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El día 6 de septiembre sabíamos del fallecimiento del pintor y creador Gustavo Torner, quien fuera capaz de abrir en Cuenca un espacio para el arte abstracto como una joya en medio del desierto. Antes ese proyecto había sido ofrecido a la ciudad de Toledo. Las autoridades de entonces lo rechazaron. En la rancia y vieja Toledo el arte abstracto no tenía lugar. Demasiado iconoclasta, demasiado atrevido, demasiado enrevesado, incomprensible. El éxito de Cuenca despertaría las envidias de las autoridades locales y nacionales que habían pasado del proyecto.
Por la envidia o porque ya rodaban las obras del trasvase Tajo-Segura se ofrecían proyectitos halagüeños a la ciudad para calmar a una parte de ella inquieta por el expolio de uno de su recurso más preciado, el agua. A partir del año 1973 se propuso la creación de un Museo de Arte Contemporáneo que se situaría en la remozada Casa de las Cadenas. Una adaptación difícil por la estructura para una muestra de arte contemporaneo, eso sí, figurativo. Nada de abstracciones y pinturas locas.
En la introducción del catálogo del museo, se explica la intencionalidad del nuevo museo, aunque más bien puede leerse como una explicación casi teológica que habla del espíritu del museo, llamado a complementar al “extraordinario y universalmente famoso de arte abstracto de Cuenca”. El de Cuenca se había inaugurado en el año 1966, el de Toledo se abriría al público en 1975, dos años antes de la culminación del fatídico trasvase.
El museo, mal concebido y peor organizado, cerraría en el año 2000 con el pretexto de unas obras de adaptación. Nunca volvería a abrir. Desde ese momento se convirtió en un tesoro escondido, en la añoranza romántica de lo perdido y ahora desconocido.
En el curso 2023-2024 se organizó en el edificio de Santa Cruz una exposición con las obras del museo de la Casa de las Cadenas. Lo que pudimos ver supuso un shock, una decepción absoluta. Aquel museo de arte figurativo contemporáneo se había formado con donaciones de pintores de la época que no cedieron precisamente sus mejores obras. Lo hicieron para no enemistarse con el Ministerio de Cultura y que continuara haciendo encargos en razón de la respuesta tan generosa. La exposición de Santa Cruz descubrió una realidad de obras mediocres, con autores que han envejecido mal, que anulaba la injustificada añoranza de un museo de arte contemporáneo figurativo de Toledo.
Una vez más a la ciudad le habían ofrecido abalorios y bisutería, aprovechando el desconocimiento general sobre este tipo de arte. El agua del Tajo, el autentico tesoro de la ciudad, empezaba a fluir hacia Levante y arrancaba el espectacular progreso de la zona con agua barata del centro de la península. Toledo, decepcionada por el engaño, volvía a lo de siempre, a la historia, en parte real en parte inventada, que nunca falla.
La operación Roberto Polo, aunque arriesgada y no exenta de sombras, suponía una posibilidad de conectar la ciudad de Toledo con los siglos XIX, XX y XXI. En los últimos años en Toledo se ha podido acceder a propuestas y trabajos que luego se contemplaban en Nueva York, Ámsterdam o Tokio. Se han efectuado varias donaciones que hacen que el lugar resulte más atractivo. Con esfuerzo y resistencias se ha abierto camino a algunas propuestas avanzadas para situar a Toledo en el centro de arte contemporáneo.
La aventura de la colección Roberto Polo no ha resultado del todo inútil. Ha descubierto el potencial que tiene Toledo y el edificio de Santa Fe para ser un foco de atracción de autentico arte contemporáneo. El reto se situaría a la altura de aquel intento de Gustavo Torner. Sirva este escrito como homenaje póstumo a un proyecto que Toledo despreció, pero que triunfaría en Cuenca.