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La camisa vieja del agricultor: pequeñas lecciones bioclimáticas

Fidel Piña

Arquitecto —

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Agosto tras agosto, desde hace más de una década, acuden a nuestra fiesta de verano algunos matrimonios amigos. La fiesta comienza por la tarde, junto a la piscina, hablando de los hijos y de cómo han crecido, o del último chismorreo local. Y cuando llega la hora de la cena, algunos valientes nos arremolinamos alrededor de una hoguera donde luego asaremos unas chuletillas de cordero al modo tradicional, en unas viejas parrillas colocadas sobre ascuas en el suelo.

Y año tras año, nuestros amigos acuden con elegantes camisas polo con el cocodrilo ese, desoyendo mi eterno consejo: “¡Venid con camisa vieja de manga larga! ¿Alguna vez habéis visto un agricultor faenando en manga corta?”

Acabé los estudios de Arquitectura, imagino como muchos compañeros, con muy poco interés por la Termodinámica. Aquello no era algo que encajase en mis secciones o plantas. Hoy, pasadas casi tres décadas, reconozco cuán equivocado estaba.

Ahora, lo bioclimático condiciona el diseño de mis edificios, como lo hacen su emplazamiento, su programa o la manera de sustentarlos. Tanto es así que estudio _ ahora con placer y de una manera autodidacta_ conceptos que antes formaban una abstracta nebulosa: el diagrama psicométrico; el movimiento del aire caliente y las corrientes de aire; el efecto de las pantallas vegetales sobre las fachadas; las ventajas de la orientación sur y las desventajas de la oeste; las láminas de agua y los efectos de su evaporación; el Ciclo de Carnot… Cosas sencillas que están ahí desde que el hombre se apoyó por primera vez contra un muro, y se protegió al socaire del viento.

Hoy, relacionando esos sencillos conceptos, creo comprender la sabiduría que encierra la vestimenta del agricultor: su vieja camisa es para él lo que la envolvente térmica es al edificio: un escudo que le protege frente a la hostilidad del medio ambiente.

Imaginemos a nuestro agricultor cuando al amanecer sale de su casa y se dirige a trabajar la tierra. En esas primeras horas de la mañana, cuando las temperaturas son bajas, llevará las mangas de su vieja camisa bajadas. Las mangas crearán, por así decir, una cámara dejando aire atrapado entre el vello de sus brazos. ¡Y todos sabemos que el aire quieto es un buen aislante! Mientras las mangas permanezcan bajadas impedirán pérdidas por convección _los entendidos sabrán que aquí me estoy refiriendo al coeficiente de flujo superficial que interviene al calcular la resistencia térmica de la envolvente de un edificio. Luego, después del almuerzo de media mañana, cuando suba la temperatura algún grado, nuestro paisano buscará su estado de confort arremangándose. De esa manera, la película de aire próxima a su piel circulará por convección, robando algo de calor de su piel. Un acto sencillo y muy sabio.

Cuando el sol esté en todo lo alto y nuestro agricultor lleve varias horas faenando doblando la cerviz, sus músculos habrán consumido una gran cantidad de energía, parte de la cual se disipará en forma de calor. ¿De qué modo? Su temperatura corporal subirá algo por encima de los habituales 37 grados centígrados y, muy probablemente, empezará a sudar.

Fruto del sobreesfuerzo, su corazón bombeará sangre más deprisa y los pequeños capilares bajo su piel se dilatarán. Ello provocará que las glándulas sudoríparas repartidas por su cuerpo segreguen una sustancia acuosa, grasienta y maloliente: el sudor. Sudar, en sí mismo, no es bueno ni malo: serán las condiciones higrotérmicas que rodeen a nuestro campesino las que conviertan ese sudor en una bendición o en una tortura. Y aquí intervienen los botones de su vieja camisa. Nuestro agricultor no sabe nada acerca de cambios de estado, y mucho menos del calor latente, pero sabe intuitivamente que deberá desabotonarse la camisa. Cuando las gotas de sudor repartidas por su cuerpo comiencen a evaporarse, cambiando de estado líquido a vapor, robarán calor de su cuerpo, y bajarán su temperatura. Abrir la pechera provocará una corriente de aire convectivo que enfriará su piel, especialmente donde más glándulas hay, en el cuello y en las axilas. Un sencillo sistema de expansión directa; una fase del Ciclo de Carnot. Los botones de la camisa vieja son el control de un sistema elemental de refrigeración.

Más usos tiene la camisa vieja. Cuando el Sol esté en todo lo alto, las mangas bajadas también servirán para evitar el soleamiento directo por radiación sobre los brazos del agricultor, evitando que 'Lorenzo' queme su piel, del mismo modo que los toldos, porches, galerías y verandas orientados a sur nos protegen de los axfisiantes mediodías de agosto en la Mancha, o que una sombrilla y un sombrero lo hacen con un turista en Sevilla.

¿Y qué decir del almuerzo bajo un árbol? La camisa vieja se comportará como los zócalos de las casas de pueblo, manchados por el agua de lluvia salpicada en la parte baja de sus muros. Las sufridas mangas y los faldones de la camisa recibirán con resignación todas las salpicaduras. Se trata de una camisa vieja ¿no? Entonces no importa una mancha de más o de menos…

Son ya unos cuantos años celebrando nuestra fiesta de agosto. Y predicando en el desierto, también. Cuando, entrada ya la madrugada despedimos a nuestros amigos, algunos de ellos tiritando en manga corta y buscando el calor que, por efecto invernadero, aún queda retenido dentro de sus coches, a veces les oigo blasfemar por lo bajini al comprobar el agujero que una pavesa traicionera les ha hecho en la camisa polo, junto al cocodrilo.

El próximo año volveré a repetir que vengan con camisa vieja de manga larga.