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Discutir

Si lo primero fue la palabra, lo siguiente tuvo que ser la discusión. Porque el ser humano es, por naturaleza, el animal discutidor.

Aristóteles, que era un individuo que gustaba de pasar el día definiendo todo lo que se le ponía por delante, afirmó que el ser humano es el animal que tiene logos (palabra y razón, esto es, podemos hablar e incluso pensar), y que es político (porque somos seres sociales que, mal que bien, convivimos con nuestros semejantes en la ciudad, en la polis). Y un animal que puede hablar y que vive en la ciudad con otros de su especie, inevitablemente acaba discutiendo.

Siguiendo con los argumentos de autoridad, debo mencionar a las Vainica Doble, dos mujeres que de la naturaleza humana sabían tanto o más que los autores del Nuevo Testamento y Aristóteles; y cantaban mejor (esto es especulación mía). En su primer disco (Heliotropo, 1973), Vainica Doble incluyeron una canción titulada 'Dos españoles, tres opiniones'. De entrada se puede pensar, y con razón, que esas cuentas no salen. Salvo para un español.

No voy a citar ejemplos de nuestra innata capacidad para la discusión —que sin duda usted ya tiene en mente—, porque yo he venido a ofrecerle una reflexión de cosecha propia: cuatro consejos para (no) discutir. Casi unos derechos humanos del discutidor:

1) En los lances verbales es de vital importancia no atacar las limitaciones naturales del adversario (su inteligencia, su humor, su físico, etcétera), ni consentir que nos asalten por un frente tan alejado de nuestra voluntad. Los conocimientos, en la medida en que su adquisición depende del esfuerzo de cada cual, deben delimitar el campo de juego. No embista a las personas (no recurra a los argumentos ad hominem), enrede con sus ideas. Y deje de regatear la excelencia en el decir y el pensar de los demás cuando es de ley reconocerla.

2) Es una gran ventaja saber que las ideas que revolotean en nuestra mente son casi como seres vivos: nacen, crecen, algunas se reproducen, y mueren. Por tanto, aquel que jura amor inmortal a una idea acaba desprendiendo hedor conceptual tarde o temprano. Sea fiel a pensar y disfrutará siendo infiel a las ideas.

3) El que considera que (y actúa como si) las discusiones debieran vencerse es un tipo infame. Aléjese de él. Conceder, convenir, condescender, consentir, y todo verbo de similar pelaje que se le ocurra, son de imprescindible conocimiento y ejecución si quiere forjar, fortalecer y conservar amistades tras un intercambio de palabras. De nada sirve guerrear como si se fuese a conquistar un país ni llevar la contraria por deporte, aunque a veces tiene su gracia.

4) En un debate es el bien de más alto valor desatar hostilidades contra la seriedad, ya sea propia o ajena. Los que se emboscan tras la gravedad y la circunspección no suelen ser más que bribones que se sirven de su recia fachada para oscurecer el lamentable andamiaje de sus ideas. Si precisa de un arma de puntiagudo talante, siempre presta para pinchar sin necesidad de cortar, avituállese de humor y dispénselo con moderación.

Tengo la sensación de que sólo aplico estos consejos cuando discuto conmigo mismo. Pero por algo se empieza.

Si lo primero fue la palabra, lo siguiente tuvo que ser la discusión. Porque el ser humano es, por naturaleza, el animal discutidor.

Aristóteles, que era un individuo que gustaba de pasar el día definiendo todo lo que se le ponía por delante, afirmó que el ser humano es el animal que tiene logos (palabra y razón, esto es, podemos hablar e incluso pensar), y que es político (porque somos seres sociales que, mal que bien, convivimos con nuestros semejantes en la ciudad, en la polis). Y un animal que puede hablar y que vive en la ciudad con otros de su especie, inevitablemente acaba discutiendo.