Una noria islámica de 29 metros y otros restos arqueológicos que el Tajo escondía a su paso por Toledo

A pesar de que son bien conocidos sus numerosos tesoros patrimoniales, la ciudad de Toledo sigue escondiendo bajo tierra, oculta por el paso del tiempo, una valiosa herencia arquitectónica.

Para sacar parte de ella a la luz, un grupo de arqueólogos y voluntarios han trabajado durante dos semanas a orillas del río Tajo a su paso por Toledo para, tras limpiar la tierra, vegetación y basura que cubría esta zona tras años de abandono, sacar a la luz restos patrimoniales de diferentes épocas. Algunos de ellos datan incluso de más allá del siglo XI.

Estas labores han formado parte del proyecto ‘Patrimonio hidráulico y paisajes en las riberas del Tajo. Toledo visto a través de su río’, llevado a cabo entre la Universidad de Granada y la Fundación de Cultura Islámica (FUNCI). Financiado tanto por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, la Universidad de Granada como por la FUNCI y por la Fundación Juanelo Turriano, el objetivo es estudiar e inventariar todas las estructuras localizadas en los márgenes del río Tajo a su paso por Toledo. Una primera fase de este plan ya catalogó más de 50 bienes patrimoniales, de los cuales los investigadores estimaban que entre 5 y 10 elementos eran inéditos.

En este segunda ciclo de trabajos, realizados entre el 24 de noviembre y el 5 de diciembre, las tareas se han realizado en un enclave privilegiado de la ribera derecha del río Tajo, encajado entre la muralla del Casco Histórico, el puente de Alcántara y el castillo de San Servando.

En la zona, conocida como Turbinas de Vargas (un complejo hidráulico del siglo XIX que lleva abandonado desde 1999), los investigadores han hallado los restos arqueológicos de diferentes estructuras que los toledanos y toledanas que habitaron a lo largo de los siglos fueron construyendo unas sobre las otras.

“Aquí se concentran muchos elementos que se van superponiendo”, explica José María Martín Civantos, profesor de la Universidad de Granada e investigador principal del proyecto. “Y esa diría que es la parte más interesante del proyecto: poder ir documentando toda una sucesión de estructuras que se colocan en el río, que aprovechan su fuerza motriz y sus aguas a lo largo de distintos periodos”, añade.

Una noria “imponente de verdad”

Y es que la zona donde se han realizado los trabajos concentra muchos elementos patrimoniales que dan cuenta de cómo ha pasado el tiempo por la ciudad y de cómo esta ubicación ha sido utilizada por los diferentes habitantes de Toledo a lo largo de los siglos.

El elemento más antiguo localizado es una noria de época islámica. Todavía no se ha podido datar concretamente su construcción, pero los investigadores han confirmado que en el siglo XI ya estaba en funcionamiento, por lo que contaría con más de mil años de historia.

Y se trataría de una noria de grandes proporciones, con casi 30 metros de altura. “La noria sí que era imponente de verdad”, afirma Marisa Barahona, arqueóloga miembro del equipo, que explica que, a pesar de que todavía falta por confirmar ese dato, existen fuentes de la época que señalan esa dimensión. Esta noria formaría parte de una infraestructura que subiría agua desde el Tajo a la ciudad.

De esta construcción apenas quedan restos en la actualidad. Los más destacados que han encontrado los investigadores en su excavación son unos sillares de piedra y en el hueco -ahora cerrado- en el que habría estado introducida la rueda.

En 1206 ya hay referencias de que la noria no está en funcionamiento, porque en su lugar se levantaron una serie de molinos harineros, los cuales se adosaron a la estructura de la noria.

El artificio de Juanelo Turriano

Ya entrado el siglo XVI se construye el que es una de las grandes referencias a la hora de hablar de patrimonio arquitectónico en las orillas toledanas del Tajo: el artificio de Juanelo Turriano.

Esta máquina, diseñada por el ingeniero que da nombre a su invento, permitía subir el agua hasta el Alcázar de la ciudad, que, como era su punto más alto, era idóneo para su distribución al resto de Toledo.

Martín Civantos afirma que Turriano no reutiliza la noria islámica, la cual “ya estaría en estado precario”, sino que monta otra noria más mucho más pequeña para elevar un poco el agua del río “y a partir de ahí trasladarla a través del artificio propiamente dicho”.

Un artificio del que no quedan restos, ya que eran de madera, pero sí que han llegado hasta nuestros días algunas partes de los muros en cuyo interior se albergaba la maquinaria. “Del artificio queda relativamente. Lo más interesante era la parte mecánica, que es lo que Juanelo diseña y construye. Y ahora solo queda una parte de los muros que albergaban esa mecánica, ese artificio”, lamenta Martín Civantos.

Con el paso de los siglos, se siguen adosando molinos en la zona, hasta que ya en el siglo XIX se construye en una central hidroeléctrica y la fábrica de harinas.

Por último, llegarían las Turbinas de Vargas, cuya construcción fue bastante drástica. “Arrasó con lo que había”, cuenta Martín Civantos. “Incluso utilizan dinamita y vuelan directamente una parte de esos restos, que se conservaban relativamente bien hasta que se hace la turbina. No había ningún tipo de conciencia patrimonial en ese momento. Pero el resultado está dentro de su contexto y además genera otro patrimonio que es muy importante también: el patrimonio industrial”.

En las turbinas se construyó un edificio grande, de dos plantas, que servía para impulsar el agua del río a un depósito instalado cien metros más arriba, en la explanada norte del Alcázar. Tras varias modificaciones, la central hidroeléctrica estuvo funcionando hasta los años 70, cuando la inauguración del embalse del Guajaraz quita a este edificio la responsabilidad de abastecer de agua a los toledanos. La construcción se estuvo utilizando como escuela-taller hasta los años 90. Y llegado el año 1999, se dinamitan estas estructuras, quedando el lugar abandonado hasta que estos trabajos de investigación le ha quitado la tierra de encima para devolverlo a la memoria de la ciudad.

Toca “armar el puzle”

Estas dos semanas de trabajo sobre el terreno se han desarrollado en paralelo con las labores de documentación en los archivos. Se han consultado archivos de Toledo y de Castilla-La Mancha, pero también el Archivo General de la Administración o el propio Archivo de la Fundación Juanelo Turriano. Y esa labor continúa: “Hay muchos sitios donde se puede ir sacando información y armando un poco ese puzle, con la parte material y con la parte documental”, explica Martín Civantos.

Y es que, una vez concluidas las labores a pie de yacimiento, toca organizar e interpretar los restos que han excavado. Sergio Isabel Ludeña, coordinador científico de Fundación de Cultura Islámica (FUNCI), explica qué ocupará a los investigadores a partir de ahora: “Ver a qué época histórica pertenece cada elemento que tenemos presente en la excavación. Quién es quién. Y luego hay que analizar cómo se superponían las diferentes estructuras, organizarlas... Tenemos que trabajar con el archivo, con sus referencias, sus fotografías de época y los textos, por un lado; y con los restos que tenemos aquí, por otro. Hay que ponerlo todo junto y ver qué información obtenemos”.

El futuro: integrarlo en Toledo

Más allá de su papel pasado, ¿qué papel pueden tener estos restos en el Toledo actual? El equipo de investigadores tiene algunas ideas para hacer que el yacimiento se integre en la ciudad y el público pueda acudir a visitarlos.

“Lo primero que habría que hacer”, propone Martín Civantos, “es un proyecto arquitectónico en el que participe el equipo de investigación para aportar toda la información y todas las propuestas posibles. Se redactaría así un proyecto que esté aprobado además por la administración competente con el que buscar financiación para poder hacerlo”.

“La ventaja es que hay una lectura de muchas de las estructuras a pesar de todas las transformaciones. Eso le da mucho contenido a esos elementos patrimoniales. Y también lo hace particularmente atractivo porque no es un sitio donde la gente vaya a ver solo una ruina, que son de difícil interpretación, sino que, si se hace bien, la gente tiene la posibilidad de poder entender todo el proceso, todas las transformaciones y todos los usos a lo largo del tiempo”, concluye el investigador principal del proyecto.