Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La parábola de la cola de la heladería en agosto
Hace un tiempo bromeábamos sobre el efecto de masas de las colas e hicimos una prueba en plena Plaza Porticada de Santander. Cinco personas nos ubicamos conformando una cola frente a una de las anodinas, pétreas y grises columnas de la plaza. A los tres minutos ya se habían acercado varias personas a preguntar para qué era la cola, que si qué iban a repartir, que si faltaba mucho…
En agosto, el fenómeno se multiplica hasta el absurdo porque hay una relación casi directa entre el turismo y el consumismo, entre el turismo y el sentimiento de masa. Se puede comprobar en cualquier parte del mundo: calle principal del comercio o calle que sale en las fotos: multitudes caminan apachurradas fotografiando la nada, mientras dos calles más allá se esconden edificios preciosos, museos fascinantes o tiendas con solera donde perder la tarde. Al turista le gusta la masa porque, además, es temeroso: no viaja para descubrir, viaja para confirmar la seguridad de su viaje, para consumir y ser consumido, para decir que ha viajado.
La referencia antes era una guía de turismo o el boca a boca. Ahora basta con un influencer, una página cutre con opiniones o una promesa de mucho por poco. La parábola que explica el consumismo y el capitalismo absurdo se explica en una cola delante de una heladería en agosto en Santander. No es el mejor helado ni de lejos —se lo dice un evaluador oficial de heladerías—, la atención es más que deficiente porque la empresa que se forra no refuerza su equipo lo suficiente, hay heladerías mejores a pocos metros —en algunos puntos de la ciudad, a 42 metros exactamente— y aun así, hay decenas de turistas —y locales— haciendo unas colas imposibles para poder pagar por su helado. Es cierto, se cumple una parte de la promesa: una cantidad grosera de helado hace esfuerzos por no despeñarse desde la altura del cono de poca calidad.
El capitalismo tiene estas cosas, nos iguala a las históricas colas de Coppelia, en La Habana, aunque la teoría allí era que el comunismo no permite la competencia. Aquí sí la hay. Y mucha, porque Cantabria tiene una tradición heladera difícil de encontrar en otros territorios. Pero ya estamos nosotros para hacer de consumidores obtusos que no arriesgan su falsa seguridad y compran donde la fila es más larga.
Pasó lo mismo cuando se instaló en una céntrica calle de la ciudad un establecimiento que ofrecía algo 'revolucionario': minicroissants con nombre de señor de toda la vida. Los primeros días, colas de consumidores esperaban su oportunidad para dar un costoso bocado a esta agua de Lourdes con forma de pan dulce. Luego, la nada, el deseo colmado, la aburrición. Ahora imagino que habrá hordas persiguiendo los camiones de La Polar, después de que María Pombo haya exhibido —una vez más— a su familia disfrutando uno de sus helados, o que veremos colas infinitas frente a 'El mejor gusto', la otra heladería que ha elegido la influencer.
Una cola en una heladería de Santander en agosto puede resumir este mundo extraño en el que defendemos la individualidad a punta de machete mientras deseamos ser masa durante unos minutos: en la cola de la heladería, en las rebajas del grupo gallego, en el campo de fútbol o en la incomprensible Semana Grande. En eso consiste el capitalismo, en hacernos borregos prometiéndonos que luego, en la soledad del hogar, podremos ver y compartir por redes sociales las fotos de esa cola maravillosa que hicimos en Santander el pasado verano.
Construyo esta imagen en mi mente mientras ceno en una mesa al aire libre en un pequeño restaurante mexicano situado a 400 metros del apocalipsis veraniego. No hay casi nadie, nos sirven de inmediato, la comida es deliciosa y el precio razonable. No pienso hacer un vídeo recomendando el lugar, que me lo dañan, pero sí puedo compartir el secreto: aléjense de las colas, busquen lo cercano, no sueñen con montañas de helado, pregunten por lo realmente artesanal y consuman lo justo. Todo lo demás es como creer que Nestlé es equivalente a consumo responsable o que los gigantes de metal son molinos de viento.