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Sin cuidados no hay quien trabaje, ¿para cuándo una política que ponga en el centro la vida?

EFE/Dani Caballo

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Este mes se dedican a publicitar eslóganes sobre el día Internacional de las Mujeres. Se ha puesto de moda colocarse el color morado y las marcas alardean su interés por dicho día. Son mensajes empoderantes que nos dicen que somos libres. Libres de hacer lo que queramos. Libres para romper con todo.

Desde distintos espacios, entre ellas las Instituciones de nuestra tierra y nuestro país, trasladan las reivindicaciones con pancartas y lazos. Las calles se llenan con mensajes reclamando la igualdad de derechos y oportunidades. Tan fácil y difícil a la vez.

Una parte importante de la población, no sabemos aún cuál es la razón, obvia que hay un problema. Son los y las negacionistas de las violencias machistas y dicen abiertamente que no existe. Pero las violencias no son solamente las físicas. Hay muchas, la gran mayoría no se ven a primera vista y sin filtros morados es difícil percibirlas; las hemos asimilado desde la infancia y las hemos normalizado.

Los datos, para los más incrédulos, no mienten y muestran que la estructura política y, por extensión, la social, cultural y económica la reproduce y contagia como la peor de las pandemias: es la violencia sistémica.

Y ustedes se preguntarán, ¿cómo es posible si nuestra Carta Magna desde 1978 refuta que somos libres e iguales ante la Ley?

En Ciencia Política uno de los campos de estudio son las relaciones de poder; cómo se fraguan desde la propia estructura social y a su vez cómo se propaga a lo largo de la historia a través de los distintos Estados.Diríamos que, en toda relación humana se dan relaciones de superioridad e inferioridad, esto es relaciones de poder. Pero para nuestra área, no solamente se investigan las relaciones individuales sino también las colectivas, y concretamente las del propio poder político para con la sociedad.

El Estado no es un ente sin género, como tampoco lo son las empresas o el resto de las organizaciones que nos rodean. Es decir, el poder ha sido y es ostentado por los hombres y por tanto se ha desplegado en el mismo su forma de ver y percibir el mundo. Y, dicha extensión, es producto de su pensamiento e ideología. Lo que se conoce como sistema patriarcal y que nutre las raíces de los modelos estatales, fraguando en el pensamiento de toda la sociedad.

Desde que emanaran los estudios feministas y con perspectiva de género, se ha podido vislumbrar cómo el androcentrismo (hombre como centro de todo) se ha trasmitido a lo largo de los siglos y cómo las mujeres y las aportaciones de las mismas han sido invisibilizados por estos.

Bien, aunque es difícil hablar de un solo factor que influye en la desigualdad entre mujeres y hombres, en primera instancia nuestra opresión radica en la propia biología; esto es, la división que se hace cuando nacemos. Y es que en base a nuestro sexo biológico se construye nuestro género. Esto es, un entramado de estereotipos y roles diferenciados que nos atrapa y se propaga desde la propia cultura. Como diría Simone de Beauvoir, “las mujeres (y los hombres) no nacen, sino que se hacen.”

Lo femenino unido a la naturaleza

Nuestros cuerpos e identidades se erigen bajo unas concepciones diseñadas que son distintas para ambos sexos. Mientras que lo masculino se levanta y cimenta como eje vertebrador de la sociedad, ligándose a la razón. Lo femenino queda oscurecido y relegado a segundo plano, unido a la naturaleza. Asimismo, nuestra capacidad reproductiva ha causado que se nos aparte y expulse de ese espacio importante, aquel que, según se ha estructurado en el propio sistema, contribuye y da valor a la sociedad: el espacio público.

Lo contrario al espacio público es el espacio privado. Mal llamado así porque es el pilar fundamental para que se dé el primero porque, tal como se ha establecido la jornada de trabajo, para que se pueda estar presente sin límite ni limitaciones, alguien tiene que renunciar. Y es que si se cuida personas dependientes o descendientes, no se puede estar presente en el espacio público de forma ilimitada. Por tanto, quiénes asumen ese coste económico en contra de su autonomía, mermando derechos sociales, se convierten en ciudadanía de segunda clase: si no se trabaja, no se cotiza; si no se cotiza, no se percibe pensión.

Si nos fuésemos a la cuna de nuestra cultura política, los pensadores clásicos como Aristóteles o Platón, en sus escritos, ya nos excluían. Es más, se nos asimilaba a los esclavos de la época y teníamos que ser tutorizadas por los hombres. Pero tampoco tenemos que echar la vista tantos siglos atrás. En la dictadura franquista, las mujeres teníamos un solo papel: éramos meras reproductoras de los vástagos de la patria. Actualmente, desde algunos partidos de extrema derecha, nos acercan sus ideas “rompedoras” porque nos quieren mandar otra vez a casa.

Nuestro papel ligado a la esfera del cuidado, de lo doméstico, ha producido una desigualdad estructural que hoy día se mantiene por la falta de corresponsabilidad social. Porque ésta se entiende no solo con el compromiso de los hombres dentro de la pareja, sino también de los agentes primordiales de la sociedad: el Estado y las empresas. En resumidas cuentas, los hombres que ocupan y sustentan el poder en los distintos espacios. Y para que las mujeres demos un paso al frente en esos lugares, los hombres deben ponerse al lado. Junto a nosotras.

El Instituto Nacional de Estadística, con el objetivode traer luz a estos asuntos del espacio público y privado, en su estudio de “Mujeres y Hombres en España” nos van actualizando la información respecto a las distintas esferas: el mercado laboral (esfera pública) y el cuidado (esfera privada-doméstica). Y, ¿qué nos muestra?

Nos traslada que tenemos menor tasa de actividad que los hombres. Frente al 63 por ciento de hombres en activo lo está un 53 por ciento de mujeres.

Tenemos menor tasa de empleo las mujeres con hijos menores de 12 años que las mujeres de la misma edad que no tienen hijos. En el caso de los hombres sucede lo contrario, las tasas de empleo de los hombres con hijos son superiores a las de los hombres de la misma edad sin hijos.

Nos afecta la parcialidad; el trabajo parcial en nuestro país, y en comparativa con el entorno europeo,es precario y con él no se puede plantear una vida digna. Alrededor del23 por ciento de las mujeres tiene un contrato a tiempo parcial frente al 7 por ciento de hombres.

Se da una segregación horizontal y vertical en el mercado. Se llama horizontal porque nos quedamos de por vida en sectores feminizados. Son sectores que han pasado de esa esfera privada a la pública y son los trabajos peor valorados socialmente. Los conocidos como suelos pegajosos o fangosos. Véase la situación de las limpiadoras del hogar, las camareras de piso o las cuidadoras, por citar algunos. 

Los techos de cristal siguen siendo infranqueables. De ahí que se promulguen leyes para conseguir la paridad

Los techos de cristal siguen siendo infranqueables. De ahí que se promulguen leyes para conseguir la paridad. Da igual el sector que se revise que, los puestos de dirección siguen estando en manos masculinas. Véase la Judicatura o la enseñanza. Sectores a primera vista con número equilibrado de mujeres y de hombres. Algunos y algunas dirán que es por méritos y capacidades, pero el mérito en sociedades que hay desigualdad en la base, se expande a todos los estratos.

Las excedencias para el cuidado, según los datos de la Seguridad Social, siguen mostrándonos que tienen cara de mujer. Frente al 85 por ciento de mujeres que se toman una excedencia para cuidar, lo hace un 15 por ciento de hombres.

Como saben, tener un empleo digno, con un salario digno, es esencial para poder ser una persona autónoma, independiente y libre. Y es la única manera de poder alcanzar un mínimo de calidad de vida. Si compartimos o no nuestra vida con alguien, no debería convertirse en una necesidad para sobrevivir. Porque al fin y al cabo, cuando se vive en pareja se “firma” un contrato.

Es evidente, y viendo unas pinceladas de los datos, que un presente de pobreza será un futuro de pobreza asegurado. Y las brechas que sufrimos las mujeres en el mercado laboral no solamente merman nuestra independencia económica, sino que merman nuestro poder de elección y decisión; merman nuestra salud mental y emocional; merman nuestras oportunidades; merman nuestros derechos.

Me vam a perdonar, pero con palabras y acciones una vez al año no es suficiente. Porque no hablamos de florituras ni cuestiones irreales. Hablamos de justicia social. Hablamos de ciudadanas con los mismos deberes para con el Estado. Hablamos de sostenimiento del bienestar, el cuidado de los demás de forma gratuita y a coste 0 para empresas y Estado, renunciando a nuestra libertad y a poder desarrollarnos como seres individuales. Porque hablamos de realidades materiales.

Y para acabar con ello, falta por erradicar y metamorfosear un modelo de trabajo que para llegar a alcanzar la cima, en el camino hay que competir en jornadas 24/7 y sortear mil y un obstáculos para llegar a la meta. Si es que hay meta alguna vez.

Falta por repartir el cuidado a toda la sociedad. No solamente poner parches de “quita y pon” como abuelas o abuelos. Tampoco vale externalizarlo y pagar a otra mujer que cuide de nuestros hijos mientras nosotros damos la vida al trabajo. No. Porque eso no es conciliación ni corresponsabilidad. Es echar “balones fuera”. Es encadenar a otras mujeres más pobres también para suplir lo que las empresas y los Estados no pagan por ello.

Faltan medidas feministas que visibilicen el cuidado y pongan la vida por delante, en el centro. Faltan medidas atrevidas que den la vuelta al sistema en el que vivimos. Porque vivimos en un modelo heredado como pensaba Hobbes: de setas y de hongos. Crecemos de repente, nos formamos, y parece que detrás no hay nadie apoyándonos, sosteniéndonos para poder volar. Y el sistema se sostiene por hermosas redes globales que cuidan de la sociedad; creando capital humano.

Si el cuidado no es asumido como un problema de Estado, implementando medidas y políticas que respondan a las necesidades actuales para con el cuidado de la infancia y la vejez, se seguirá sometiendo a la gran mayoría de las mujeres a vidas precarias.A vidas sin libertad. Porque la libertad es poder elegir entre opciones viables. No elegir por la fuerza.

Hoy, por ellas. Nuestras hijas. Ellas se merecen un futuro sin barreras, sin imposiciones sociales, sin culpas y sin juicios. Porque nuestros méritos están. Falta concienciación y sobre todo interés por hacerlo realidad.

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