transición y un cambio a corto plazo o se acabará”. Cuesta creer que eso pueda suceder, pero Pato es contundente: “Es una posibilidad realista y al acabar esta edición tendremos que debatir sobre esto”.

Pero eso será cuando acabe. Antes, serán miles las personas que se pasen, un año más, y disfruten de lo que han levantado en Cans... desde cero.

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